Academia

El psicoanálisis. Esa práctica burguesa, vetusta y poco científica

El descubrimiento freudiano de la pulsión y su represión representó, sustancialmente, una frontera que franqueaba las medidas de la razón burguesa del capitalismo

vocesde la uam

Sigmund Freud.

Sigmund Freud.

En los magnánimos, burgueses y clausurados (censurables se diría hoy en día) años de finales del siglo XIX, un joven médico judío llamado Sigmund Freud cimbró el mundo con su pensamiento especulativo. La Viena victoriana de aquellos tiempos estaba subsumida en las regulaciones del deseo y la dominación de las creencias populares por la vía del progreso, la ciencia y la medición galtoniana de la humanidad. Es por todo ello que las palabras de Freud fueron algo más que una vertiginosa hélice disruptiva en el panorama del pensamiento. Freud colapsó, desde sus ideas y para la posteridad, las benevolentes, obstinadas e ingenuas creencias de la vida sexual pragmática y del orden imperante de la ciencia y, sobre todo, de la cultura. Hasta este punto no hay nada que no hayan vislumbrado los ulteriores prominentes pensadores del mundo occidental de la talla de Louis Althusser, Paul Ricoeur y, ampliamente, ese estructuralista y psicoanalista portentoso llamado Jacques Lacan.

Recuerdo que, en mis años de bachiller, un destacado profesor de psicología egresado de la UNAM describió a Freud como un irremediable pansexualista y cocainómano. El primero de esos dos adjetivos era, por aquel entonces, enteramente desconocido para mí y, como no debería suceder en una mentalidad púber, acudí al diccionario para conocer lo que significaba aquello. Inmediatamente después de leer el significado de la palabra pansexual mi sorpresa fue compleja y erotizante ⎯en el sentido griego de Eros⎯ como siempre ocurre en una mentalidad núbil. Desde ese momento, Freud representó una incógnita enteramente erótica. Un par de años después, ese primigenio erotismo freudiano, entre otras incidencias, hicieron que estudiara la licenciatura en psicología.

Desde los primeros años de mi formación universitaria descubrí que la psicología estaba, por lo general, muy lejos de mis inquietudes freudianas. Disfrutaba sobre manera las clases de epistemología de la psicología y de filosofía antes que las tediosas descripciones de las medidas psicopatológicas del mundo. Descubrí, después de muchas clases, que la psicología extraía algunas concepciones del psicoanálisis y las hacía circular en la dimensión de los saberes abstractos, mercantiles e inmediatos. Fue por aquel entonces que comencé a reconocer con mayor detenimiento, y en las medidas de mi corta comprensión, la potencia que representaba el psicoanálisis a nivel de la vida cultural de los sujetos.

En su sentido histórico-cultural, el psicoanálisis es un acontecimiento en las vicisitudes de la humanidad; cuando menos una disyuntiva, una ruptura epistemológica o un síntoma de la sociedad burguesa decimonónica; es decir no es una mera psicoterapia. Estos cortes ⎯traumáticos⎯ en la experiencia humana son también la estrepitosa manifestación de los profundos cambios que se suscitaron en la economía política de los sujetos gracias al capitalismo. Si Freud pudo sugerir cosas tan extremas como la polimorfa sexualidad infantil, las incidencias de los sueños y su archiconocido concepto el complejo de Edipo fue gracias a las mutaciones materiales de la humanidad y, como resultado, el psicoanálisis y todo lo que interpreta centralmente (olvidos, sueños, lapsus, chistes y síntomas) dependen de las condiciones contingentes e indeterminadas de aquello que no cabe en la razón y la consciencia.

En otras palabras, el psicoanálisis no es una ciencia stricto sensu sino un reverso de la maquinaria económica, científica y racional que obnubila la dimensión inconsciente del sujeto. El descubrimiento freudiano de la pulsión y su represión representó, sustancialmente, una frontera que franqueaba las medidas de la razón burguesa del capitalismo y desplegaba las posibilidades de una reelaboración de las condiciones culturales de la humanidad. Lo inconsciente trabaja con las mismas claves de la conciencia afectada siempre ya por la economía.

Hace algunos meses leí, en un periódico español de reconocido prestigio, una nota burdamente peyorativa sobre Freud. Después de leerla me pregunté ¿Qué tendrá de caliginosa y conflictiva una teoría que, pasado ya un siglo de su surgimiento, se insiste en reprimirla? Tal vez, me aventuro, el psicoanálisis apertura nuevamente todo aquello subversivo que ha quedado reprimido arcaicamente en nuestras formas de servilismo voluntario y conscientemente moralino, si se me permite la alusión a Étienne de la Boétie. En otras palabras, el pensamiento racional burgués, como vislumbró igualmente Marx antes que Freud, había tejido una fetichización alrededor de la relación que los sujetos hilvanan con los bienes y las cosas del mundo. En contrasentido, el psicoanálisis supo escuchar, de una manera diversa, la regulación secuencial, administrativa y centrada en el poder de la sexualidad. La sexualidad del burgués, incluso hoy más que nunca, es aquella que no admite diferencias sino sólo acumulación y circulación de las formas más estereotipadas de mercantilización.

Edgar Juárez Salazar

Edgar Juárez Salazar

La burguesía no sólo redimensionó sus prácticas gracias a la moralidad protestante, como mostrara Max Weber, sino implantó un circuito económico en el cual la economía de las pasiones y los placeres fue encauzada hacia la medida y el evitamiento del conflicto entre una naturaleza sexual y una sexuación cultural. Es por esto que las condiciones de la libertad sexual obedecen a las directrices de la economía libidinal de las pasiones. La interpretación burguesa del psicoanálisis ⎯me permito y asumo la blasfemia⎯ abrió el lado b del por qué la economía política enraizaba también en las superficies más primordiales y primitivas de la subjetividad. Freud realizó un particular esfuerzo en definir todo aquello anormal y normalizado como un constante habitar en el malestar de la cultura.

La pulsión sexual, desde la economía político-libidinal, despliega el empuje constante por la búsqueda del placer. Este elemento tuvo un vigoroso antagónico: la pulsión de muerte. En su Más allá del principio del placer, Freud demostró que las formas de dirección de la vida pulsional humana, en medio de las exigencias del capitalismo, apostaban directamente hacia la destrucción. En otras palabras, gracias a la dirección de la economía libidinal en este sistema económico político, las pulsiones humanas tienden a la acumulación, a la extracción, a la explotación y esencialmente a su represión.

*Egresado del Doctorado en Psicología Social de la Unidad Iztapalapa y profesor de la Licenciatura en Psicología de la Unidad Xochimilco