
El nuevo libro de Salvador Gallardo Cabrera, Ernst Jünger. La resistencia al presente (Matadero editorial-Universidad Autónoma de Aguascalientes), es un opúsculo muy ameno e iluminador para entender la complejidad de alguien tan enrevesado como Jünger, un escritor-militar-entomólogo y experto en drogas alucinógenas. Jünger murió de 102 años (había nacido en 1895). Batalló en las dos guerras mundiales y resistió las dos grandes barbaries del siglo XX (el nazismo y el comunismo) como una roca de acantilado. La editorial Tusquets tiene publicados y traducidos casi todos sus libros. Hay una devoción por Jünger.
Como entomólogo, a fuerza de observar minuciosamente la organización de las hormigas, Jünger se sorprendió de que en ellas reinara el mecanismo disciplinario y productivo de la esclavitud. Comparó el asesinato de los zánganos con una implacable razón de Estado. Concluyó que las hormigas hacen superflua la libertad y que desaparecen la individualidad para alcanzar la perfecta sincronización entre organismo y organización. Menos mal, según explica Gallardo Cabrera, la perfección humana y la perfección técnica son incompatibles. Si queremos la una debemos sacrificar la otra.
En 1932, después caer herido en la Primera Guerra Mundial y en medio de una Alemania humillada por el Tratado de Versalles, Jünger adquirió la lucidez que sólo otorga la derrota. Publicó El trabajador (Der Arbeiter) para observar una cosa terrible: la experiencia bélica ya no se reduce a la del soldado en el frente, sino que se extiende a la cotidianidad del aparente ciudadano. El soldado se prolonga en la figura del trabajador en la medida en que éste último ya es también un sujeto armado (de un auto y ahora de un teléfono móvil) y habla el lenguaje de la técnica. Quien “sale” de trabajar, añade Gallardo Cabrera, no se aleja del mundo del trabajo, sino que sigue trabajando como consumidor de datos, noticias y de entretenimiento. La simple necesidad que la gente siente de absorber noticias varias veces al día, según observaba Jünger en su ensayo La emboscadura de 1951, paraliza la inteligencia. Los noticieros nos tienen acostumbrados al fin del mundo. Nos someten al encierro voluntario. Pero en el seno gris del rebaño se esconden lobos: personas que continúan sabiendo lo que es la libertad.
Alfonso Reyes (hasta cierto punto contemporáneo de Jünger) se alarmó en 1940 de la acelerada urbanización del Valle de México y, en “Palinodia del polvo”, auguró que cuando ya fuésemos hormigas –el estado perfecto– discurriríamos por las avenidas incapaces del individuo, de arte y de espíritu, porque el individualismo, el arte y el espíritu sólo se dieron entre las repúblicas más insolentes o anarcas. De ahí que no sean precisamente anarquistas quienes derrumban estatuas de plazas y avenidas, sino iconoclastas muy obedientes. En la edad de la radiación, según Garrido Cabrera, la grandeza histórica encarnada en una persona ha dejado de ser creíble: “la sustancia histórica se ha agotado” (p. 96). Para reestablecer la sustancia histórica y la encarnación del individuo, por paradójico que parezca, se requiere cierto espíritu anarco. Jünger encarnó el espíritu anarco en varias figuras: en la del Gran Guardabosques, en la del Centinela Perdido y especialmente en la del Emboscado.
A pesar de que Jünger se opone a la disolución de lo sagrado, Gallardo Cabrera sostiene que por esa oposición no puede hacerse de Jünger un epígono de la “revolución conservadora”. De ese “error” lo sacó Ernst Niekisch, el autor de Hitler, una fatalidad alemana (1932). Es cierto que el anarca Jünger no pudo ser, en esencia, un nazi ni un comunista. Para Jünger, la redención del trabajador en virtud del nacional-bolchevismo o del nacional-socialismo era demasiado utópico. Niekisch, en cambio, fue un devoto del nacional-bolchevismo y de la identidad protestante y obrera de Alemania. Para no levantar sospechas entre los nazis, Jünger tuvo que quemar su correspondencia con Niekisch cuando este fue detenido.
A pesar de Jünger haber sido oficial de la Wehrmacht en el París ocupado por los nazis (sobre lo cual dejó un diario magnífico), Gallardo Cabrera sugiere que desde 1934, con el ascenso de Hitler, el autor de El trabajador sospechó de semejante líder mesiánico y que, en el epílogo epigramático de Hojas y piedras, lo atacó con indirectas: “El ataque a la autoridad empieza con aclamaciones”. O “Los falsos profetas revientan como un globo si se les alaba en exceso”. Los devotos de Jünger buscan desesperadamente desvincularlo de Hitler. Para ello, suelen rememorar una cena que Jünger tuvo con el jurista y filósofo Carl Schmitt en el Hotel Ritz de París el 18 de octubre de 1941. Jünger registra que en aquella cena Schmitt le dio a leer una novela breve de Herman Melville, la titulada Benito Cereno, para hacerle caer en la cuenta de que ambos padecían la misma situación de andar en un barco tomado por una tripulación sediciosa y abyecta en la que ellos hacían el triste papel de “jefes”.
En 2666 Roberto Bolaño bromeó en torno a los devotos españoles de Jünger, siendo él mismo otro devoto. En la academia alemana se ha estudiado recientemente la relación Jünger-Bolaño (véase el estudio de Susanne Klengel, Jünger-Bolaño, reseñado por Diana Hernández Suárez). Se ha sugerido que Archimboldi, el imaginario escritor alemán que aparece en 2666, puede ser una reinvención o remake de Jünger. Para uno y otro, en efecto, el todo no existe: hay escarabajos, algas, tortugas. Recordemos que en 2666 Archimboldi dialoga con un alga roja en el mar Báltico mientras combate la contraofensiva soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Para la voluntad de poder, para la filosofía auténtica de Jünger, la vida no es la vida orgánica de la planta y el insecto, sino el ser: la totalidad de los entes, las piedras y los muertos.
Copyright © 2023 La Crónica de Hoy .