Cultura

"El amante polaco. Libro 2", de Elena Poniatowska

Fragmento del libro El amante polaco. Libro 2 (Seix Barral), © 2021, Elena Poniatowska. © 2021. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

  •                          Capítulo 25

                    Primeros años de reinado

¿Es este mi reino?

En las salas vacías del Palacio Łazienki, el frío con­gela los huesos. Aunque la primera noche todavía es de éxtasis, el amanecer devuelve al rey a la realidad. Su re­corrido por los aposentos es una constatación de desas­tres. Cada vez que abre una puerta descubre una ruina. Las ventanas cierran mal, los chiflones atraviesan las habitaciones desiertas y varios gatos hicieron el amor en el único canapé. Los sirvientes no se bañan ni sonríen. «Con razón August III escogió vivir en Dresde», se dice el nuevo rey. Nada lo desanima. «Voy a resolver todo», se repite ante una y otra catástrofe.

—¿Cuántos sirvientes son? —pregunta a su inten­dente.

—Ciento cuarenta y cinco, entre hombres y mu­jeres.

—¿Tantos? ¿Todos pasaron aquí la noche?

—Sí, en el piso, unos encima de otros.

—Al menos a mí me tocó una chaise-longue —bro­mea el rey.

A diferencia de sus predecesores, Stanisław solo cuenta con mil doscientos soldados de la Guardia Real y una pensión de la emperatriz, quien se muestra muy tacaña; en la cocina del palacio, solo podrá comer si un tabernero le envía una charola dos veces al día.

Stanisław tiene que levantar su reino desde cero, como una recién casada que echa a andar su hogar, escoba y plumero en mano.

Al ver que su castillo carece de muebles, el rey pro­pone: «Vamos a hacerlos nosotros».

—¿Piensas volverte carpintero? —pregunta irónico su primo Adam, al descubrir un taller de ebanistería en un ala del palacio.

—Tenemos que saber hacer —responde el rey—. Si todos los polacos sabemos hacer, enfrentaremos cual­quier desgracia.

—¿Hacer qué? —ironiza de nuevo Adam.

—Todo, desde cultivar la tierra hasta encuadernar libros, desde levantar un puente hasta cocinar una buena sopa, desde amasar pan hasta repartirlo. Un pueblo entero se salva si sabe hacer. Mira a los franceses con sus pensadores, sus perfumeros, viticultores, queseros, sastres y sombrereros.

»Saber hacer —insiste Poniatowski— es la salva­ción de todo, eso lo predican los Enciclopedistas. ¿No son ellos quienes rigen al mundo? Ahí está también Prusia con sus músicos y sus filósofos. Tenemos que dignificar oficios, recordar a nuestros héroes, ensalzar nuestras batallas, proteger nuestro tesoro, lograr que los polacos se sientan orgullosos de sí mismos».

El esfuerzo educador de Stanisław abarca los oficios que se transmiten de padre a hijo.

Los miembros de la szlachta, los poderosos de Po­lonia, sonríen despectivos ante el afán del rey por hacer patria; para ellos, el trabajo manual es cosa de los de abajo. Solo las órdenes religiosas y la disciplina militar son dignas de reconocimiento; bendecir y hacer la guerra lo justifica todo. «¡Esas sí son artes de vida!».

—Nunca voy a sentar a un cochero en mi mesa —advierte su prima Elżbieta— porque tanto él como yo pasaríamos un mal rato.

—Tal vez te enamorarías de él.

—Stasiu, ¿estás loco?

—En las aulas, además de conversar entre sí, los alumnos descubren que pueden quererse. ¿No es la hermandad de los opuestos la esencia de la enseñanza?

—¿Estás seguro de que vas por buen camino? —se inquieta Adam, que interviene de pronto.

—No conozco otro, amable primo. Lo primero que me sale del corazón es acercarme a la gente que nace y muere en Polonia.

Adam, dispuesto a dar la media vuelta, se detiene. Algo en la voz de su primo lo conmueve. La corte se burla del nuevo rey que ofrece su mano a cada súbdito. Su mansedumbre confunde a la szlachta, y a Staś le sorprende que hasta sus familiares lo aborden con ojos bajos y que varios recién conocidos aseguren haberle sido presentados, circunstancia de la cual se culpa no recordar. «Es por mi miopía», se excusa, «soy mal fisionomista».

Quienes más lo desconciertan son las mujeres. Se disputan el favor de besar su mano y guardan silencio si él toma la palabra. «No voy a ser el único que hable», ríe el rey, incrédulo.

Nunca ha sido tan digno de ser escuchado.

Los polacos buscan una figura paterna en ese nuevo rey que a su vez se pregunta cómo afianzar su propia autoridad.

«Nada vas a hacer sin el permiso de Catalina», confirma su adorada prima Elżbieta.

A medida que abre puertas, sus súbditos se inclinan a su paso. A pesar de haberse acostumbrado al vasallaje en San Petersburgo, a Staś lo mortifican caravanas, lisonjas y obsequios. Algunos elogios lindan con el servilismo y otros son simplemente lacayunos. No le sorprendería oír letanías como las que se recitan ante el altar: «Torre de marfil, Arca de la alianza, Casa de oro, Estrella de la mañana...».

«El nuevo rey odia la guerra», el rumor se extiende en Varsovia como una acusación.

En Europa, no hay honra mayor que ser soldado; soldado que se distingue en la batalla, soldado de entregar la vida por los demás, soldado de morir por la patria.

Poniatowski es ahora Stanisław August II, rey de Polonia, gran duque de Lituania, y su carácter lo hace incapaz de prever malas intenciones. Nombra al regordete Jacek Ogrodzki su canciller y reúne a un séquito de niños de ocho a doce años: «¿Les gustaría ser mis pajes?». Mientras tanto, corretean en el pasillo y sus risas lo alegran. Un niño que sonríe tiene mucho de pájaro. ¿Cómo darles de comer y vestir a esas golondrinas que aún no saben que Polonia es su nido?

Nunca cesa el movimiento en el palacio y los quejosos esperan con caras largas a que el rey les conceda audiencia. «¿Es este el palacio de un monarca o es una corte de los milagros?», se pregunta Stanisław al ver muletas y rostros descompuestos en los pasillos y en el quicio de la puerta.

¿Por qué a un rey se le acercan todos los olvidados de la tierra, todos los que creen en los milagros, todos los parásitos de este planeta?

¿Y Catalina?

Imposible darse cuenta de que la emperatriz ya no lo ama, imposible aceptar que su castillo de Wawel no alcance la grandeza de Versalles o de Buckingham; el rey todo lo va a resolver, se reunirá con su bienamada, dialogará con pensadores europeos, consultará a Rousseau, a D’Alembert, y para recibirlos en Varsovia, creará una atmósfera de cultura y de dignidad.

El amante polaco
El libro de Elena Poniatowska. El libro de Elena Poniatowska. (La Crónica de Hoy)

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