
Con un reloj de bolsillo gigante colgado del techo, el artista mexicano Pablo Vargas Lugo da la bienvenida a los visitantes de su nueva exposición, ‘Omega’, un intento de encapsular una vez más el curso del tiempo en esta época en la que el ritmo de vida es vertiginoso.
“Las cosas están pasando a una velocidad frenética. Estamos viviendo cambios que no nos imaginábamos que iban a ocurrir así como están sucediendo”, explica el autor a EFE sobre esta muestra ubicada en el centro Labor de la Ciudad de México.
Esta “resurrección como zombies” de algunas corrientes o filosofías nacen del “deseo de revertir” políticas que antes eran consideradas como “progreso” y regresar a otras “formas de conocimiento” que pueden llegar a ser “bastante destructivas”, afirma.
Además de la pieza principal del reloj, Vargas Lugo expone tres mandalas llamados ‘Grand complicación, Wrong Mandala I, II y III’, que representan los sentidos de todo el mundo que “hacen olvidar el paso del tiempo” y nos lo desvelan como “un enigma”.
Para el natural de la capital mexicana (1968) esta exposición es un intento más en su extensa carrera de abordar el flujo de los años, como hizo en su momento con la exhibición de relojes computarizados o calendarios maya.
“Siempre he tenido esta idea del tiempo dirigido como una flecha hacia un final, hacia un objetivo o el tiempo como ciclo o éxtasis, un estado que tú puedes reducir a un momento en el cual tú puedas concentrarte”, desarrolla.
Conservadurismo en el arte
Respecto al estado de vida que atraviesa el arte, reconoce que se empieza a observar “cierto conservadurismo” en esta disciplina, y destaca el giro en la producción de las obras hacia lo “introspectivo” e incluso “sentimental”.
“Hay algo más incluso en los medios mismos y en cómo se propone la idea del artista frente a la obra y el mercado, o el público. El mercado del arte empezó a acumular un poder de decisión que antes no tenía dentro del medio”, apunta.
Esta tendencia choca con los intereses del sector que intenta vender nuevas experiencias, como la inclusión de perfumes en los cuadros expuestos en un museo o interacciones con la obra a través de los sentidos del tacto o el oído.
“Como artistas decidimos un rango de acción, si no hay un control pues entonces la obra pierde, se desdibuja”, argumenta sobre la interacción como juego entre el objeto y el público, actividad que considera poco preferente.
‘Omega’, expuesta hasta el próximo 7 de septiembre, permite girar este reloj escultórico de grandes dimensiones como si fuera un péndulo, una interacción que el autor destaca haber ofrecido en anteriores obras en las que sus visitantes observaron cómo usaba el sonido, movimiento, o el tacto para “crear ilusiones”.
Sobre la escasez de nuevas ideas en el medio, Vargas no todo lo atribuye al mercado, sino también a la falta de “espacios públicos” en México que permitan exponer obras durante un periodo prolongado, una cualidad “que sí existía en otras generaciones artísticas”.
En esa misma línea trajo a la luz recintos como el Centro de las Artes de San Agustín (CASA), creado en su momento por el artista plástico mexicano Francisco Toledo (1939-2019), donde se alojan grandes exposiciones y talleres financiados por mecenazgo de artistas jóvenes que se “juntan en un mismo espacio” para crear.