Cultura

Compartimos un fragmento del discurso de ingreso de Felipe Leal a El Colegio Nacional, a propósito de la próxima sesión de su ciclo Otras arquitecturas

“Las huellas de la memoria y los pasos al devenir”, de Felipe Leal

Arquitecto destacado Felipe Leal, miembro de ECN. (ECN)

La ciudad es el artefacto más grande y complejo que ha creado la humanidad, es el lugar del encuentro, de la convivencia, en ella nos conocimos todos los aquí presentes, ¡todos! Shakespeare decía: “la ciudad es la gente”, los que la habitamos la hacemos posible día a día, no es obra de uno sino de muchos, ni tampoco de un tiempo sino de diversas generaciones, la construimos no sólo en su expresión física sino en su infinita gama de relaciones humanas: las del trabajo, estudio, ir y venir cotidiano, celebración, descanso, agobio o lucha ante la inequidad, injusticia y los conflictos que la acechan día con día, la sufrimos y la gozamos, guardamos sentimientos encontrados con ella, de forma recurrente viene a mi memoria el poema “Alta traición”, de José Emilio Pacheco, añorado miembro de esta digna institución:

Alta traición

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible

Pero (aunque suene mal)

daría la vida por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques de pinos,

fortalezas, una ciudad deshecha,

gris, monstruosa, varias figuras de su historia,

montañas

—y tres o cuatro ríos.

Nací en esta ciudad, en una de sus entrañas, en el emblemático Paseo de la Reforma, en un sanatorio con el mismo nombre del paseo, cerca de la esquina con Río Guadalquivir, en la colonia Cuauhtémoc. Aquel edificio forma hoy parte del patrimonio perdido. Desde pequeño, el ambiente y aroma urbano me atrapó, mi padre me enseñó a recorrer la ciudad sin prejuicio ni estigma alguno por sus barrios y villas. Caminé por el Centro, Tepito, la colonia Morelos donde él tenía un cine del mismo nombre (Cine Morelos), pasé muchas tardes viendo películas mexicanas de la llamada Época de Oro; de Emilio el Indio Fernández, de los hermanos Soler, Joaquín Pardavé, Pedro Infante, Germán Valdés (Tin Tan), Mario Moreno Reyes (Cantinflas); más tarde de El Santo y algunas “subidas de color”, como se conocían en aquella época a los ardientes carretes donde aparecían Ana Bertha Lepe, Fanny Cano y Mauricio Garcés.

Colonias, barrios, vivencias, maestros y personajes han llenado mi acervo arquitectónico de esta urbe. Recuerdo pasajes de Tacubaya y de la colonia Condesa de mi infancia, la enigmática fortaleza de la embajada rusa, el Edificio Ermita de extraordinaria ubicación urbana (conocido en aquel entonces como “el de Canadá” por su luminoso anuncio de una marca de calzado), construcciones que me atraían a la salida de la escuela, caminaba con seguridad con mi mochila tomada de su asa por rumbos de las colonias Roma, Juárez y Mixcoac, donde tomaba el tranvía por avenida Revolución y en ocasiones, con atrevimiento, viajaba de “mosca” apoyado tan sólo en un delgado estribo de la parte posterior del tranvía, a la espera de un frenar brusco y el regaño del tranviario. Incontables vivencias de lugares, fruto de mis amistades que me condujeron a atravesar o visitar zonas y colonias, recorrerlas incesantemente ya fuese de día, de noche o de madrugada.

Me resulta imposible omitir en este paseo y periplo arquitectónico, el cual por cierto ya suma décadas, a interlocutores que a manera de un libro abierto me motivaron a descifrar la complejidad de una ciudad y sus fibras más sensibles, ofrezco un tributo a quienes me enseñaron a ver la arquitectura y entender la ciudad, desde la literatura, la vida cotidiana, el cine y la academia, a Efraín Huerta, Octavio Paz, Mario Pani, Francisco Serrano, Ramón Torres, Humberto Ricalde, Carlos Mijares; a mi padre, Juan Leal, a pensadores y creadores como Julieta Campos, Gonzalo Celorio, Fernando González Gortázar, Ricardo Legorreta, Paulina Lavista, Alejandro Rossi, Guillermo Tovar de Teresa y Juan Villoro, así como a cientos de amigos y colegas con quienes he recorrido y visitado edificios y calles sin descanso, fatigando mis piernas, mas no mis ojos ni mi entendimiento, como diría Octavio Paz. Confieso que extraño a un interlocutor insaciable y amante del arte y de la ciudad, a mi amigo Teodoro González de León, de quien aprendí mucho, sobre todo de arte, arquitectura y de la importancia de esta ciudad, extraño sus apasionadas conversaciones y agudo pensamiento. Hoy me corresponde con inmenso honor, representar a la arquitectura con la dignidad que se merece, haré lo posible por honrar su lugar y el de él, ¡enorme responsabilidad!

Y al hablar de las huellas impresas que mi memoria registra, aunado a los múltiples paisajes y sitios de México y del mundo que he tenido el placer de conocer y asimilar, aparece con fuerza, impreso como fotograma en mi mente y por sorpresa organizado cuasi de forma automática, un amplio archivo de creaciones arquitectónicas. En este recinto no puedo sino reconocer la huella del pensamiento humanista de uno de mis mentores, Max Cetto, mi maestro y tutor en el seminario de tesis, hombre sencillo, sensible, modesto de gran sabiduría, hermanado en alma, espíritu y vivencias con dos titanes, Juan O’Gorman y Mathias Goeritz, formado y heredero de Das Neue Frankfurt con Ernst May, cepa y cuna del pensamiento plástico funcional arquitectónico cargado de una peculiar vocación social, integrante del Movimiento Moderno que apostó por brindar soluciones de infraestructura social con calidad. Lo anterior sin hacer a un lado la voluntad estética; por el contrario, proponiendo nuevas soluciones técnicas constructivas y formas vanguardistas vinculadas con el bienestar urbano y doméstico espacial.

Cartelera de ECN Ciclo Otras Arquitecturas

Das Neue Frankfurt constituye un notable punto de referencia en los ámbitos urbanísticos, higienista y social. Urbanístico porque continúa la tradición inglesa de la ciudad rodeada de verde; higienista porque se apropia de todos los enunciados luz, aire y sol aplicados a la vivienda; la aportación de Das Neue Frankfurt es el modo como se ubica la unidad familiar y cómo maneja el concepto de privacidad a través de zonas al aire libre que le corresponden: un pequeño jardín privado en la parte trasera del bloque y una terraza habitable. Es también el uso de un espacio libre privatizado que se trasladó a la cubierta, a la azotea y se creó ahí un rincón verde e íntimo para que los habitantes disfruten al aire libre del sol y las vistas a distancia.

Max Cetto fue una huella más, me marcó mucho, me indujo su vocación y amor por la naturaleza y el arte, su admiración por el paisaje mexicano y por el medio ambiente. Esas huellas se ahondaron con profundidad con mi experiencia docente en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A mis colegas profesores, a mis alumnos, a la comunidad universitaria de la UNAM debo el derrotero de conducirme hacia una visión interdisciplinaria de mi quehacer. A propósito de la importancia del conocimiento integral, ya Vitruvio, el arquitecto y tratadista romano del siglo I a. C., planteó con énfasis:

El arquitecto debe tener talento y afición al estudio, puesto que el talento sin el estudio, ni el estudio sin el talento pueden formar un buen arquitecto. Debe, pues, éste estudiar gramática, tener aptitudes para el dibujo, conocer la geometría, no estar en ayuno de óptica, ser instruido en aritmética y versado en historia, haber oído con aprovechamiento a los filósofos, tener conocimientos de música, no ignorar la medicina y unir los conocimientos de la jurisprudencia a los movimientos de los astros.

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