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“Cuando me reencontré con mi padre, entendí que nos esperaba un nuevo amanecer”…

 En el Día Mundial del Emigrante Libanés, se reconoce la trayectoria de don Jorge Kahwagi Gastine, presidente de Grupo Editorial Crónica, quien llegó a América a los seis años, en un carguero egipcio, y pisó tierra mexicana el 2 de marzo de 1947

Don Jorge Kahwagi

Aún los vientres se estremecían al ritmo de las danzas árabes y se saboreaban las hojas de parra con carne, cuando don Jorge Kahwagi Gastine se recordó en aquel carguero egipcio, primer barco en zarpar desde el Medio Oriente hacia el continente americano, después del armisticio de la Segunda Guerra Mundial.

Era diciembre de 1946 y él acababa de cumplir seis años. Su padre: Pedro Kahwagi, un sacerdote católico, tenía ya más de un año viviendo en México, donde servía a la comunidad maronita.

–Vende todo lo que tenemos en Líbano, ya compré los boletos del barco para ti y los cuatro niños (dos hombres y dos mujeres) –dijo a su esposa.

Y así, hace más de 75 años, comenzó la vida migrante de la familia Kahwagi, la nueva vida de Jorge, quien se convertiría en uno de los empresarios más admirados en nuestro país, reconocido por su impulso a la educación, la academia, la investigación científica y la comunicación pública, como presidente del Consejo de Administración de Grupo Editorial Crónica.

Desde el año 2000, el gobierno y las comunidades de origen libanés en diversas partes del orbe, eligieron el segundo domingo de marzo como el Día Mundial del Emigrante Libanés, una oportunidad para revivir las andanzas de padres y abuelos, y para homenajear a quienes, sin importar fronteras, han construido una exitosa trayectoria en el ramo profesional, familiar y humano.

En México, esta jornada de inspiración se celebra desde 2001, siempre en el Centro Libanés, cuyo presidente es hoy Michel Chamlati: “Nada engrandece más al hombre que sentir orgullo por su origen. Hoy honramos a quienes salieron en busca de un mejor futuro, sin perder identidad ni valores, a quienes aman a México sin olvidar sus raíces”, dijo.

Esta vez los vitoreados fueron el precursor de la radiodifusión en el Estado de México: Miled Libien Kaui, y Kahwagi Gastine, inmerso en las remembranzas de aquella travesía.

“Aquel carguero ni siquiera tenía quilla (estructura principal). Era una especie de lancha grandota y, cuando subía el oleaje, nos entraba agua hasta el camarote, por eso siempre dormíamos con chalecos salvavidas. Fue un viaje azaroso, que duró un mes. No sabía a dónde llegaríamos, sólo escuchaba hablar de Las Américas, donde al barrer se recogía oro”.

Reconocimiento a dos empresarios de la comunicación y al Centro Libanés. Desde la izquierda, Michel Chamlati Salem, presidente del Centro; Jorge Kahwagi y Miled Libien

Un día gélido, la familia Kahwagi llegó a Nueva York. Todos vieron a lo lejos la estatua de La Libertad y, aunque estaban ansiosos por bajar, debieron esperar más de un día, por el nivel de congelamiento en la desembocadura del Océano Atlántico.

“Reencontrarme con mi padre, abrazarlo, es una de las estampas que más ha alimentado mi vida, lloramos juntos y ahí entendí que nos esperaba un nuevo amanecer. Vi el amor de mi padre, quien nos invitó ese día a una misa en la Catedral de San Patricio, repleta de fieles. Todos ahí cantamos. Lo asombroso fue que le dio la comunión a mi madre, y a sus cuatro hijos nos puso la copa sobre la cabeza, como un acto de bienvenida maravilloso e imborrable”.

Don Pedro había llegado a Nueva York en coche; debía arreglar algunos pendientes antes de volver a territorio mexicano. La familia se instaló en casa de un primo, en la ciudad de Akron, Ohio, desde donde, días después, tomó un tren hacia Laredo, Texas. Ahí se reunirían otra vez con papá.

“Nos venimos por tierra hasta México, entramos por Tamaulipas el 2 de marzo de 1947 -cuenta don Jorge-. Fue la primera vez que pisé el suelo de este bendito país. Hubo días difíciles: los niños católicos debíamos usar pantalones cortos para distinguirnos de los niños mahometanos. Nos veían raro. Como hablábamos un idioma distinto, los otros niños no nos entendían, y eso generó algunas confrontaciones. Cuando se burlaban, les rompíamos el hocico, aunque en general la recepción de los mexicanos fue maravillosa”.

Don Pedro ya vivía en un pequeño departamento: el 302, en un edificio de la calle de Tonalá 125, en la colonia Roma.

“Cada que paso por la Roma me acuerdo de mi niñez. Me metieron en la primaria Benito Juárez para estudiar el primer año, ahí empecé a sentir a México, ahí aprendí el abecedario y comencé a hablar español, medio champurrado pero seguimos aprendiendo y al poco tiempo ya me sentía un igual, un mexicano más, con muchos amigos”.

UN HERMANO. En el Día Mundial del Emigrante Libanés, la nostalgia permeó cada rincón del Centro Libanés: primero los alrededores de la estatua del emigrante de cara afilada, con la frente cubierta por los dobleces de un turbante, vestido con un chaleco de cuello redondo abierto hasta la mitad del pecho y en cuya mano derecha se sostiene la orilla de un saco de viaje. Obra del artista José Ramiz Barquet, con réplicas en diferentes partes del país y del mundo, incluido el puerto de Beirut. “El emigrante no es un extraño... sino un hermano que nació en otra habitación de la misma casa”, su mensaje.

El eco de las reminiscencias también se multiplicó por el salón principal Baalbek, donde se degustaron muarras de queso, shawarmas, brochetas y empanadas de espinaca, y donde la maestra Lisette Rage ofreció su mejor programa de danzas árabes. Ahí, en un ejercicio desde el alma, cada cual intentó dar su definición más sentida de la emigración, lo mismo de manera presencial o conectado desde tierras lejanas, por la magia de la tecnología.

Sami Nmeir, embajador de Líbano en México: “La osadía es indispensable para llegar a tierras desconocidas, dejando todo atrás, menos los valores. Si Líbano no fuera la patria mía, haría de Líbano mi patria”.

Nabih Chartouni, presidente de la Unión Libanesa Cultural Mundial: “Emigrar no es un paseo agradable, es arrancarse la patria y remover las raíces, inventar otro horizonte, vagar lo desconocido, perderse en intervalos del tiempo, adoptar una nueva patria, afiliarse a un nuevo destino”.

Se anunciaron, a la par, a los ganadores del prestigiado Premio Biblos (por la trascendencia social de su trabajo) al matemático José Antonio Seade Kuri, y a la traductora y poeta Jeannette Lozano Clariond.

MI ABUELO, EL MEJOR. “Por su compromiso con la sociedad y su brillante carrera empresarial y en los medios de comunicación, se entrega el presente reconocimiento a Jorge Kahwagi Gastine”, se escuchó, y brotaron los aplausos. Ahí estaban sus nietos Bernardo y Jorge.

“Qué orgullo tener un abuelo inteligente, valiente, trabajador, que debió sortear una travesía muy dura, pero al final alcanzó todos sus sueños”, decía Bernardo.

“Mi abuelo sacó lo mejor de las dos culturas: la libanesa y la mexicana y, con su ejemplo, nos ha enseñado el camino a seguir”, expresaba Jorge.

Y, otra vez, floreció aquella memoria del 2 de marzo de 1947, el primer día en la nueva patria…

“Me dolió alejarme de mis amigos, de mi entorno, pero México nos acogió con calidez. Me dio una carrera, un doctorado en la UNAM, todos mis estudios fueron generosas aportaciones que el país me dio”, relató don Jorge, de emociones desbordadas.

“No se me olvidan las palabras de mi padre: ´Fuimos recibidos con los brazos abiertos y tenemos que honrar a México, la gratitud tiene muchas formas, pero la más importante es la lealtad´. Y su lealtad perduró hasta su muerte, porque pidió que sus cenizas se quedaran en México, y lo mismo mi madre. Aquí también se quedarán mis cenizas. La gratitud de los migrantes queda probada cuando se pide a los hijos dar lo mejor de sí. Dejamos las raíces allá, pero el tallo y los frutos están aquí.

–¿Qué es entonces emigrar?

–Es derramar una lágrima en el lugar que se deja y aventurarse con gran fortaleza a un rumbo que, primero es desconocido, pero terminas amando con todo tu ser.

–¿El corazón se puede pintar de dos colores?

–No, se pinta de un solo color, que es México. Mi papá siempre me enseñó que primero México y, ante todo, México. Y vale la pena servirlo, porque jamás nos abandonó…