El dueño (pp. 67-68)
“En 1932 una lluvia torrencial, definida por los habitantes del Valle de Amatzinac como “una gran serpiente de agua”, provocó la caída de tal cantidad de piedras en la escarpa noroccidental del cerro de Chalcatzingo, que dejó al descubierto parte de la cara de una gran peña donde se alcanzaba a ver un fragmento del relieve que posteriormente sería conocido como “El Rey”. Allí está plasmado un personaje en posición sedente dentro de una cueva cuya entrada adquiere la figura de las fauces de un monstruo. El personaje descansa en majestad sobre un sitial en forma de xonecuilli (símbolo pluvial y estelar) y sostiene entre los brazos, como si fuera un infante, otro símbolo idéntico (figura 1). Por la boca de la cueva salen bandas rematadas por roleos que pueden ser interpretados como corrientes de viento, y fuera de la cueva, en la parte superior, hay figuras de nubes que derraman lluvia.
Éste y otros relieves que continuaron apareciendo en el sitio han sido atribuidos a gente de tradición olmeca que ocupó la región en el Preclásico medio (700-500 a.C.). Jorge Angulo Villaseñor, uno de los arqueólogos que han intervenido en las excavaciones de Chalcatzingo, se dio a la tarea de interpretar los relieves del sitio, prestando especial atención a la figura de “El Rey”. Abordó el estudio no sólo con el auxilio de la iconografía mesoamericana de la época de los relieves, sino que utilizó símbolos religiosos de otros periodos prehispánicos, fuentes documentales y coloniales, y creencias y prácticas indígenas contemporáneas. En sus conclusiones identifica al personaje sedente como el Señor del Monte o como Señor y Corazón de la Montaña, equivalente, entre otros dioses prehispánicos, a Tláloc, a Tepeyóllotl —el dios jaguaresco de los mexicas— y a las divinidades de los pueblos mayenses Uo’ tán, Caculhá Hurakán, Chi’ pi Caculhá y Raxá Caculhá.
Angulo se refiere a “El Rey” como a un dios poderoso, tan necesario para la subsistencia de los campesinos que su culto ha podido resistir el paso de los siglos de vida colonial. En la antigüedad su figura más común era la del Señor de la Lluvia, el dueño del gran depósito de la vegetación, pero esto no implica que hayan carecido de importancia otras advocaciones suyas, como la del Señor de los Animales, que entre los mayas se representó como una divinidad con características anatómicas de venado.
Hoy sigue siendo un personaje multifacético y de variadas funciones que incluyen poderes aparentemente tan diferentes como ser dueño de la naturaleza salvaje y, al mismo tiempo, protector de los campos de cultivo. A partir de sus denominaciones se alcanza una primera idea de sus múltiples atributos. En español se le da, entre muchísimos otros nombres, los de Dueño, Dueño del Agua, Jefe, Rayo o Trueno, Centello, Diablo, Dueño de los Animales, Dueño del Cerro, Dueño del Viento, Ángel o Angelito, El Viejo del Monte, El Mero Mero (o Mero [Dueño]), Dueño de las Abejitas, Rey, Autor, Dueño del Lugar, Caballero, Patrón, Hombre del Cerro, Santo, Señor, Catrín, Sombrerote, Chato y Chivato. En náhuatl el nombre que más resalta es Chane (“Dueño”), pero también se emplean los de Cuauhtaxihuan (“Juan del Monte”) y Cuauhtahuehuentzin (“Viejito de la selva”). Los totonacos lo llaman Taj Win (o Tajín, “1-Rayo”); los mixtecos, Nai Kusano (“El que manda”); los quichés, Ajyuk’ (“Guarda de la caza”), Tzimit y Tzitzimit; los chontales de Oaxaca, onda’ a o Teasans (“Primer hombre”); los tzotziles, ‘Anjel; los tarascos, Terúngutpiri; los popolocas de Puebla, Chinentle, tal vez el antecedente del actual patrono san Marcos; los otomíes, Mu’ ye, y los mayas, el dueño del ganado, H-Wan Tul…”
La cueva (pp. 255-256)
“Tanto el valor simbólico general de las pirámides como el nombre y los mitos del Coatépec ratifican que el Templo Mayor de Tenochtitlan fue una réplica del Monte Sagrado. Es preciso, por tanto, guiar en este sentido la interpretación de los elementos arquitectónicos, esculturas y pinturas del edificio: hipotéticamente deberían ser representaciones de los componentes del monumento cósmico. Entre los componentes del Monte Sagrado destacan la cueva y su boca inferior, umbral que derrama sobre la tierra los bienes más preciados. Como podrá suponerse, el complejo simbólico monte-cueva-boca de cueva adquirió en toda Mesoamérica un elevado valor iconográfico desde épocas muy tempranas, dando lugar a través de los milenios a conjuntos de imágenes cada vez más complejos. No pocas de estas imágenes fueron zoomorfas: serpientes, saurios, aves de rapiña, batracios, etc. Otras produjeron seres monstruosos al combinar partes de distintos animales, elementos vegetales y símbolos cósmicos. La formación de estos seres teratomorfos produjo interesantes equivalencias entre ellos, y algunos símbolos alcanzaron una ambigüedad que sin duda matizó el conjunto con tintes de misterio. Las imágenes y las creencias se retroalimentaron, con lo cual los seres fabulosos se multiplicaron en mitos, leyendas, esculturas y pinturas, individualizando y especializando sus atributos.
El estudio de las representaciones del complejo simbólico monte-cueva-boca de cueva nos conduce a las imágenes mesoamericanas de mascarones, fauces o bocas, dientes y mandíbulas superiores e inferiores de seres teratomorfos. La vinculación se remonta a las investigaciones del relieve “El Rey” (Monumento 1) de Chalcatzingo (figura 1), a cuyo descubrimiento e interpretaciones nos hemos referido. Eulalia Guzmán, quien tomó en cuenta las fuentes documentales, concluyó que el monstruo de enormes fauces podía referirse al Tlalocan, el mítico sitio de la abundancia. Nuevos estudios sobre Chalcatzingo dieron origen a valiosas reinterpretaciones. David C. Grove identificó en ésta y otras esculturas del sitio (como por ejemplo, el Monumento 9) las formas de perfil y de frente de una boca gigantesca, que consideró perteneciente al monstruo de la tierra (figura 2). Posteriormente, Grove estudió las pinturas de la cueva de Oxtotitlan, Guerrero, fijando su atención tanto en el personaje ataviado con máscara de ave como en el ser de grandes fauces sobre el que está sentado (figura 3). Comparó esta figura con las imágenes de Chalcatzingo, y concluyó que con ellas estaba bien documentada la conexión mesoamericana entre las bocas de las cuevas y las fauces del monstruo-jaguar.
Años más tarde Peter David Joralemon identificaría las fauces del monstruo terrestre con las del llamado “dragón olmeca”. Con base en estas interpretaciones se ha debatido si las fauces zoomorfas de la tierra son felinas o de serpiente. En opinión de Joralemon el asunto es más complejo, pues en el llamado “dragón olmeca” se conjugaron partes anatómicas de cocodrilo, serpiente, jaguar, águila y ser humano.

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