Cultura

"El arte prehispánico y la educación" (Fragmento), de Beatriz de la Fuente

Con motivo del lanzamiento delconcurso de ensayo “Beatriz Ramírez de la Fuente”, El Colegio Nacional nos comparte este fragmento de la obra de la primera mujer en ingresar a la institución

Beatriz de la Fuente, una vida dedicada al arte mexicano
La ceremonia de premiación será el martes 7 de mayo, fecha conmemorativa del ingreso de Beatriz Ramírez de la Fuente al Colnal, en 1985. La ceremonia de premiación será el martes 7 de mayo, fecha conmemorativa del ingreso de Beatriz Ramírez de la Fuente al Colnal, en 1985. (UNAM)

Beatriz de la Fuente, la primera mujer en ingresar a El Colegio Nacional, tiene una relevancia enorme dentro de la historia del arte: para interpretar y entender el arte prehispánico, se adentró en los territorios de la arqueología, la antropología, la sociología, la lingüística y la historia. En reconocimiento a su labor, esta institución convocatoria del concurso de ensayo “Beatriz Ramírez de la Fuente”. Compartimos con los lectores de Crónica un fragmento de su discurso de ingreso, para promover su obra y su pensamiento.

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[…] La historia del arte, campo de mi particular dedicación, es una disciplina que, de la estética y de la historia, toma conceptos y métodos, y se los apropia y los aplica en la apreciación de los hechos artísticos. Como disciplina autónoma es joven; no cuenta más de un siglo. Tiene, de modo particular la del arte prehispánico, fronteras extensas y mal definidas con la arqueología, a lo largo de las cuales ocurren convergencias afortunadas, y se empeñan ciertas disputas de territorio. Por ello, antes de proseguir, quiero destacar lo que distingue el quehacer del historiador del arte de la tarea del arqueólogo.

En tanto que este último se ocupa en el estudio científico de todos los objetos y edificaciones del pasado que descubre y explora, el historiador del arte se interesa solamente en los objetos artísticos, a los cuales se aproxima con el propósito de conocer su valor, su significado, sus relaciones de estilo con otras obras de arte, y su intrínseca liga con la cultura de la cual forman parte.

También es conveniente apuntar que la historia del arte y la antropología recorren juntas un tramo del camino, pero luego se separan porque si bien ambas disciplinas se alimentan entre sí, y reciben información de otras ciencias humanas, la historia del arte maneja en forma singular la información que fluye de ellas y la usa para sus propios fines. La antropología, por su parte, sólo marginalmente se ocupa en los hechos artísticos.

El artista y su obra no se producen en el aislamiento, sino inmersos en un contexto natural y social; de hecho, lo que el artista hace es perpetuar y transmitir valores de su cultura, y en el proceso de hacerlo, crea algo que es en algún modo original y revelador. En el mundo indígena del México antiguo, las actividades que llamamos artísticas, del pintor, del artista de las plumas, del alfarero, del orfebre, del poeta, descritas por los informantes de Sahagún, traducidas y explicadas por León-Portilla, no son ciertamente iguales a las del artista del mundo moderno occidental. Me atrevería a decir que, en cierta manera, tales actividades tenían penetración más profunda y más sabia en su cultura. El que hoy nombramos “artista”, era un ser predestinado al cual se educaba en centros especiales, en donde se adentraba en los mitos y tradiciones de su pueblo. El artista se transformaba mediante su educación en el ser que sabía “dialogar con su propio corazón” y se convertía en un tlayoltehuaiani, “aquel que introduce el simbolismo de la divinidad en las cosas”.

Los trabajos de arte de diferentes universos abren, para el estudioso, caminos que lo llevan al conocimiento del pasado cultural de un país o de una región, y lo acercan a una comprensión más profunda del hombre, de sus inquietudes en torno a su origen y su destino, y de sus maneras de confrontar y explicar la naturaleza y la divinidad.

Quienes han cultivado la historia del arte, han desarrollado procedimientos que le son particulares a esta disciplina. Wölfflin, al darle autonomía, concibiéndola como la historia de los modos de ver; Riegl, al postular el concepto de “voluntad artística”, que permite penetrar en las artes no occidentales; Wörringer, al establecer la variación histórica de los estilos y rehabilitar y extender la “voluntad artística”; Focillon, al proponer un sistema aplicable a la evolución de los estilos; Panofsky, al fundar el método iconográfico para alcanzar la comprensión de las artes visuales, y Langer al caracterizar las formas artísticas como formas expresivas que se hacen perceptibles de modo simbólico. Ellos están entre quienes han dotado a la disciplina de instrumentos conceptuales y operativos que le han permitido afinar, ahondar y extender su campo de aplicación.

En suma, es conveniente dejar asentado que la historia del arte no pretende competir con otras disciplinas sociales, porque tiene un campo propio, y conceptos y métodos que le confieren autonomía. Lo que Dilthey escribió acerca de la historia del arte, sigue siendo válido:

Los trabajos de arte se encuentran entre la evidencia más poderosa del verdadero estado de las cosas en un tiempo dado… la tarea del historiador en cuanto al arte, es leer el significado que ese trabajo tuvo en su tiempo.

Siguiendo esta línea de ideas, agregaría que su objetivo primordial es ayudar al hombre actual a comprender sus raíces, y cómo a partir de ellas ha llegado a ser como es y a tener así una imagen más justa del mundo en que vive.

Los historiadores del arte se orientan dentro de campos de referencia general, inscritos en alguna de las grandes corrientes del pensamiento: idealismo, dialéctica, fenomenología, estructuralismo, historicismo, etcétera; pero también emplean conceptos que, aunque de menor alcance, son los que les permiten pasar del plano conceptual al plano de las realidades más limitadas y concretas, constitutivas del objeto habitual de sus investigaciones. A este nivel, la historia del arte aparece como disciplina coherente y con energía propia.

La primera tarea del historiador del arte, es decidir cuándo un objeto amerita ser visto como un trabajo de arte y ser tratado como tal, y no como material que puede ser usado con otros fines. ¿Qué es un trabajo de arte? Es una totalidad significativa cuyos elementos: materia, formas, espacios, colores, se hallan armónicamente integrados y suscitan, en quien lo contempla, una respuesta que varía entre el puro asombro y la emoción estética; pero esto solamente ocurre en quienes tienen sensibilidad y líneas de orientación suficientes para percibir lo que por medio de él se expresa o comunica. Los objetos de arte son productos del poder, de la creatividad de hombres técnicamente capaces de expresar aspectos de la naturaleza, de su religión o de su cultura, tal como los experimentan con su sensibilidad y los transforman con su imaginación.

Pero he de decir que quien se dedica al ejercicio de la historia del arte, no sólo se ocupa en los productos vinculados al genio de un artista, los que llamamos obras maestras, sino también en obras menores, artesanales a veces, que acaso carecen de fuerza creadora y originalidad, pero que contienen y expresan algo importante en la cultura donde se originan. En las artes antiguas, más aún que en las modernas, la distinción entre arte y artesanía se oscurece.

En su trabajo concreto, el historiador del arte puede tomar como objeto de análisis una pieza aislada, y poner así el acento en elementos artísticos de carácter único, o bien situarlo sobre un conjunto de obras, en las cuales los elementos son recurrentes: aquellos que permanecen a través de los cambios temporales y espaciales y sirven para caracterizar una forma de vida y una época.

Por otra parte, el estudioso de las obras de arte puede concretarse al estudio de valores formales, o ir más allá e intentar la comprensión de sus significados. Pero si pretende alcanzar esto último, no hay que perder de vista que una obra que hoy cumple una función estética, pudo haber sido en su origen un mensaje codificado de preocupaciones religiosas, de vicisitudes del poder, y acaso, un instrumento de cohesión social. Sólo mediante el estudio ordenado de una obra única o de un conjunto de creaciones artísticas, es posible reconstruir fragmentos significativos del universo, y de algunas creencias que en un lugar y en una época hombres determinados han tenido acerca de sí mismos, de su origen y su lugar en el cosmos, creencias que en buena parte han decidido su destino.

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