Opinión

El acelerador del progreso

El acelerador del progreso

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hannah Arendt difiere de la concepción de la violencia como el acelerador del progreso y del cambio social, según lo pensaban Marx y Engels con la célebre lucha de clases que culminaría con la dictadura del proletariado

“En esta época, las desigualdades sociales han puesto al descubierto otras formas de dominación y violencia”

Al iniciar el año nuevo es costumbre desear a los familiares y amigos el mejor de los éxitos en los ámbitos de la salud y el progreso material, pero todos intuimos que la realización de estos buenos propósitos se enfrenta a un horizonte oscuro, debido al azote del COVID-19.

De esta manera, las tensiones derivadas de la suspensión total o parcial de las actividades productivas y el distanciamiento social continuarán a lo largo del primer semestre del 2021 y se podrían incrementar, a la postre, nuevos enconos y conflictos, en las relaciones públicas y privadas.

Sin embargo, el resguardo domiciliario también podría aprovecharse para reflexionar sobre los asuntos que dicha calamidad puso entre paréntesis, aunque siguen ahí, en forma latente, para hacer su aparición estelar, cuando los medios informativos aminoren la cobertura de los dolorosos estragos de la pandemia.

Convendría entonces leer el ensayo “Sobre la violencia”, de Hannah Arendt, por su notable profundidad en la especulación de un tema que involucra a casi todas las esferas de la acción humana a lo largo de la historia, y acaso por eso ha sido objeto de estudio –y a veces de justificación y propaganda– de innumerables autores en diversas disciplinas científicas.

Arendt sitúa la problemática en el marco de las protestas sociales y las guerras ocurridas en el siglo XX. Sus referentes son la Revolución Rusa, la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Vietnam, los movimientos estudiantiles de los años 60; las luchas de la población afroamericana en pro de sus derechos civiles y las revoluciones de independencia de algunas colonias europeas de África y Asia.

En principio, la filósofa duda de la agresividad humana como una supuesta herencia biológica, pues nos recuerda que las acciones instintivas del hombre y la mujer, a diferencia de los animales, parecieran tamizadas por el pensamiento y la racionalidad. Hay muchísimos casos donde se observa que las necesidades naturales no desencadenan la violencia o al canibalismo, como sí ocurre en otras especies.

También difiere de la concepción de la violencia como el acelerador del progreso y del cambio social, según lo pensaban Marx y Engels con la célebre lucha de clases que culminaría con la dictadura del proletariado; postura que fue reverenciada por las agrupaciones de izquierda en la centuria pasada, incluido Georges Sorel, para quien el sindicalismo revolucionario sólo podría avanzar mediante el uso de la fuerza. Tampoco está de acuerdo con las posturas de Maquiavelo y Thomas Hobbes sobre las prácticas coercitivas, para consolidar el poder absoluto de los príncipes y menos cree en Max Weber cuando justifica la violencia legítima del estado, para preservar el bien común, ya que la violencia ejercida desde el poder termina por socavarlo y reducir el consenso social que le dio origen.

Hannah Arendt disiente de la ruptura del orden antiguo, mediante la violencia, para establecer uno nuevo; desconoce las posturas vitalistas asociadas al pensamiento de Nietzsche y Bergson, donde impera la creencia en un impulso vital que destruye las viejas estructuras para asegurar la continuidad de las especies, según los principios de la teoría evolutiva de Darwin.

Arendt discrepa de la lucha armada como un acto de viril camaradería patriótica o guerrillera, pues la guerra, también es un drama entre mercenarios y difiere de la retórica de Jean-Paul Sartre, abuelo cariñoso del movimiento estudiantil francés, quien decía que la violencia “como la lanza de Aquiles puede curar la herida que ha infligido”. Arendt toma distancia de la lucha armada anticolonialista de Frantz Fanon cuya obra, “Los condenados de la tierra”, pareciera una manual de procedimientos para alimentar el combustible de la historia.

Nuestra autora establece, entonces, las diferencias conceptuales que le permiten aclarar su postura frente al tema. Para ella, la violencia puede ser individual o de un grupo, ya que se sirve de ese instrumento para lograr un fin y, bajo la perspectiva de la lucha social, se emplea de manera consciente. No obstante, la violencia adquiere dimensiones criminales en los actos terroristas o en las acciones de los regímenes totalitarios o burocráticos, como fueron los casos del nacismo alemán o el estalinismo ruso.

La filósofa aclara conceptos como “potencia”, referida al carácter de las personas; “fuerza”, relacionada con la energía de los movimientos sociales; “autoridad”, investidura de los individuos y las entidades y “poder”, el cual procede de la colectividad y puede concretarse en un sistema democrático.

Asimismo, discrimina entre “poder”, “gobierno” y “violencia”, ya que “el poder corresponde a la esencia de todos los Gobiernos, pero no así la violencia. La violencia es, por naturaleza, instrumental; como todos los medios siempre precisa de una guía y una justificación hasta lograr el fin que persigue.”

Para Hannah Arendt el uso de la violencia nunca podrá ser legítima, como se ha pensado hasta ahora, aunque sí tendría una justificación para preservar los consensos y voluntades de las mayorías representadas en el gobierno; y en el mismo caso estarían los movimientos de protesta y de reivindicación social, pues en ellos la violencia pareciera tener sentido, pero en modo alguno debería ser un plan de lucha para suplir la protesta pacífica.

Arendt deja en claro que la violencia no constituye la razón de ser del Estado o el Gobierno, como lo pensaran los clásicos de la filosofía política, tampoco es una esencia de la especie humana, ya que esta acción tiene un carácter instrumental, vinculado a la potencia del ser y es el individuo o la pequeña colectividad quien decide usarla o no.

En esta época, las desigualdades sociales han puesto al descubierto otras formas de dominación y violencia, ya no solo en los ámbitos de la arena política, como lo estudia Arendt, sino en los niveles del crimen organizado, que en sus enfrentamientos por el dominio territorial ha protagonizado enfrentamientos sangrientos, con un saldo incuantificable de nuestros.

Asimismo, el movimiento por la igualdad de género no sólo ha exhibido el dominio patriarcal sino la violencia artera hacia las mujeres. Por estos motivos, la obra de Hannah Arendt cobra particular relevancia.