
Hace unos meses, Laura Emilia Pacheco me hizo llegar un ejemplar de un libro entrañable. Se trataba de la antología El infinito naufragio, integrada por textos de poesía, narrativa y varia invención de uno de nuestros más grandes polígrafos. Cuando me enteré de que José Emilio Pacheco no estaba más de manera tangible con nosotros, dije que me parecía imposible pensar el mundo sin José Emilio. Los herederos suelen magnificar la obra de los que se marchan, pero en el caso que nos ocupa, Laura Emilia ha construido un volumen que hace honor al trabajo de su padre.
En esta ocasión, Laura Emilia traza un mapa de los diversos territorios tocados por la pluma de José Emilio Pacheco. En la feria de Humanidades de nuestra República literaria, escapa a toda clasificación. La versatilidad de su trabajo lo hace indefinible; no concedió entrevistas, casi nunca presentó sus libros, se negó rotunda y valientemente a responder encuestas sobre temas de los que se espera que el escritor sepa todo.
La modestia fue su principal enemiga, pero también el arma que se vuelve contra quienes, en busca de elementos para criticarlo, lo quisieran más mundano, más débil, más expuesto a las mezquindades del a veces innoble oficio. Con el ejemplo de su vida y de su obra, nos enseña a ser mejores, a respetarnos y respetar la existencia. A vivir con la mayor integridad la breve aventura que nos corresponde.
En 1956 un muchacho de diecisiete años publica en la revista Estaciones un “Tríptico del gato”. El escrito parece ser obra de un autor experimentado: la acuciosa disección del animal doméstico y siniestro está realizada con la maestría con la cual Durero reprodujo cada uno de los detalles en la armadura natural del rinoceronte, o con el buril seguro y obsesivo con el cual un maestro mexicano de José Emilio, Juan José Arreola, trazaría cada una de sus criaturas en su Bestiario: más que el hallazgo metafórico, la idea que modela el concepto; más que el retrato lírico, el ensayo que es musculatura esencial y sabiduría. Gracias a José Emilio leemos con gratitud a Marcel Schwob y a Oscar Wilde: los clásicos de siempre nos son devueltos con la claridad crítica de Pacheco.
Se fue con la pluma en la mano y sus últimas publicaciones periódicas tuvieron como protagonista a la poesía: su Inventario dedicado a Juan Gelman y una nueva versión de “East Coker” de T. S. Eliot, poeta tan próximo a él. Desde la primera reunión de sus poemas, la edición de Tarde o temprano aparecida en 1980, José Emilio Pacheco acudió a las palabras de Eliot para colocarlas como mascarón de proa de su propia aventura poética y manifiesto vital. El Colegio Nacional y Ediciones Era publicaron en 2017 esta aproximación, acaso definitiva, de Pacheco.
Y cada intento es un nuevo principio
Y un tipo diferente de fracaso.
[…]
Y lo que debe ser conquistado
Mediante fuerza y sumisión,
Ya ha sido descubierto, una, dos, varias
[veces,
Por hombres que uno no tiene esperanza
[de emular,
Pero no hay competencia:
Sólo existe la lucha por recobrar lo perdido
Y encontrado y perdido una vez y otra vez
Y ahora en condiciones impropicias.
O quizá no hay ganancia ni pérdida:
Para nosotros sólo existe el intento.
Lo demás no es asunto nuestro.
Hablar sobre José Emilio Pacheco de manera inevitable nos lleva a recordar a Alfonso Reyes. Talento, poligrafía y preocupación universal son cualidades que evidentemente los hermanan; ambos enfrentaron la odisea de la página del diario al libro. José Emilio se negó a publicar su “Inventario” con el argumento de que la palabra, fulgurante en el momento de la articulación, se pierde en esa forma de cárcel que es el libro, consagratorio y a veces amedrentador.
No hay lenguaje unívoco, y menos en la poesía, pero José Emilio logró, a fuerza de perfeccionar su estilo, una claridad semántica que no excluye la emoción, una emoción desapasionada donde el yo se vuelve un nosotros, una conciencia crítica que, tras convencerse y convencernos de la brutalidad del mundo, nos obliga a apreciar mejor sus fugaces bellezas. Las correspondencias entre sus temas y las repeticiones deliberadas son frecuentes, y en el cuerpo de la poesía reunida bajo el título Tarde o temprano se complementan y amplifican, borran sus costuras para dejarnos frente a la integridad y la congruencia de su discurso.
Baste citar tres de sus temas mayores: el mar, la niñez, la ciudad, que reaparecen con distinto ropaje en cada libro y acompañan la obra narrativa de José Emilio, tan breve como intensa, tan necesaria como su poesía. La primera sección de “La arena errante”, metáfora de la niñez y el futuro desastre, acompaña la aventura de la voz que narra su iniciación vital en “El principio del placer”. Su mérito integral es haber dado testimonio de las elevaciones y caídas de este mundo y sus inconscientes pasajeros. Nadie tan devastado como el poeta, nadie tan consciente de la inutilidad del lenguaje, pero también de la necesidad de continuar en un combate que, aunque a veces se antoja estéril, es siempre heroico y necesario. José Emilio lo supo desde un principio y siempre creyó que la poesía es un diálogo con el otro:
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad
[del poema.
Poesía no es signos negros en la página
[blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora
harán o no el poema que tan sólo he
[esbozado.
José Emilio es un poeta de poemas, pero también de series que por su unidad integran momentos inolvidables de nuestra tradición: si la “Elegía del retorno” es nuestro mejor poema sobre el terremoto de 1985, es porque en él la historia y la poesía se funden para construir un poema épico. Sus poemas dedicados a los animales alcanzan la categoría de grabados verbales por el vigor y la objetividad con que el poeta los retrata. Una serie como “Circo de noche” es memorable porque en cada poema José Emilio combina, sin que se noten, la rabia y la ternura, la compasión y la objetividad.
Me gusta imaginar a la niña Laura Emilia esperando devorar la siguiente entrega de su padre. De él ha heredado su exigencia doble, tanto en la fervorosa búsqueda de la perfección individual como en la colectiva, pues corrige la página publicada. De tal manera en mi ejemplar de la antología al principio citada existen cuatro correcciones del puño de Laura Emilia, como también lo hacía su padre. En este volumen, Laura Emilia nos ofrece pequeños ensayos sobre una obra cada vez más vasta y generosa.