Cultura

El libro Homenaje a Manuel Felguérez (1928-2000), presentado en la Rectoría General de la UAM, entrelaza crítica, afecto y archivo en torno a un artista irrepetible

Legado de Manuel Felguérez, en diálogo franco con el presente

Volumen. El libro no se limita a la memoria ni a la nostalgia; es una invitación a repensar el arte como gesto crítico y acto de lenguaje. (UAM)

En pleno auge del arte moderno en México, cuando aún era impensable asociar el arte con las computadoras, Manuel Felguérez dio un salto visionario y su incursión en el uso de algoritmos para generar formas visuales rompió con los límites tradicionales del quehacer artístico y sentó un precedente en el diálogo entre arte y tecnología.

Hoy, su legado vuelve a cobrar fuerza con el libro Homenaje a Manuel Felguérez (1928-2000), presentado en la Rectoría General de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), en un acto que fue como un homenaje al trabajo del artista con la investigadora mexicana doctora Louise Noelle Gras y la coordinadora general de Difusión de la Universidad, doctora Yissel Arce Padrón.

Noelle Gras evocó la dimensión histórica que acompaña este proyecto y recordó cómo los cambios sociales de 1968 sacudieron no solo a las instituciones políticas, sino también al arte y sus modos de legitimación. “La propia UAM, nace en ese espíritu de ruptura, al igual que la máquina estética del artista plástico, quien no dudó en preguntarse –en medio de las convenciones artísticas del momento– “¿por qué no usar una computadora para crear arte?”.

“Ese ´¿por qué no?´ se convirtió en una filosofía que guio el trabajo en Harvard, donde, gracias a una beca Guggenheim, tuvo acceso limitado, pero significativo a una de las computadoras más potentes de la época, con tarjetas perforadas y comenzó a generar dibujos en cadena a partir de algoritmos que tradujo posteriormente en esculturas y pinturas. Esos primeros bosquejos generados por máquina no eran obras acabadas, sino semillas de formas que solo él podía traducir en composiciones expresivas”, comentó.

Junto a su esposa Mercedes Oteyza, quien lo acompañó y documentó este proceso con admiración y complicidad, Felguérez encontró en la máquina no un reemplazo del arte humano, sino una nueva herramienta para expandir los límites de lo posible, aseveró.

La publicación (2023) incluye reflexiones de personalidades como Marina Lascaris, Francisco Castro Leñero y Manuel Marín, todos ellos cercanos al artista, quienes revelan una faceta menos documentada, pero igual de esencial: el amigo, generoso y perseverante. “Sus voces, cargadas de cariño y admiración, hacen del libro una obra coral que entrelaza análisis crítico con memoria personal”, apuntó la investigadora.

Recordó la Expo Universal de Osaka en 1969, cuando el gobierno mexicano, por primera vez, encargó a artistas abstractos como Felguérez, entre otros, la creación de grandes murales para el pabellón nacional. “Aquella decisión marcó un punto de quiebre, pues México abandonaba el paradigma del realismo socialista y apostaba por mostrar una cara moderna, plural y estéticamente renovada ante el mundo. Las obras de aquella exposición, rescatadas del olvido por el propio artista, están hoy resguardadas en el Museo de Arte Abstracto en Zacatecas”.

Durante la presentación, la doctora Arce Padrón comentó que el pintor y escultor mexicano no trabajaba la abstracción desde el aislamiento. “Sus piezas, aunque geométricas o algorítmicas, están marcadas por el pulso de su tiempo: por la densidad política de los años setenta del siglo pasado, por la crítica al realismo socialista dominante en América Latina, por el deseo de articular una estética que no estuviera subordinada a lo temático, sino que implicara una verdadera renovación formal”.

Esa dimensión formal, lejos de ser decorativa o neutral, se revela como política en sí misma. “La arquitectónica social que menciona Octavio Paz al referirse a Felguérez cobra pleno sentido cuando se piensa en el vínculo simbólico entre el artista y el diseño institucional de la propia UAM: sus Unidades, su programa cultural, sus colores. Porque el arte, en su acepción más amplia, también construye universidad”.

El libro no se limita a la memoria ni a la nostalgia; es una invitación a repensar el arte como gesto crítico y acto de lenguaje. Su diálogo con las máquinas en la década de 1970 no fue un capricho técnico, sino una declaración de apertura: a nuevas formas, nuevas lógicas, nuevas preguntas.

Desde las palabras de Noelle Gras y Arce Padrón, se recobró la figura del creador y la situó en su justo lugar: como uno de los grandes arquitectos de la modernidad plástica mexicana, hoy más que nunca sigue generando nuevas maneras de ver y de estar en el mundo.

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