
Alma Delia Murillo abrió la conferencia agradeciendo a quienes la acompañaron “contra el viento, los calores y las futuras lluvias”, para presentar su novela Raíz que no desaparece, publicada en 2024 y hoy convertida en una de las obras más leídas sobre el tema de los desaparecidos.
La autora aclaró desde el inicio: “No soy periodista. Respeto profundamente el oficio, pero yo soy escritora. La herramienta que yo tenía para abordar este fenómeno era la ficción”. Su objetivo, explicó, fue narrar la realidad desde otro lugar, lejos de la frialdad de las cifras y cerca del corazón de quienes buscan.
Para lograrlo, realizó trabajo de campo con colectivos en Veracruz, Guanajuato y la Ciudad de México, acompañando jornadas de búsqueda y escuchando los testimonios de madres que llevan años rastreando fosas clandestinas. De esas experiencias nació un relato híbrido: “Es una especie de crónica de esas vivencias, pero también tiene mucho de ficción”.
La autora recurre a tres aliados narrativos: los árboles, los sueños y la escritura misma. La idea de la “inteligencia vegetal” surge de la botánica y de cómo los árboles “dejan ver su tiempo”, incluso cuando la presencia de cuerpos enterrados altera su composición. “Las madres saben leer los bosques, saben leer la vegetación y detectar dónde puede haber algo. Ellas mismas me decían: si los árboles hablaran…”, compartió.
Los sueños también aparecen como guía: muchas madres confiesan haber visto en sueños los lugares donde encontrarían a sus hijos. Ese cruce entre lo inexplicable y lo real marcó el tono de la novela: “Esto no es verdadero, pero es verdad”, señala la primera frase del libro.
El impacto físico y emocional de escribir sobre la desaparición
La escritura de Raíz que no desaparece no estuvo exenta de consecuencias en la vida de Murillo. “Trabajé durante año y medio en este tema y me dio una revolcada tremenda”, confesó. Al terminar el manuscrito sufrió una enfermedad física que atribuye al desgaste emocional: “Me dio influenza con fiebres de 40 grados, me caí, me rompí un diente y desarrollé un osteoma. Todo era producto del trauma acumulado”.
A esa dimensión se suma la carga anímica. La escritora reconoció que, como muchos periodistas que han cubierto la violencia en México, experimentó miedo, ansiedad y el peso de convivir con un dolor inmenso. Sin embargo, también destacó la otra cara de la experiencia: “No sólo se sufre, también es precioso atestiguar un amor tan feroz como el de las madres buscadoras. Su alegría es única, porque nace de haber estado en el límite con la muerte”.
En su novela, los personajes no son símbolos idealizados, sino personas con contradicciones. Murillo advirtió sobre el peligro de santificar a las víctimas y sus familias: “Siguen siendo seres humanos, con sus diferencias y conflictos. Esperar que además de todo sean buenas de toda bondad es perverso”.
Sobre la relación con el Estado, la autora fue crítica: “Siempre hay una fiscalía, un policía, un militar involucrado en una desaparición. A veces hay funcionarios honestos, pero son minoría. Tal vez el gobierno no investiga porque tendría que investigarse a sí mismo”.

Memoria, política y el poder de la ficción
La novela está estructurada en cinco capítulos que entrelazan la historia ficticia de Ada, una madre que busca a su hijo Marcos, con fichas reales de personas desaparecidas y una extensa lista de nombres al final del libro. “Es una manera de dejar memoria. Si dentro de cien años alguien asegura que esto no existió, allí estarán los nombres”, explicó Murillo.
En la conferencia, la autora reconoció las tensiones políticas alrededor de las desapariciones: “La partidización mexicana convierte esta tragedia en botín electoral. Lo que vivimos no es política, es necropolítica: cómo se administra la muerte y en favor de quién”.
Sin embargo, su apuesta narrativa va más allá de la denuncia. Murillo destacó que la novela permite acercarse a lo emocional, a lo simbólico y a lo amoroso, en un registro distinto al periodístico: “Durante años escribí columnas desde la rabia. Pero la ficción abre un espacio distinto, un puente emocional”.
La escritora también subrayó la dimensión regional del fenómeno: “México no está solo. En Colombia, en Argentina, hay heridas semejantes. En mi novela paso por Medellín y por el recuerdo de las víctimas de la dictadura argentina. Es inevitable ver las similitudes”.
Cuando se le preguntó si la frustración la empuja hacia el activismo, Murillo respondió que su lugar está en la escritura: “Cada quien ayuda desde lo que sabe hacer. Yo no podría redactar un amparo ni manejar una camioneta en una búsqueda, pero sé escribir. Eso es lo que aporto”.
Finalmente, frente a quienes le han dicho que no quieren leer su libro porque “les va a doler”, la autora concluyó: “Si duele, felicidades. Quiere decir que todavía somos capaces de salirnos de la estadística y conectar desde otro lugar. Emocionarse también es hacer política”.