
La devastación de una ciudad provocada por la especulación inmobiliaria, por la construcción de espacios donde es imposible hacer una vida digna y por la formación de socavones, son elementos que la autora Daniela Catrileo (San Bernardo, 1987) plasma en su reciente novela “Chilco” como una especie de venganza literaria a la falta de respeto por los territorios.
“Viví mucho tiempo en Santiago, en la capital, y fui observando cómo se transformaba el paisaje, mi vista daba a la cordillera y al otro día había edificios que no me dejaban verla; fui testimoniando la transformación de la ciudad a partir de la voracidad inmobiliaria que azota a muchos lugares, es un tema muy contemporáneo”, señala en entrevista la autora de origen mapuche.
La novela editada por Seix Barral narra el momento en que Mari deja la Capital y se muda a la isla Chilco, comunidad de origen de su esposo Pascole. Sin embargo, siente una falta de conexión con el lugar a pesar de que la ciudad no le ofrecía una tranquilidad ya que fue destruida por un movimiento social y por múltiples socavones.
Catrileo señala que los departamentos de los grandes centros urbanos, son espacios mínimos y en constante colapso donde la gente no puede recrear amplias formas de vida.
“En la historia hay un juego de venganza y, desde la ironía y el humor, quería jugar con la idea occidental del fin del mundo porque para las poblaciones indígenas, el fin del mundo fue el momento en que llegaron los conquistadores y nos transformaron, modificaron nuestra forma de vida”, afirma la autora.
¿Por qué hablar sobre la crisis de identidad?
Me interesaba retratar la incerteza de muchas personas que tienen de no encontrarse territorial y lingüísticamente, como si hubiesen sido despojados de su memoria e historia.
Quería construir eso y mostrarlo ahí porque pertenezco a un mundo muy distinto, donde se reivindica el lugar de donde uno viene, luchamos comunitariamente para que nuestras formas de vida y nuestras lenguas se preserven.
Construí a Mari con la imposibilidad de no encontrar su origen, pero de tener ciertas huellas que se iban manifestando, por ejemplo, sabía que su abuelita podía tener una relación con el mundo indígena andino pero lo negaba como muchas generaciones han negado su identidad blanqueándose por asimilación o resistencia.
En la novela, Catrileo utiliza palabras en varias lenguas indígenas: mapudungún, quechua, aymara y creole.
¿Los citadinos somos turistas en los territorios y en la historia?
Una constante en nuestras sociedades es despojar de historicidad y de política a los pueblos y en vez de eso fetichizamos, sólo interesa lo cosmético, aquello que puede ser rentable y vendible: el turismo y algunas piezas artesanales, pero cuando esos pueblos empiezan a exigir sus derechos, a hablar de territorio, de autonomía y lenguas, inicia el problema político porque pareciera que esos pueblos no tienen derechos.
¿Hay una romantización del pasado?
Los pueblos indígenas tenemos tanta complejidad y heterogeneidad como cualquier otro pueblo, incluso una palabra tan compleja como indígena que a la vez sé que tiene un proceso histórico importante para los intelectuales de nuestro continente, pareciera que anula la multiplicidad de pueblos.
Entonces ahí viene la apropiación cultural de quitarles ciertas palabras, de usarlas para sus propios proyectos o gentrificar territorios que son indígenas o ir quitando territorios que son espacios de pueblos populares. Lo vemos con empresas que no tienen un respeto ni diálogo ni ética con los pueblos.
La autora indica que esas acciones provocan que las luchas indígenas y de mujeres sean desplazadas de la historia universal.
¿Qué espacio ocupa el dolor en la novela?
La gente sufre, pero también tiene posibilidad de goce, también disfruta una fiesta y comparte en comunidad. Hay humor todo el tiempo. El testimonio del dolor también ha invadido casi todas nuestras producciones, es algo importante para nosotros.
El dolor ha sido parte de la vida colonial, pero nos ha impedido trabajar otras imaginaciones posibles a través de la literatura. En esta novela quería jugar con eso, hay dolor, sí, pero cómo estas poblaciones siguen resistiendo y al mismo tiempo tiene que ver con la alegría, con celebrar que estamos vivos.
Catrileo señala que su protagonista, Mari, está rodeada de una tríada de mujeres a las que les cuesta identificarse con el goce porque todo el tiempo están trabajando y no queriendo amar porque los padres de sus hijas las han abandonado.
“Muchas generaciones anteriores están cargadas de eso, Mari está en una encrucijada, es muy fronteriza, está cuestionando desde el mestizaje, dónde actuar y eso la hace errática. Hablamos del trauma histórico que tiene una herencia, estas generaciones heridas y quería que Mari se revelara”, indica.
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