Cultura

Ciudad-crisol de tradiciones

Divina modestia

Porta Coeli (Iván Guevara Ramírez/Iván Guevara Ramírez)

La mayoría de los mexicanos convergen en alguna rama del cristianismo, pero esto no significa homogeneidad, más allá del marco confesional en el que La Colonia confinó el alma novohispana, México extiende un colorido y variopinto credo multicultural donde la heterodoxia ha creado algunas joyas que bien valdría la pena visitar.

Ortodoxia

En la colonia Roma Sur se ubica una iglesia diminuta que, allende sus dimensiones, representa el corazón de la ortodoxia cristiana en la Ciudad de México. Se trata de la Catedral Ortodoxa de San Jorge, orgullo y estandarte de la Iglesia Cristiana Antioquena de México.

La iglesia fue inaugurada y consagrada a San Jorge en septiembre de 1947 y, desde entonces, ha sido el lugar de oración de decenas de fieles ortodoxos palestinos, sirio-libaneses, rusos, griegos, serbios y búlgaros, además de los cientos de mexicanos que han abrazado la ortodoxia a lo largo de los años.

Bajo cúpulas doradas que siguen los típicos trazos que asemejan a una cebolla partida a la mitad, el recinto ha crecido como un refugio para la fe de diversas comunidades cristianas empujadas a la diáspora y el exilio, de manera que hoy día ofrece su espacio a todos los miembros de la comunidad ortodoxa, sean o no antioquenos.

Cristianos Antioquenos

En el cristianismo, los antioquenos son miembros de la Iglesia Ortodoxa Griega fundada en Antioquía, hoy Antakya, en la provincia turca de Hatay. De acuerdo con el mito fundacional, esta rama emanó directamente de los apóstoles Pedro y Pablo. Actualmente, los antioquenos suman unos 4,3 millones en la diáspora mundial.

La Catedral Antioquena de San Jorge es sede de la arquidiócesis de México, Venezuela, Centroamérica y el Caribe.

Neogótico

Justo en el corazón de la Juárez, a tan solo unos pasos del Paseo de la Reforma, encontrarás la Parroquia del Santo Niño de la Paz, también conocida como la Parroquia de Praga.

El nombre no es casualidad, pues se trata del único templo de la ciudad de estampa neogótica, afín a las iglesias alemanas, austriacas y checas de finales del siglo XIX.

Promesa

Capilla del Santo Niño de la Paz

La historia de la parroquia es tan fina y curada como la rica y ornamentada cantera que la sostiene entre rosetones, gabletes y columnas estriadas.

El templo fue concebido en 1921 por Doña Catalina de Escandón, matriarca de esta rica y acaudalada familia porfirista, cuyo más suntuoso solar se hallaba en el Centro Histórico, justo a un lado del Palacio de los Azulejos, donde hoy se encuentra el Banco de México.

En el predio de Praga se encontraba el oratorio privado de los Escandón hasta que, en 1911, Doña Catalina prometió al Papa Pío X construir el templo para albergar una imagen del Niño Dios que él mismo bendijo y le obsequió.

Hacia el final de los años 20 la política anticlerical del presidente Plutarco Elías Calles sumió en la clandestinidad al templo, logrando sobrevivir solo gracias a las conservadoras familias de la colonia.

Concluida la persecutoria gestión de Calles, el gobierno autorizó la reapertura de la iglesia y así el culto público al Santo Niño de la Paz se mantiene vigente hasta el día de hoy.

Allende su arquitectura, tan poco común en nuestra urbe barroca y neoclásica, y de su vínculo con la poderosa y longeva familia Escandón, la Parroquia del Santo Niño de la Paz guarda una última curiosidad:

Además de las misas regulares entre semana y en domingo, la iglesia ofrece servicios dominicales en lengua coreana. Muy probablemente para satisfacer las necesidades espirituales de algunos de los nuevos vecinos de esta colonia.

La catedral griega

Greco Melquita (Iván Guevara Ramí/Iván Guevara Ramírez)

Porta Coeli es un tesoro muy poco conocido de la Ciudad de México, su fachada, de estilo neoclásico, pasa casi desapercibida entre un mar de vendimia y el griterío del ambulantaje que reviste al Centro Histórico.

De enclave dominico a iglesia greco-melquita

La iglesia data de 1711 y fue un punto de entrada para el sobrio neoclasicismo que vestiría a la ciudad durante todo el Siglo de las Luces. Originalmente, el sitio perteneció al Colegio Dominico y, como muchas otras propiedades en la cuadra, sirvió a sus intereses.

Tras la Reforma, los liberales se hicieron de la propiedad y se sirvieron de ella como archivo gubernamental hasta 1952.

Fue hacia el final del siglo XIX, cuando arribó a México un mosaico migratorio que incluía gente procedente de Líbano, Jordania, Siria y Egipto, que comenzó a formarse una comunidad greco-melquita.

En la segunda mitad del siglo XX, el Papa en Roma reconoció oficialmente a esta comunidad y el gobierno de la ciudad concedió a los melquitas el antiguo archivo para que levantaran su iglesia.

Así, Porta Coeli se convirtió en la catedral greco católica y melquita de México.

¿Greco-melquita?

Porta Coeli es un baluarte de la Iglesia greco-melquita, es decir, de una de las veinticuatro iglesias que conforman el catolicismo.

Lo que verás aquí será el deleite visual de la Iglesia de Oriente, con graves y soberbias muestras de arte sacro griego y áureos mosaicos bizantinos que testifican la tradición litúrgica constantinopolitana venida a México gracias a estos migrantes.

En el rito greco-melquita, el griego y el árabe son las lenguas de la liturgia, a diferencia del rito romano, donde tal lugar lo ostenta el latín. Por esta razón, verás grafías en árabe y en griego que revisten los mosaicos y las imágenes.

Además, justo en el altar, verás los estandartes de Líbano y del Vaticano. Una de las banderas representa la ola migratoria procedente de la región conocida como el Levante Mediterráneo y la otra, presume el cobijo de Roma y el abrigo del Papa.

El Señor del Veneno

Porta Coeli custodió una poderosa imagen a la que muchos atribuyen grandes milagros, pero solo uno creó toda una leyenda.

Se cuenta que su ahora Cristo Negro, alguna vez fue de un pálido y amarfilado blanco, hasta que salvó de ser envenenado a Fermín Andueza. Este afable y muy generoso hombre de negocios, que vivió a la vecindad durante el siglo XVIII, solía visitar al Cristo y besar fervientemente sus pies.

Un día un celoso enemigo de Fermín untó un poderoso veneno en la figura, para asesinar con su acción al hombre cuando éste acudiera al templo para rezar al Cristo. Según explica la leyenda, el Cristo comenzó a sudar y a mudar gradualmente su color de blanco a un negro profundo y abisal. Fermín halló negro a Cristo, descubrió la conspiración y comprendió que el Señor del Veneno había absorbido la fatal sustancia y, con ello, salvó su vida.

Sea como fuere, la efigie es sumamente famosa, tanto que los dominicos la trasladaron a la Catedral Metropolitana para mantenerla a salvo. Allí es donde reside hasta hoy.

Guardia de la tradición

De chiluca, tezontle y cantera, la Capilla de la Inmaculada Concepción tiene más de dos siglos como el hito de estilo barroco más representativo de Salto del Agua, claro, a la par de su famosa fuente. Desde 1750 esta capilla se ha mantenido en excelentes condiciones; turbulencias, guerras y el reformismo urbano la han respetado casi providencialmente.

Hoy día, el templo reposa aislado sobre el Eje Central, pero en su interior la tradición palpita cándidamente.

Último refugio del latín

Capilla de la Inmaculada Concepción (Iván Guevara Ramírez/Iván Guevara Ramírez)

Hoy, la capilla es administrada por la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, una sociedad clerical fundada por Juan Pablo II para la preservación de los ritos antiguos.

Entre los ritos que la Fraternidad conserva, se encuentra la Misa Tridentina, es decir, la celebración extraordinaria del rito latino en el que la misa se desarrolla en latín.

Aquí la historia y las viejas costumbres demandan que los servicios se realicen mirando hacia el oriente, hacia Jerusalén, las mujeres llevan velo, las alabanzas se entonan musicalmente y el canto gregoriano insufla gloria al recinto.

Desde que, en 1970, el Norvus Ordo del Concilio Vaticano ll provocara el desuso de la Misa Tradicional, son pocos los lugares en el mundo donde podemos hallar una Misa Tridentina. Bueno, resulta que este sitio, en la CDMX, es uno de esos lugares.

Divina modestia

Modestos pese a su importancia, todos estos recintos son relatos milenarios que consiguieron echar raíces y crear comunidad en México. Laten como seres sintientes en un afán por colocarse como ejes de un mundo cargado de exilios y éxodos cuyo alfa y omega es la fe.

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