Árboles con el tronco negro, que en búsquedas forenses se leen como señales para localizar fosas clandestinas; madres y hermanas que “tienen” desaparecidos, así como la voz de quien intenta narrar las correlaciones entre estos personajes son los principales elementos constituyentes de “Raíz que no desaparece”.

La escritora Alma Delia Murillo (Ciudad Nezahualcóyotl, 1977) publicó esta novela bajo el sello Alfaguara el pasado julio de 2025. Un día antes de ir a comentar el resultado final con colectivos de buscadoras de desaparecidos, a quienes acompañó en labores de campo y de cuyos testimonios ensambló esta novela, la autora se reúne con Crónica para platicar sobre el libro.
“Yo creo que la principal herramienta o el sentido principal de la escritura es el oído”, comenta, sentadas bajo la sombra de un frondoso árbol, en una cafetería al sur de la CDMX.
“Y si escribes y oyes colectivamente, desde hace 10, 15, 18 años a las mamás preguntando dónde están, ¿nuestros hijos dónde están? Y oyes este relato, esta búsqueda constante… Es difícil que no sea una necesidad”, continúa sobre escribir para humanizar las historias que ya cuentan las cifras e informes de fiscalías.
Al entrar en la conversación sobre las verdades que se encuentran hiladas por la ficción, Alma Delia Murillo destaca que no se trata de “una novela de escritorio”, tiene trabajo de campo detrás en gran medida fortalecido por el acompañamiento y la escucha.
“Me fui con las mamás a buscar, conversé con muchas de ellas, las entrevisté, acompañé a los colectivos … Por otro lado, soy una mexicana incómoda de vivir en un país con tanta violencia y eso hace que -desde por lo menos hace dos décadas- yo viva enterándome que se ha agudizado el fenómeno de la violencia y de las personas desaparecidas en los últimos tres sexenios (Calderón, Peña Nieto y el recién terminado de Andrés Manuel)”, señala.
Cabe aclarar que para hacer este ejercicio de la mano de las buscadoras, desde el principio, la autora pidió permiso de contar su historia y explicó el tipo de proyecto que tenía en mente.
ÉTICA DEL LLANTO
Un poco de locura es necesaria para sobrevivir en este país, asegura Alma Delia Murillo entre reflexiones sobre la maternidad, la violencia y la vida cotidiana.
“Sí hay que contactar un poquito la irracionalidad para poder sostenerse en un país como éste, tan desigual, con tantas violencias, que sobrevive a tantas cosas”, identifica.
-¿Es esto del pensamiento mágico también?
“Sí, porque lo necesitamos. Que los árboles hablen puede parecer un pensamiento mágico y pura locura, pero luego con 2 grados de observación y 3 gramos de humildad, una se puede preguntar si no hay una inteligencia vegetal que nos está diciendo cosas”, plantea.
Así, en la novela se mimetizan el estado arbóreo y social de un México en crisis.
Los sueños en los que a las madres se les aparecen sus hijos para darles pistas y que sí se han cumplido en la vida real, cartas, fichas de desaparecidos, miles de relatos de madres y hermanas y parejas que buscan con sus propias manos y a contraflujo de una burocracia que pesa más que la tierra de las fosas clandestinas.
-¿Y tú no lloras al escribir?
“Es bien duro, eh. Lloro muchísimo, ¿cómo le hago? No, pues, no lo evito, porque yo he decidido -desde que empecé a escribir- escribir con mis emociones, poner por delante las emociones, son una herramienta de escritura. Si estás en un tema como éste y acabas de leer un expediente dolorosísimo. Lloras, lloro. Lloro un montón”, responde.
Desde el principio de la novela, la narradora establece una regla que suena a responsabilidad: la que tiene el receptor de estas historias, en tanto que simple observador, de no llorar ante lo que cuentan.
“Parece un tema menor, pero es bien complejo. Sí hay una razón ética por la que yo con las mamás, en este ejercicio,, para esta novela, no lloraba. Porque aunque lo que te estén contando sea desgarrador, ellas no están llorando. Entonces, tú tratas de sostener esta templanza”, observa Alma Delia.
Anteriormente ha trabajado con historias de feminicidios y entonces su postura era la misma: “si ella no llora, yo no lloro, pero en algún momento ellas lloran y tú lloras”, relata.
“Lo que pasa inmediatamente después del llanto de ellas es que se ríen, porque lloran sobre todo cuando contactan con la vitalidad de sus hijos”, agrega.
-¿Por qué éticamente no podemos llorar si la otra persona no lo hace?
“Eso es algo súper personal, pero yo lo he aprendido porque me doy cuenta que no es momento de propiciar un rompimiento, una desgarradura emocional. Es el momento de escuchar, de hacer muchos silencios, muy respetuosos, porque a veces entran a contarte cosas que posiblemente no le han contado a nadie y que tampoco tienen muchas ganas de volvérselas a contar a sí mismas, pero están pudiendo sostenerlo y narrarlo”.
“Entonces tú no lloras, para dejar que suceda eso que esa persona quiere que suceda: contarte. Luego cuando ellas ya se rompen, pues es inevitable. Si es presencial, les pregunto si les puedo abrazar y nos quedamos en un abrazo un largo rato”, comparte.
Al preguntarse cómo quería contar estas historias, lo que más importaba a la autora era no usar el lenguaje equivocado ni lastimar con sus palabras a quienes buscan desaparecidos.
“Por esa razón traté de mantenerme en el terreno de lo sugerido, lo cual literariamente es bien difícil. No soy tan explícita, pensando en el país que vivimos, tan polarizado en partidos políticos (ni siquiera de política, sino de partidos políticos)”, apunta.
En ese sentido, por ejemplo, la autora evita dar fechas contundentes o decir cuál es “el pueblo de Ada”, la protagonista. Evita decir en qué fiscalía se encuentran y evita dar el nombre del “licenciado” corrupto.
“Y en toda la novela intenté que trascendiera esta locura que yo sé que van a llegar a querer polarizarla. Al final, lo tengo que decir: van tres sexenios de todos los colores -el PAN, el PRI y Morena- que han sido insuficientes, omisos, indolentes, negligentes con el fenómeno”, ahonda.
Precisamente al pensar a futuro y en las fuerzas polarizantes a las que se confrontaría este libro, Alma Delia decidió intercalar capítulos con fichas reales de búsqueda de personas desaparecidas, “con nombre, apellido, lugar, año en que desaparecieron, quiénes eran, quiénes son”.
Y por eso también hay una larga lista hacia el final, con nombres de personas desaparecidas que fue recogiendo en el camino, en conversaciones.
“Para que si [el libro] pervive, eso sea lo que perviva, ¿sabes? Porque a lo mejor dentro de 100 años aparece un Milei mexicano, que les va a decir a los mexicanos que no esto no existió, que es mentira, que no hubo un periodo de desaparecidos, como Milei negó la dictadura y las desapariciones argentinas”, manifiesta.
“Un poco con esa intención es que lo dejo sugerido, abierto para que no se partidice, para que quede ahí alguna memoria de nombres y de lo que hoy estamos viviendo”, concluye la escritora y nos despedimos antes de que nos gane la lluvia.