Cultura

“Es importante señalar que, como lo dijimos en la sesión anterior, el tema de la discriminación, de los malentendidos que surgen a partir de quienes son distintos”, añade el escritor

Lessing y Coetzee “representan la búsqueda por entender lo que es alguien radicalmente diferente”: Juan Villoro

Escritor. Juan Villoro impartió la conferencia “Doris Lessing y J. M. Coetzee: La dicotomía de civilización y barbarie”. (Colnal)

Doris Lessing y J. M. Coetzee no sólo se encuentran unidos por la lengua en la que escribieron, la inglesa, por la importancia de sus obras o por haber recibido el Premio Nobel de Literatura, sino porque nacieron en África y, como pocos, “representan la búsqueda por entender lo que es alguien radicalmente diferente”, aseguró el escritor Juan Villoro, miembro de El Colegio Nacional, al dictar la cátedra “Doris Lessing y J. M. Coetzee: La dicotomía de civilización y barbarie”, como parte del ciclo El desafío del otro. Náufragos, exiliados y migrantes en la literatura.

“Es importante señalar que, como lo dijimos en la sesión anterior, el tema de la discriminación, de los malentendidos que surgen a partir de quienes son distintos, tienen un eco político contemporáneo muy importante. Estamos ante un tema de gran actualidad, pero del que la literatura nos da señales desde hace mucho tiempo y es lo que justamente estamos revisando en este ciclo”.

Antes de empezar con el acercamiento a dos ejemplos de la obra de Lessing y de Coetzee, el cuento “El viejo jefe Mshlanga” y la novela Esperando a los bárbaros, recordó un ensayo “muy brillante de Umberto Eco, uno de esos pensadores que, de manera insólita, combinan el sentido del humor y el ingenio con la erudición”, un analista muy profundo del lenguaje y de la cultura que no le impidió también ser un narrador con anécdotas sumamente irónicas y reveladoras.

“Una de ellas tuvo lugar a partir de lo que vivió en un taxi en Nueva York: el taxista era de Pakistán y empezó a hacer conversación con el ensayista italiano y un poco para entender cómo era Italia, lo primero que le preguntó a Umberto Eco fue: ‘¿quiénes son sus enemigos?’. Le sorprendió que se definiera a un país a partir de contra qué otro país estaba y pensó que, en ese momento, quizá Italia solamente estaba contra sí misma, como muchas veces pasa en los países que están divididos y polarizados”.

A través de esa anécdota, Eco empezó a reflexionar en la necesidad que muchas culturas han tenido de justificarse a partir de un adversario, hasta llegar a la conclusión de que el enemigo se caracteriza casi siempre por tener una diferencia, es decir, para justificar que “es alguien que no nos conviene, setrata de alguien distinto y lo más fácil, por supuesto, para que alguien sea distinto es que se trate de un extranjero, de alguien de otro país, otras costumbres, otra lengua”.

“Una de las características del adversario es precisamente que no habla bien nuestro idioma: la palabra bárbaro viene, en su origen justamente, de alguien que habla mal, alguien que tartamudea. El no hablar bien lo distingue como una persona diferente y, por lo tanto, puede calificar como adversario; ahora bien, lo significativo no es que estos enemigos realmente nos estén amenazando, sino que parezcan una amenaza. El sólo hecho de que representen una posible amenaza hace que nosotros, por comparación, realcemos nuestra virtud y digamos, ‘nosotros no somos como ellos, somos mejores, porque somos diferentes’ y a esta tradición han contribuido no solamente fanáticos nacionalistas, sino a egregios, intelectuales y escritores que, de una manera o de otra, en mayor o menor medida, han escrito fragmentos discriminatorios contra otras comunidades”.

La mirada de Lessing

Debido a la imposibilidad de analizar toda la obra de ambos autores, el colegiado se centró en un cuento de Lessing y en una novela de Coetzee, los cuales condensan “de manera extraordinaria todos los predicamentos de entender al otro”.

Doris Lessing nació en 1919 en lo que ahora es Irán, donde sólo vivió cinco años antes de regresar a Inglaterra, donde su padre tuvo la idea de irse como emigrante a África y poner una granja. En sus libros de memorias recordaba la dificultad de crecer en ese entorno y, al mismo tiempo, la belleza imponente del paisaje y la naturaleza de África; además, “siempre tuvo una pésima relación con su madre, una mujer muy racista y discriminatoria”.

“A los nueve años de edad la enviaron a un internado de monjas y ahí en algún momento le prohibieron la lectura, porque consideraban que una niña no tenía por qué estar leyendo esas aventuras que, probablemente le iban a traer malas influencias, como Robert Louis Stevenson Dickens, por lo que le pidió a sus padres que le exigieran a la escuela que la dejaran leer”.

El cuento analizado por Juan Villoro lleva por título “El viejo jefe Mshlanga”, el cual forma parte del libro Cuentos africanos. El relato tiene como protagonista a una niña que luego se convierte en adolescente y comienza con una descripción del paisaje africano, una descripción de la vasta naturaleza los árboles y, sobre todo, se concentra en el elemento central de África, que es el sol, “que cae con una fuerza casi escultórica: esculpiendo todo lo que toca”.

“Entonces mientras afuera el sol está haciendo su trabajo demoledor, ella lee libros de hadas y de brujas en bosques nevados, hay un desencuentro entre lo que una niña de familia acomodada y blanca lee y su realidad; en un pasaje dice respecto a la chica ‘no era capaz de ver un árbol masa’, supongo que es un árbol típico de la región, sus libros contaban historias de hadas extranjeras y sabía cómo eran las hojas de un Fresno o un roble, conocía vegetaciones extranjeras por sus nombres, por la descripción, pero no sabía cómo describir el mundo que la rodeaba.

“La discriminación empieza con la representación de la realidad, es una representación falseada donde la gente considera que hay cierto prestigio en las cosas extranjeras —nosotros no somos ajenos a este colonialismo, hay ciertos lugares o comercios que tienen nombres europeos o de Estados Unidos para prestigiarse— y para la niña que vive en una comunidad blanca, pero muy aislada porque es una granja, los negros son para ella figuras intercambiables que duran unos meses en la casa y se van, se habla de ellos de acuerdo al rendimiento que tienen: si son muy serviles, se les elogia y se les trata mejor, si no se les critica, pero son personas sin individualidad”.

En su lectura, el narrador encuentra algunos elementos de Juan Rulfo, como la palabra “despojo”, repetida una y otra vez, al grado que el escritor mexicano filmó un cortometraje de 16 minutos llamado así, donde muestra cómo los pueblos originarios de México han perdido sus tierras, porque han sido expulsados de ellas.

Eso mismo sucede con la aldea del Jefe Mshlanga, situada sobre un lugar totalmente fértil, un campo perfectamente cuidado, porque era una comunidad que tenía una relación orgánica con la naturaleza, con esa cosmovisión de la naturaleza han conservado, pero de ese tesoro va a disfrutar un blanco que no hizo nada para merecerlo, con lo cual “esa naturaleza extraordinaria es la futura riqueza de un hombre blanco”.

“En este relato breve vemos las transformaciones de una persona que no ha tenido mayor preparación para entrar en contacto con temas de discriminación ni nada: se trata de una niña, pertenece a una comunidad blanca, ha sido educada al modo europeo, leyendo cosas distantes y poco a poco, con sus propios medios, empieza a entender que el otro puede tener razón e, incluso, que el otro puede ser superior.

“Ahí hay una lección profunda que es justamente la de pasar, como nos decía Umberto Eco, de pensar que el otro necesariamente por ser diferente es enemigo a considerar que el otro sí es distinto, pero esa diferencia lo puede hacer incluso racionalmente superior a nosotros; es realmente un encuentro espléndido de dos culturas difíciles de comunicarse y que, sin embargo, a partir de una persona que no tiene particular adiestramiento para hacerlo, encuentra un camino personal sensible para romper con los estereotipos y los prejuicios de su tiempo”.

Contra la censura

J. M. Coetzee, quien además alguna vez estuvo en El Colegio Nacional a invitación de Carlos Fuentes, nació en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1940, aun cuando pasaba la mayor parte de sus vacaciones en una granja que determinó su vida, al grado de escribir en una autobiografía que tenía dos madres: una mujer y una granja, pero ningún padre. Para él ese territorio es absolutamente esencial, un territorio tan grande que podía ir de cacería sin salir nunca de la propiedad.

“Sin embargo, él crece teniendo esta relación muy estrecha con el campo, con la tierra, con la naturaleza, pero sintiéndose muy ajeno a las dos comunidades a las que puede pertenecer: los ‘afrikaners’, holandeses que se han establecido en Sudáfrica, que suelen pertenecer o la mayoría de ellos a una tendencia nacionalista, muy racista y que van a fundar el apartheid que considera que la comunidad negra es de segunda; también hay una comunidad inglesa importante, toda su formación se da en esa lengua y no se siente ni afrikaner ni inglés.

“Esta desubicación lo hace buscar un destino cultural superior; además, estar en un lugar donde empieza a cobrar conciencia de una injusticia terrible: tanto en Rhodesia como en Sudáfrica se podía hacer un cálculo de que por cada 100 mil blancos había un millón de negros y la gran situación paradójica es que este millón de negros estaba al servicio de los blancos, había una asimetría en cuanto a dominación verdaderamente tiránica, absoluta”.

Aquella fue una situación que provocó que el escritor saliera de Sudáfrica, al grado de llegar a escribir en su autobiografía “Sudáfrica fue un mal comienzo”, su pertenencia la sentía como una desventaja, pero la logra revertir en su favor , al irse a Londres, con un capital de experiencias africanas que no tienen ningún autor inglés.

Esperando a los bárbaros es una novela que habla mañosamente de Sudáfrica, porque nunca da ningún detalle sudafricano, no da una sola referencia, no da una fecha, no da toponímico. Es una alegoría, un país, dijo el propio escritor, en el que nunca he estado y, sin embargo, es su país, pero el hecho de que escriba de esta manera “hace que la censura nunca le prohíba un libro, a veces los confiscan, mas nunca los prohíben.

Cuando recibió el premio Nobel, Coetzee recordó que ya le habían otorgado en sendas ocasiones el Premio Booker, los reconocimientos más importantes de Sudáfrica, el Premio Nobel, “pero nunca recibí el premio que yo más quería: que me censuraran un libro en Sudáfrica, quería merecer la censura”.

“Hay un estudio muy interesante y es que parece ser que Coetzee empezó a llamar tanto la atención que los propios censores se empezaron a pelear por leerlo antes que nadie y un grupo de sensores, los más cultos y los más refinados, se pusieron de acuerdo para dejarlo pasar; parece ser que hubo como una conspiración inteligente que lo benefició, aunque él quería tener ese orgullo de que lo censuraran”.

Esperando a los bárbaros es la historia de un magistrado en un asentamiento fronterizo de un imperio sin nombre, cuya existencia se ve alterada por la llegada de un coronel que tortura a los “bárbaros”, lo que genera en él una crisis de conciencia: el pueblo está hecho por gente que ha llegado a vivir en torno al cuartel y se supone que ellos tienen que defenderse de los bárbaros que, en realidad son los nómadas, los antiguos dueños de ese territorio, pero se han vuelto nómadas, porque los han ido expulsando de un lugar y de otro.

“El papel de la gente que está en la guarnición es el de llevar a cabo la defensa ante un enemigo casi inmaterial, que no se conoce”.

Muchos de los textos africanos remiten a situaciones culturales nuestras: el protagonista de la novela ve el absurdo del colonialismo que, como ha dependido psicológica y culturalmente de los enemigos, no para combatirlos, sino para aplicar el despotismo, convierte a los bárbaros en el pretexto de la desigualdad social y “ahí también dice ‘ante el sufrimiento provocado por la injusticia, el destino de quienes somos testigos no es otro que el de sentir vergüenza’; es decir, él se avergüenza de pertenecer a esa civilización, como la niña del relato de Doris Lessing se avergüenza de pertenecer al rango de los blancos, de los destructores, de los depredadores”.

En la novela, resaltó Juan Villoro, “podemos ver otra similitud en este sentido no de tema, sino técnica, con Juan Rulfo, y es que en Coetzee las acciones, como cuando llegan los prisioneros nómadas, el encuentro con los nómadas para llevar a la mujer, la parte final en que todo es una especie de deterioro entre el disturbio, la falta de regulación y de control, el eclipse del imperio, son acciones decisivas que ocupan muy pocas líneas, ocurren con gran velocidad, en cambio las reflexiones y la percepción que se obtiene de las acciones es muy lenta es muy detenida: con Rulfo pasa lo mismo y un asesinato ocupa dos líneas, en cambio el impacto social, psicológico que produce puede ocupar tres o cuatro párrafos. El mundo interior es mucho más fuerte que el mundo exterior”.

La conferencia “Doris Lessing y J. M. Coetzee: La dicotomía de civilización y barbarie”, se encuentra disponible en el Canal de YouTube de la institución: elcolegionacionalmx.

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