
Ya desde el título, la puesta en escena “El mar es un píxel”, nos seduce con su metáfora para nadar con ella lejos de la literalidad. Quedarnos sólo con el mensaje de un artefacto tecnológico mediante el cual las sociedades hacen señalamientos que ponen en riesgo la honra de las personas, sería demasiado simplista para una obra que ha sofisticado tanto sus recursos teatrales.
Como espectadora, entre las “lecturas polisémicas” a las que invita esta pieza teatral, me cuestiono a quiénes aluden sus personajes, quiénes hacen y cuáles son esas listas en las que tanto insiste la obra, de cuál honra nos habla, por qué se aborda la tecnología como si los “mensajes señaladores” fueran creados por ella y no por seres vivientes, pensantes y sintientes. Para responderme, me involucro con el contexto de la obra y con la realidad de la que parte, es decir, el contexto histórico y social en el que el autor y director David Gaitán, propuso a su equipo crear lo que en un inicio se llamaría “La tinta de mi honra”, de acuerdo a lo que narró sobre el proceso creativo durante la conversación transmitida en el programa virtual de Teatro UNAM, “El aula del espectador”.
Señalamientos virtuales enjuiciadores hemos recibido cualquiera, pero sobre el hecho de estar en una lista, hay ejemplos muy puntuales, contextuales de la obra y del autor de la misma. Los movimientos #MiPrimerAcoso (2016), #MeTooTeatroMexicano (2019), y los múltiples “Tendederos” que se han difundido hasta la fecha. Por aquellos días, de primeras denuncias públicas, David Gaitán se posicionó en contra de la irrupción en el Teatro Eduardo Lizalde de Coyoacán que llevaron a cabo “Las hijas de la violencia”, impulsadas por la campaña #MiPrimerAcoso, en dicha manifestación, más de veinte mujeres señalaban al director de teatro Felipe Oliva Alvarado, por actos de abuso sexual, violación, acoso, hostigamiento y violencia sicológica entre 1998 y 2013, de las cuales cinco interpusieron una demanda formal ante la Fiscalía de Delitos Sexuales de la Ciudad de México.
Días despues, a través de sus redes sociales, Gaitán publicó un texto con el que nos preguntó: ¿Irrumpir en mitad de una función no es atentar contra algo que ya habíamos acordado que es sagrado? ¿La certeza de que el director sea un acosador justifica la interrupción de la obra de teatro? ¿Dónde y cómo quedan los espectadores de esa obra cuando se planeó la protesta? En el caso de Felipe Oliva, estoy al tanto de los testimonios de acoso… ¿Hay otros de víctimas de violación? ¿En caso afirmativo, ¿hay denuncias penales al respecto? ¿No se están usando como sinónimos los términos “acosador” y “violador”? ¿Qué tan válido, peligroso, necesario, injusto o inevitable es esto? ¿Qué tanto el miedo que la toma del teatro generó en actores, espectadores, etc., es un daño colateral válido? ¿Favorece a la protesta?
A casi diez años, el autor de aquel texto parece hacernos las mismas preguntas, esta vez con una obra que también pone en tela de juicio la tecnología que utilizó para cuestionar, además de otras líneas argumentativas, algunas de las cuales se podrían resumir así: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
“El mar es un píxel”, es un botón de muestra de lo que he venido observando en los ejes temáticos de otras obras y adaptaciones contemporáneas que, si es de su interés y no temen a las “listas”, iré compartiendo a través de este espacio. Sí, estamos viendo llegar al muelle, después de mucho naufragio, propuestas escénicas de creadores que se hicieron los “perdidos”, dramaturgos, directores, productores y actores que fueron “enlistados”, las hay también de quienes los defendieron o de los que se volcaron hacia las que hicieron esas listas, como es el caso de Gaitán, quien para TV UNAM declaró que su reciente propuesta escénica “busca dialogar con el mito de la caverna de Platón”, es decir, ¿las denuncias no son más que la sombra que entra a la caverna, una mentira? “El mundo es más grande de lo que creemos”, agrega David. ¿Qué es esto? ¿El sagrado teatro deslegitimizando y minimizando las violencias históricas y sistemáticas que atravesamos las mujeres? El mensaje no tiene que ser textual para ser mensaje.
Mi interpretación es quizá apenas un píxel del mar que pretende mostrar esta obra, un mar que redunda en el tema de las listas hasta el aburrimiento. ¡Cuánta marea que marea! En el mar de Gaitán no se navega por los tramos donde antes de que a las mujeres se nos obligará a hacer listas, estuvimos en ellas, seleccionadas para la agresión. Tampoco se habla del concepto de honra antes del colonialismo, donde la honra no era algo que se recuperara, el “Perdónalos, porque no saben lo que hacen” del cristianismo no había llegado y esa palabra, sobre todo en las ginosociedades, tenía que ver con el cuidado, la responsabilidad social y el bien común: salvaguardarnos era salvaguardar nuestra honra, por el contrario, “El mar es un píxel” se ocupa de la “honra” de los enlistados que ultrajaron la de sus alumnas y compañeras. Por si alguien necesitaba un ejemplo de pacto patriarcal.
Vengo a este espacio a contarles todo esto y a recordarme que, de las listas entre las que no quiero y las que quiero estar como espectadora y como persona, he elegido aquella de “Las que atentamos contra lo sagrado”, tratáse de la puerta de la iglesia (como en la aldea de la obra) o del teatro. Consiente de que la marea que se viene después de la nuestra, tiende a ser sofisticada hasta cuando de marear se trata.

EL MAR ES UN PÍXEL
Autor y director: David Gaitán
Elenco: Daniela Arroio, Verónica Bravo, Michelle Betancourt, Emmanuel Lapin y Hernán Del Riego alternando con David Gaitán.
Producción: Teatro UNAM
Diseño de escenografía y vestuario: Mario Marín del Río
Diseño sonoro y música original: Andrés Motta
Diseño de iluminación: Erika Gómez
COORDENADAS
Jueves y Viernes 20:00 hrs / Sábado 19:00 hrs / Domingo 18:00 hrs
Hasta el 30 de noviembre.
Teatro Juan Luis de Alarcón del Centro Cultural Universitario (Insurgentes Sur 3000, CDMX).
General $150, descuentos habituales.