Opinión
Fran Ruiz

Hugo Chávez se murió a tiempo para no ver el descalabro

Cuentan que cuando Hugo Chávez fue diagnosticado de cáncer en fase avanzada lloró amargamente por no haber hecho caso a tiempo a los médicos que le aconsejaban amablemente (quién iba a atreverse a ordenarle) que se checara la molestia que le perseguía y ese bulto que se notaba en el vientre bajo. Tenía tantos abrazos que dar al pueblo que lo aclamaba y se sentía tan convencido de que su fuerza invencible (en octubre de 2012 ganó su cuarto mandato consecutivo) se debía a que fue el elegido para resucitar el espíritu de Bolívar en el siglo XXI, que no se dio cuenta de que los tumores no entienden de ideologías ni misticismos.

Así que, cuando se secó las lágrimas y aceptó que era un simple mortal, se puso de inmediato a trabajar para que su legado permaneciera inviolable, de manera que el chavismo continuara sin Chávez y culminará su sueño de convertir a América Latina en lo que ya era Cuba desde hacía décadas: una fortaleza contra el imperialismo yanqui y la democracia liberal.

En esos meses de agonía televisada (en los que intentó que los médicos cubanos obraran el milagro), Chávez tuvo tiempo no sólo de preparar su propio funeral, sino, sobre todo, de convencer al Ejército de que quien fuera entonces su canciller, Nicolás Maduro, era su elegido para continuar la revolución; que aunque no se formó en la disciplina castrense, como él, sino que empezó ganándose la vida como conductor de camiones, era más papista que el Papa (o posiblemente les dijo a los generales de las Fuerzas Armadas Bolivarianas: más chavista que Chávez).

La cosa es que el comandate Chávez acertó, aunque a medias.

Si bien es cierto que logró que el pueblo llano lo elevara al altar celestial donde le esperaban el Libertador (cuyo fervor místico lo llevo en momentos de su mandato casi al paroxismo) y Jesucristo (su otro héroe); con el paso del tiempo el vértice que cojea de esa santísima trinidad es precisamente el suyo, tras quedar en evidencia el fiasco del modelo bolivariano y la escasa movilización popular para honrarle en su décimo aniversario luctuoso.

Pero, quizá el mayor logro de Chávez haya sido, precisamente, la continuidad del chavismo una década después y con el liderazgo que él quiso, con Maduro en el poder y con el Ejército fiel, gracias a que el actual mandatario hizo exactamente lo que tenía que hacer: consentir a los uniformados, llenarlos de privilegios, como hacen Daniel Ortega en Nicaragua, Miguel Díaz Canel en Cuba o (por si acaso) Andrés Manuel López Obrador en México; y no hizo en Bolivia el derrocado Evo Morales o en Honduras el derrocado Manuel Zelaya.

Quienes se preguntan cómo habría actuado Chávez de haber estado vivo en está década horrorosa para la democracia en Venezuela (seis millones de refugiados en otros países, lo nunca visto en el continente americano en la era moderna) siempre les quedará el beneficio de la duda; pero, basta con repasar su mandato en los últimos años de su gobierno para llegar a la conclusión de que habría sido, básicamente, la versión original de lo que hoy es Maduro: presos políticos torturados en la cárcel sin el debido proceso judicial, prensa independiente censurada o clausurada, mandos militares inexpertos en puestos directivos en empresas estratégicas como PDVSA, y súbditos que le ríen todos los chistes a cambio de petróleo barato, como los ya mencionados Ortega y Díaz Canel.

Pero Chávez no era tonto y en el fondo sabe que, por mucho floritura que eche la propaganda chavista sobre su vida y obra; por muchos telegramas de recuerdos entrañables que envíe líderes mundiales, como el brasileño Lula y ¡hasta Putin! desde la Madre Rusia; lo cierto es que su revolución “socialista del siglo XXI” fracasó porque ninguna ciudadanía con sentido común de la región quiere acabar en el hoyo como Venezuela, Cuba o Nicaragua. Punto.