Opinión

Cambiarnos el "Chip" con una educación que nos conduzcan a la soberanía tecnológica

Dentro de la convivencia electrónica mundial y en medio del avance vertiginoso de la digitalización, los circuitos integrados (chips, semiconductores y microprocesadores) constituyen el “cerebro” del funcionamiento de los componentes o artículos electrónicos que usamos en nuestra vida diaria, siendo indispensables en infinidad de productos, servicios y procesos.

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Así, por su creciente demanda, en el contexto de desarrollo y la innovación tecnológica, podemos afirmar que estos circuitos están destinados a convertirse en el oro o el petróleo de esta era digital, ya que cada vez más productos dependen de ellos para su funcionamiento e interconexión, dando forma a lo que se conoce como “Internet de las Cosas”.

Hoy en día, la elaboración de estos materiales se encuentra en Asia, particularmente en Taiwán y Corea del Sur, quienes concentran el 80 % de la producción mundial; seguidos por Estados Unidos con un 11 %, y Europa con el 9 % restante del mercado internacional.

Sin embargo, con la pandemia su producción se redujo considerablemente, a pesar de que el home office generó también (según especialistas) una demanda exponencial de equipos electrónicos, lo que a su vez dificultó la distribución y logística para su fabricación, generando una crisis en varias industrias, con grandes pérdidas millonarias en el mundo de la economía digital.

De los sectores productivos que más ha resentido esta escasez es la industria automotriz, cuya demanda depende de la incontenible expansión de los sistemas avanzados de asistencia y conducción autónoma; sólo para dimensionar la crisis en el sector, diremos que en la producción de un automóvil moderno se utilizan hasta mil 400 microprocesadores.

Así, en el mundo se dejaron de producir 9.5 millones de unidades, de las cuales 2.5 millones correspondieron a Estados Unidos (de acuerdo a la Industria Nacional de Autopartes); Corea y Japón, en conjunto, tuvieron que frenar su producción en un millón 682 mil autos, es decir, 18 % del total de las afectaciones, y en nuestro país se dejaron de producir 603 mil 329 vehículos.

Con la finalidad de acabar con la dependencia que se tiene con los productores asiáticos de circuitos integrados, las empresas y gobiernos de los países europeos y americanos han iniciado la búsqueda de otras alternativas. En este sentido, la Secretaría de Economía de México sostuvo que el país podría construir sus propias fábricas en el sur del territorio nacional, sin descuidar las inversiones de empresas extranjeras. Así mismo, a través del llamado Diálogo Económico de Alto Nivel (DEAN) entre Estados Unidos y México, celebrado en Washington, ambas naciones acordaron hacer más competitivas las cadenas de suministro compartidas, especialmente para semiconductores.

La tarea no es fácil y los logros a corto plazo todavía son inalcanzables, debido a la aplicación elevada de recursos económicos, a la complejidad de la manufactura y a los procesos productivos que requieren de personal altamente calificado, por lo que la formación del capital humano debe ser prioritaria y permanente para que pueda responder a la demanda de este valioso recurso.

Contribuir a solucionar en el mundo la escasez de chips, semiconductores y microprocesadores, buscando la soberanía tecnológica en el escenario de competencia mundial, es un reto que México puede enfrentar al poner en juego todos sus recursos naturales y humanos, pero sobre todo unificando las estrategias y los esfuerzos de sus instituciones, fundamentalmente de las educativas.

Es a través de la creatividad y el fomento a la innovación en niños, adolescentes y jóvenes, mediante las diferentes modalidades formativas y niveles educativos, como se puede lograr que México (aún en la continuidad de la pandemia) se coloque, incluso como socio estratégico, en la vanguardia de una industria que está marcando ya el futuro de la humanidad.