Cultura

Esta es la breve historia de una mujer que minó la credibilidad del Santo Oficio de la Inquisición y forzó al tribunal a mirar hacia otro lado, su nombre: María de Poblete; su don: la curación

La vendehúmos que burló al Santo Oficio

Santa Teresa de Ávila

En los albores de la Colonia, cuando se acunaba la mexicanidad en la mezcla de sangres y las luchas intestinas se veían aún lejanas, la Ciudad de México fue escenario de muchos milagros y leyendas cuya motivación era premiar la lealtad y prevenir de los vicios, esto cuando no pregonaban historias épicas y exageradas de las gestas de conquista. El caso es que, si en nada impedía la ley de la Metrópoli soñar a sus nuevos súbditos e hijos, sí advertía de un duro castigo a quien, fuera del canon, se atribuyera dotes de taumaturgo o santo, brujo, hechicero o falso profeta. No obstante, ocurrió una vez que una mujer logró que el Santo Oficio consintiera su mentira.

ESLOGAN

La historia a través de la cual el milagro fue vendido al público novohispano dicta que doña María de Poblete descubrió el prodigio oculto en sus manos un día en el que su marido, Juan Ribera, hallábase tullido y sin poder trabajar, condición de la que no lograba salir desde meses atrás. Ante la necesidad de sacar avante a a sus seis hijos, y harta de la inutilidad de los remedios mundanos y convencionales, aportados por los galenos de la época, decidió apostar por el favor del Cielo y de la ingenuidad.

De modo que resolvió pulverizar los panecillos hechos por las monjas de Regina -de los cuales se decía eran curativos- y suministrados por su prima enclaustrada, estampados con la imagen de Santa Teresa de Ávila, Doctora de la Iglesia, para tomar luego el polvo y, confiando seguramente en la catalización de sus poderes sanadores en razón de la disolución, verterlo en un jarro con agua con la intención de darlo a beber a su marido. Mayúscula fue su sorpresa, continúa el cuento, al descubrir, al cabo de unos minutos en los que apartó la mirada y hubo revuelto el menjurge con una cuchara, que el agua había migrado y al fondo del recipiente dormía recompuesto el santo panecito con la santa efigie.

Panecitos de Santa Teresa

Se dice que una vez comido el fruto de esta operación por Juan Ribera, éste se levantó pleno y curado.

Aquella señora tenía por hermano a D. Juan de Poblete, deán del Cabildo eclesiástico de México, hombre con fama de justo, benefactor y dadivoso, una persona instruida que, sin que se sepa bien a bien cómo y por qué decidió ceder a la credulidad (no nos creemos que el dinero fuera un incentivo suficiente), se encargó de divulgar la buena nueva del milagro de los panecillos de Santa Teresa.

ES OFICIAL

El relato de la poderosísima intercesión de la Santa, por vía de las fervorosas manos de María de Poblete, se esparció rápidamente entre el vulgo y hasta entre la nobleza, riadas cuyo caudal se podía contar en millares de personas acudían al caserón de los Poblete; religiosos, prebendados, virreyes, toda clase de gente deseaba los panecillos milagrosos; así que con la intención de afianzar sus prácticas y disipar las dudas, en el año de 1648, la vendehúmos solicitó a un buen amigo suyo, y a la sazón escribano, de nombre Miguel Pérez, que diera fe y testimonio, por escrito, de que la treta era real.

No obstante, el milagro gestionado por esta señora no cesó nunca de llamar la atención de las autoridades y en 1653 llegó la primera inspección “formal”, por suerte para ella, y en realidad para todos, esta estuvo a cargo de algunas venerables figuras eclesiásticas como fray Buenaventura de Salinas o fray Payo de Rivera, (este último en la de 1674), hombres revestidos de fe pública que terminaron concediendo que el ya descrito prodigio realizado por María, por fuerza de la influencia de su hermano Juan de Poblete, cuyo favor los clérigos ansiaban dada su condición de eje y esencial en el cabildo de la catedral, era real. Los visores resolvieron declamar que: “En nombre de la Santísima Trinidad, el Dios verdadero y, mirando únicamente su honra y gloria, y de su Madre Santísima, y de la gloria de Santa Teresa de Jesús (hoy de Ávila), y en virtud que para esto nos da el Santo Concilio Tridentino; declaramos que el referido hecho, caso y suceso de la reintegración de los panecillos de Santa Teresa, que por muchos años se ha experimentado (María de Poblete ejerció su acto por poco más de treinta años), en esta Ciudad de México, en la morada y casa del muy venerable Señor Doctor D. Juan de Poblete, deán de la Santa Iglesia, de ejemplar vida, y por toda ella irreprensible, es y ha sido sobrenatural y milagroso; damos licencia para que como milagro se publique y se predique para que Dios por esta causa sea también glorificado”.

Y así, en 1677, en una postal quizá medianamente replicada por los festejos patrios, México celebró los panecillos de Santa Teresa y la declaración del milagro, cuyo instrumento y canal fueron las manos de María de Poblete, con repiques, misas y sermones predicados de forma masiva y sucesiva en la Catedral, el Carmen y Santa Teresa.

Juan de Poblete

Cuando la trama de los panecitos alcanzó el clímax y rozó el absurdo, fue la vez que el deán construyó en su casa una suerte de capilla en donde su iluminada hermana daba forma al milagro y tan osado llegó a ser el acto que, en algún punto, ya ni siquiera eran necesarios los polvos del pan triturado, pues estos comenzaron a formarse espontáneamente cada vez que doña María así lo deseaba, bastaba con hacer salir a la gente de la capilla y, al indicarles que entraran de nueva cuenta, ¡los panecillos se hallaban materializados ante ellos! Tan, pero tan grande fue el revuelo que este sortilegio causó en aquel siglo XVI que algunos de los santos panes fueron a dar Lima y a España, donde se les veneró por varios siglos.

¡VENDEHÚMOS!

Durante las décadas que María ejerció, sí que hubo quienes trataron de desenmascarar a la charlatana y exhibir la red de complicidad, silencios y favores que le posibilitaban operar so descrédito de la fe y en perjuicio de la Santa Iglesia.

Los enemigos de la taumaturga de los panecillos, que sabemos eran un grupo de frailes carmelitas, pero cuyos nombres por desgracia desconocemos, vieron la oportunidad de atacar cuando fray Payo de Rivera fue llamado a España y cuando, al poco tiempo de su partida, Juan de Poblete falleció a los 52 años. De tal suerte que, quedando la impostora sin protectores ni alcahuetes, los carmelitas recurrieron al Santo Oficio para acusar de blasfema, hereje y mentirosa a la hermana del finado deán.

El Tribunal abrió entonces una causa en contra de la mujer en la que los frailes y algunos otros declarantes sustentaron dichos tales como que la acusada mantenía siempre una bolsa atada al cinto, y oculta bajo sus enaguas, de la cual extraía los panecitos, a escondidas y con gran habilidad, para colocarlos luego en el jarro donde supuestamente ocurría la reintegración de los polvos. Se dice que varias de sus vecinas acudieron a dar fe de que los hechos milagrosos, de los se jactaba doña María de ser divino conducto, no eran más que un audaz juego del que se servía su talento para embaucar y del que lastimosamente obtenía injusto usufructo, las mujeres entrevistadas por los inquisidores dijeron estar al tanto de esta situación casi desde el inicio, pero que no habían acudido a denunciar por miedo a la venganza y furia del influyente deán.

Sello de la Santa Inquisición en América

Pese a que las pruebas eran sólidas y hasta lógicas dada la última adecuación que se añadió al prodigio, aquella en la que ya ocurría este sin la necesidad de añadir polvos, brotando espontáneamente el pan como si del maná se tratase, el Santo Oficio llegó a una humillante conclusión: Acusar de charlatana a doña María trastocaría varios estratos del andamiaje eclesiástico novohispano, pondría en entredicho la credibilidad y el prestigio de todos los miembros de la Santa Iglesia que avalaron el milagro, dinamitaría la declaración oficial del acto, que le entronizó como devenido de la Santa Doctora Teresa de Ávila y supondría manchar la figura de fray Payo, por no hablar del daño que esto causaría a la memoria del deán y a la imagen de integridad que este daba a la Catedral de México como institución; la palabra de decenas de escribanos y teólogos involucrados en el asunto, muchos de ellos miembros y calificadores del Tribunal, sería inmediatamente anulada y el pilar espiritual del Nuevo Mundo se vendría abajo, crisis es todo lo que veían en el futuro inmediato los inquisidores si decidían declararla culpable. ¿Qué pasó entonces? Nada. El fiero Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición reculó, decidió zanjar el asunto con nada más que el silencio y permitió que doña María de Poblete continuara ganando plata agenciándose supuestos milagros y favores que, dicho sea de paso, no salvaron a nadie, ni siquiera a su marido que finalmente murió del mismo mal a partir del cual surgió la historia.

Ilustrativa, de María de Poblete

Sea como fuere, a polvos, jarritos y panecitos recompuestos, la astuta dama pasó a formar parte del vasto y folclórico acervo del cuento colonial en 1687, año en que murió con todo y fama de santa; tanta que fue debidamente enterrada en la capilla de San Felipe de Jesús, en la Catedral Metropolitana, recinto que comparte con Agustín de Iturbide, dato al margen nomás .

Tendencias