Nuestra tragedia: Escuelas con bajos aprendizajes
En el lema “Por mi raza hablará el Espíritu” que honra a la UNAM, Vasconcelos expresaba el
anhelo compartido de que valores como la cultura, las luces y las letras, antes que valores
materiales, hablaran por nosotros, los latinoamericanos.
La idea que la elevación espiritual, cultural, de los mexicanos fue compartido por Alfonso Reyes,
Antonio Caso, Pedro Henriquez Ureña y otros grandes hombres que fundaron nuestra cultura
moderna. Todos ellos soñaban con un México educado, ilustrado, culto, cuya convivencia
estuviera organizada en torno a valores como la bondad, la generosidad, la hermandad y la acción
desinteresada.
¿Cómo llevar a la práctica ese sueño de los padres fundadores de la cultura nacional? Lo sabemos
muy bien. Se necesita construir una educación pública de excelencia, partiendo desde abajo, desde la escuela inicial, una educación de calidad o, si se quiere donde los alumnos aprendan a dominar tanto el pensamiento lógico-matemático, como la estructura gramatical de un argumento.
Esto no está sucediendo. En 2018 el INEE evaluó a alumnos de sexto de primaria y los resultados
que arrojó la evaluación fueron sumamente bajos: 49% fue insuficiente en Lenguaje y 60% fue
insuficiente en Matemáticas.
El problema de la educación no es la cobertura (casi el 100 % de niños asisten a la escuela primaria) sino la calidad. Los aprendizajes. La escuela mexicana está fallando en sus resultados, los niños asisten a la escuela, pero no aprenden.
El resultado es que tenemos una población que posee cada vez más grados escolares, pero que
ignora los conocimientos y habilidades que debía haber aprendido en la escuela. Hay alumnos en la
escuela, pero no hay suficientes aprendizajes. En la sociedad mexicana hay muchos certificados,
pero se han devaluado porque no garantizan los conocimientos, habilidades y actitudes que esos
documentos representan.
El problema de la educación se hace más difícil de resolver porque el presidente López Obrador
se rehúsa a compartir el sueño de Vasconcelos, niega empecinadamente la realidad y sostiene,
contra toda evidencia, que el principal problema de la educación mexicana es la cobertura, no la
calidad. “La calidad, dice, es un término inventado por los tecnócratas para disfrazar su oculto designio de privatizar la educación”.
Vaya despropósito. Si los gobiernos anteriores han hecho algo en educación, ha sido aumentar la
cobertura. Lo hicieron desde el Plan de Once Años de Torres Bodet (1960). La matrícula pasó
de 5 millones de alumnos en 1960 a 30 millones en el año 2000. Y entre el año 2000 y el 2018 la
matrícula creció hasta alcanzar la asombrosa cifra de 37 millones de alumnos.
En ese ciclo extraordinario de expansión escolar, desgraciadamente, se derrumbaron los aprendizajes. No le llamemos “calidad” si el término es tan aborrecido por el Presidente, digamos simplemente que “queremos que los alumnos aprendan en la escuela lo que deben aprender” —es decir, los conocimientos, destrezas y valores morales que los conviertan en ciudadanos inteligentes, participativos y críticos.
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(Nota final y aparte: la crítica que debe hacerse al ideal espiritualista es que es etno-céntrico, es
decir, ignora las culturas originarias. Pero este tema lo abordaremos en otra ocasión).