Opinión

Lo fundamental en las aulas

Otra vez volvemos a la vieja confiable de descargar en las ciencias penales, el peso muerto de conflictos sociales que tienen raíces mucho, pero mucho más profundas, que lo que vemos o escuchamos en redes sociales acerca de seres de carne y hueso, con vicios y virtudes, claroscuros, bondades y áreas de oportunidad quienes, por diferentes razones, por dolo o descuido, incurren en la comisión de un delito.

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Se dice mucho y se dice fuerte y, aun así, no termina por dimensionarse que la reacción punitiva y una pretensión preventiva fallida, no son la panacea para contener y menos aún para abatir el fenómeno delictivo, sino solo un instrumento efectivo siempre y cuando se le vincule con otros tantos programas, políticas, ciencias aplicadas, etc.

Saturar al Derecho Penal con un robusto listado de finalidades, no sólo es desnaturalizarlo con expectativas irrealizables, sino condenarlo a un fracaso monumental por la elevadísima tasa de impunidad a la que se enfrenta y la percepción social de inutilidad que produce. En el fondo, hallamos una muy errónea idea de que el Derecho Penal es autosuficiente u omnipotente como si, por su sola existencia y por decreto, los delitos dejaran de ocurrir.

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Especial.

Uno de los grandes retos de la disciplina penal, especialmente desde la silla del órgano de acusación, ya sea para obtener elementos de cargo como también -e incluso más- los de descargo, consiste en superar la limitada práctica de la investigación de escritorio, epistolar y/o por oficios y complementarla con una investigación de campo que sólo puede cristalizarse con la formación de cuadros. Me refiero a un número suficiente de científicos forenses, especializados en las más diversas disciplinas que coadyuvan al cumplimiento del objeto de todo proceso penal: esclarecimiento de los hechos, combate a la impunidad, protección a la víctima y la reparación del daño.

La labor de procuración y administración de justicia -especial, pero no exclusivamente la penal- no puede entenderse ni colmarse sin la intervención de las ciencias forenses, pues sólo quienes poseen conocimientos científicos, técnicos o prácticos especializados, son capaces de aportar a la defensa de las personas acusadas, al ministerio público que formula la acusación y ante el tribunal que resuelve una causa penal, conclusiones, dictámenes, opiniones o peritajes acerca de hechos, circunstancias o evidencias relevantes, útiles para esclarecer los hechos investigados a la luz de una mirada muy distinta a la que puede advertir, en solitario, un profesional del Derecho. Lo apasionante del asunto radica precisamente en el necesario proceso simbiótico entre el Derecho y las ciencias forenses. Sin el jurista, la ciencia forense carecería de un basamento cierto para la concreción de su objeto de estudio y sin el científico forense, el jurista afrontaría decisiones con una sesgada visión de los hechos. En uno u otro caso, el anhelo social de justicia permanecería precisamente en esa calidad.

Sé bien que tenemos un buen rato estancados con condiciones económicas, sociales, culturales no necesariamente óptimas, deseando una transformación, un verdadero estado de bienestar y, sin embargo, lo fundamental, la materia prima para superar ese status quo está dada. El capital humano, la voluntad de las nuevas generaciones es el combustible para echar a andar cualquier proyecto de nación, desde luego transexenal, a mediano o largo plazo, en que, desde nuestros respectivos ámbitos de incidencia, debemos centrar nuestros esfuerzos.

Ahora que en la Universidad Nacional Autónoma de México hemos vuelto casi de manera absoluta presencialmente a las aulas, me contagian con su vitalidad -como cada semestre- jóvenes estudiantes de las licenciaturas en Derecho y en Ciencia Forense entusiasmados por conocer más, por crecer personal y profesionalmente, pero también por consumar un compromiso de vocación social, de aportar el máximo de sus capacidades al desarrollo de México, movidos por la firme convicción de que las cosas siempre pueden estar mejor, de que son ellas y ellos quienes pueden inclinar la balanza hacia el lado correcto. Ese es el espíritu pujante de las y los universitarios.

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