
El cantante Rodrigo de la Cadena describe su relación con el bolero como “una historia de amor”, una que inició cuando era niño y sintonizaba en casa la XEB o el Fonógrafo en una vieja radio de bulbos marca Philco, un modelo de 1941 mejor conocido como la “log cabin” (o cabaña de troncos) por estar recubierto todo en madera veteada de color nogal.
En más de una ocasión —recuerda— llegó a telefonear a las estaciones para solicitar alguna de sus canciones favoritas. “Desde esa edad me apasioné por dicho género debido a su calidad musical, poética, melódica, armónica y rítmica, así como por su versatilidad, pues lo mismo puede interpretarse con tríos, orquestas, al piano, con dotaciones de cuerdas o con instrumentos de viento como saxofones o trompetas”.
Por ello, a nadie extrañó que aquel pequeño melómano, al hacerse adulto y buscarse la vida, decidiera dedicarse al canto y a difundir al bolero en toda plataforma a su alcance: desde en los escenarios, la prensa y el radio, hasta en la podcastfera, el internet y la televisión (donde conduce un programa dedicado a esa temática, cada viernes, en Canal Once).
“También soy uno de los fundadores del Instituto Bolero México, que acompañó a Cuba y otras instancias (durante casi una década) hasta lograr que, el 5 de diciembre de 2023, la UNESCO inscribiera a esta práctica como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”.
Para la escritora Sandra Lorenzano, titular de la sede de la UNAM en La Habana, referirse a esta declaratoria es hablar de algo inusual, ya que aunque México cuenta con reconocimientos similares (como el otorgado al mariachi en 2011), éste es el único que traspasa fronteras, pues lo comparte con una nación hermana. “Casi se podría decir que el bolero es un puente que cruza el mar para unir a México con Cuba”.
Y es que aunque este género —añade De la Cadena— nació en la isla caribeña (el primer bolero fue compuesto en Santiago de Cuba en 1883, por Pepe Sánchez, y lleva por nombre Tristezas), muy rápido llegó a tierras mexicanas, donde adquiriría un estilo único.
“Ayudó la cercanía geográfica y, aunque al principio los boleros surgidos en Veracruz o Yucatán se parecían demasiado a los cubanos, pronto les imprimimos identidad propia. Si lo pensamos, es muy diferente lo que hacían compositores isleños como Miguel Matamoros (consideremos Lágrimas negras, que remata con un son montuno que invita al baile: “Tú me quieres dejar/ yo no quiero sufrir”) y lo que creaban aquí músicos como Roberto Cantoral, con su Reloj, o el mismísimo Agustín Lara, quienes le apostaban a sonidos más ligados a la ciudad y sin cubanías”.
Además, recordemos que hubo quienes echaron mano de estilos e instrumentos muy mexicanos para dar pie a variantes como el llamado bolero ranchero, añade el musicólogo. Sin embargo, pese a estas diferencias, De la Cadena subraya que, en el fondo, los boleros (sea que se hayan compuesto en uno u otro lado del Caribe) comparten la misma esencia, pues se trata de obras donde confluyen la herencia poética de Europa, ritmos africanos y un sentir muy propio de las Américas.
“Algo importante a señalar es que todas estas canciones buscan transmitir un mensaje romántico”, apunta el músico, quien tras reflexionar sobre la relación que ha mantenido con este género desde que lo escuchó por primera vez en aquella radio de madera cuando era niño, agrega, “si me pidieran definir, en pocas palabras, qué es un bolero, yo sólo diría: es una historia de amor contada en 32 compases”.
Con sabor universitario
“Tanto tiempo disfrutamos/ de este amor”, dice aquel bolero compuesto por el oaxaqueño Álvaro Carrillo. Si nuestro vínculo con dicho género fuese romántico (como sugiere Rodrigo de la Cadena), hablaríamos entonces de una relación de siglo y medio que no sabe de silencios.
Y es que los lazos entre esta música y México son tan fuertes que, desde 2023, en todo el territorio se celebra el Día del Bolero cada 25 de agosto (la iniciativa comenzó en la CDMX, aunque rápido tuvo alcance nacional).
“No tengo duda de que el bolero es el género más representativo de nuestro país ante el mundo, incluso más que el mariachi. Jamás he escuchado canciones de Juan Gabriel o de José Alfredo en otros idiomas, pero sí de Consuelo Velázquez, y como muestra tenemos Cuando vuelva a tu lado (es casi obligatorio oír la imperdible versión de Jamie Cullum), o de Bésame mucho (que hasta Frank Sinatra y los Beatles grabaron)”.
Para Rodrigo de la Cadena, hablar de la historia del bolero es pintar un retrato de México durante el último siglo y, por lo mismo, es imposible no mencionar a la UNAM, pues son muchos los universitarios que, ya sea como intérpretes o compositores, han dejado su huella en el género.
Aquí los nombres abundan, como el del tenor Alfonso Ortiz Tirado, quien fue profesor en la Facultad de Medicina y médico de Frida Kahlo; la baladista Guadalupe Pineda, que cursó Sociología en la FCPyS, o Mario Kuri, quien estudió y dio clases en la entonces Escuela Nacional de Música (hoy FAD), y compuso el célebre tema Página blanca.
Sin embargo, de entre todos hay un personaje que, desde que supo de su existencia, llamó la atención de Rodrigo de la Cadena: el magistrado José Luis Caballero, egresado de la UNAM quien además de ocupar una silla como ministro de la Suprema Corte de Justicia, en una faceta desconocida para muchos de sus colegas fue un bolerista destacado que, se dice, “poseía el raro don de lograr afinaciones perfectas”.
Y si algo resulta excepcional en la biografía de José Luis Caballero es que su amor por el bolero fue más allá de lo musical y dejó una impronta en las leyes, pues el abogado artista desarrolló una labor crucial en lo que a derechos de autor en México se refiere, además de fundar la ANDI.
En un homenaje luctuoso que le dedicó la Facultad de Derecho de la UNAM en 2016, su hijo, también de nombre José Luis Caballero, recordó a su padre como un gran intérprete, y compartió: “Quizá la falta de reconocimiento y éxito en su faceta de cantante se debió a que Pedro Vargas nació también en San Miguel de Allende, casi al mismo tiempo, pero honestamente él cantaba mucho mejor que Pedro”.
Poco antes de morir, Carlos Monsiváis confesó ante una grabadora de reportero: “Si quisiera ser sintético, el bolero es mi autobiografía”, y es que en opinión del cronista, todo mexicano bien podría narrar su existencia a través de estas melodías que nos acompañan, como fondo, en el transporte público, en las fondas donde apresuramos la comida, en nuestras tardes de tristeza o en cualquier noche de bohemia.
Y es que a decir de Rodrigo de la Cadena, los boleros están por doquier y es imposible imaginar a México sin ellos, pues como alguna vez cantó Álvaro Carrillo: “Tanta vida yo te di,/ que por siempre llevas ya,/ sabor a mí”.