Cultura
El Colegio Nacional

“Economía, ciencia e ideología”; fragmento del discurso de ingreso de  Leopoldo Solís Manjarrez, a un año de su muerte

A casi un año del fallecimiento del economista Leopoldo Solís Manjarrez, quien fuera miembro de El Colegio Nacional, esta institución le rendirá un homenaje el próximo lunes 23 y el martes 24 de mayo. A continuación compartimos con los lectores de Crónica un fragmento del discurso que pronunció al ingresar al organismo colegiado en 1976.

Cartelera de El Colegio Nacional

Cartelera de El Colegio Nacional

El economista contemporáneo transita en el filo de una navaja: por un lado tenemos a aquel que aspira a la objetividad, trata de apoyar sus deducciones teóricas con evidencia empírica y, sin darse cuenta, frecuentemente adopta modelos analíticos que intrínsecamente aceptan el estado de cosas vigente. Esto lo lleva, si no a hacer apología del sistema, cuando menos a aceptar el statu quo. Por otro lado, comprometido con sus convicciones, generalmente partícipe de una ideología de la igualdad, encuadra sus observaciones en un marco preconcebido, y para ser congruente con su sentido de la equidad, acomoda los hechos dentro de esquemas rígidos. En consecuencia, el dilema del economista contemporáneo consiste en que deambula inquisitivamente, pero sin instrumentos adecuados, buscando poner orden en una multitud de causas e influencias al parecer anárquicas, o en sujetarse a un determinismo condicionado por las necesidades de la eficacia política.

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Se ha afirmado que las nuevas teorías de racionalidad económica propiciaron que los economistas pasaran por alto aspectos de la vida real importantes para el análisis económico. Bien fuera porque alcanzar rigor lógico resultó tan arduo que les quedó poca energía para dedicarse a otros quehaceres, o bien porque simplemente se dejaron hechizar por la fascinación del razonamiento abstracto y la creación de un sistema de pensamiento, el hecho indudable es que, por mucho tiempo, la economía neoclásica no fue mucho más allá del desarrollo de una teoría de la opción, de una racionalidad económica estricta entre alternativas, y que ignoró hechos que constituían la preocupación corriente del hombre de la calle. De esta manera, el campo quedó listo para la matematización de la economía, lo que no tardó en ocurrir y fue gradualmente adquiriendo creciente intensidad y difusión. La aplicación sistemática de los principios de maximización dio origen a la investigación de operaciones y los modelos de programación que tanto se utilizan en la administración pública y en el mundo de los negocios. Asimismo, se aplicó a la economía del bienestar, de primordial importancia en el diseño de políticas económicas, sobre todo en lo que se refiere al control o intervención del Estado en la vida económica.

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Mucho se ha hablado recientemente de la crisis del neoclasicismo. Cada crisis o desajuste prolongado de la economía mundial provoca renovadas alusiones a las deficiencias de la ciencia económica; la coyuntura actual no es excepción a esta regla. Pero ahora el clamor se escucha en el ambiente de los economistas académicos y es tan intenso en los círculos de los practicantes de la ortodoxia como fuera de ellos. Se habla del subdesarrollo de la economía, de lo escaso de su contribución a la solución de los más importantes problemas del momento; se escuchan reclamos respecto al excesivo aislamiento de otras disciplinas afines; se apunta que ignora la existencia del poder así como sus consecuencias ideológicas sobre la propia teoría económica; se señala la futilidad que significa construir una gran superestructura teórica basada en débiles fundamentos empíricos y la inconveniencia de armar un aparato teórico que por el procedimiento de supuestos hipotéticos destruye su relación con el mundo real. Como si todo esto fuera poco, se dice, además, que la economía es indiferente al hecho de que cada problema económico práctico constituye una situación histórica dada que no es posible captar mientras el analista se sitúe encuadrado en un esquema conceptual preconcebido.

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La economía neoclásica no es capaz de explicar la evolución histórica del capitalismo; pierde fuerza conforme se alarga el plazo del análisis, se agregan variables económicas o se modifica la estructura subyacente. El marxismo, por su parte, poco nos dice sobre el funcionamiento diario o sobre la asignación eficiente de los recursos en una economía ¿Qué puede uno esperar actualmente de estos dos enfoques, distintos aunque paralelos?

[...] La ciencia económica lleva largo tiempo buscando una teoría más general que comprenda el equilibrio general del neoclasicismo junto con la evolución histórica del marxismo: una teoría que ilumine los puntos obscuros —al menos los más importantes— de ambas, que integre el corto con el largo plazo, la estática con la dinámica; que ilumine el análisis neoclásico con la descripción institucional histórica; que fortalezca el marxismo detallando y concretando el funcionamiento en el corto plazo y que especifique condiciones de equilibrio y eficiencia en las operaciones cotidianas. Pero cabe preguntar si por ventura el economista dispone ya de la perspectiva y el instrumental metodológico para integrarlos.

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El reto al que se enfrenta la actual generación de economistas latinoamericanos ante la presente crisis de la teoría económica es hacer un renovado intento de comprender las peculiaridades de nuestra realidad social y proponer caminos efectivos frente a las grandes carencias e injusticias que en dicha realidad se observan. Para ello, el economista latinoamericano debe, no rechazar la teoría, sino usar más y mejor teoría, basada e inspirada en las dos corrientes dominantes de pensamiento económico. En una teoría más general, fundamentada en una cuidadosa descripción institucional, construida con consistencia lógica y confrontada constantemente con la evidencia empírica. El neoestructuralismo, si es que pudiera llamársele así, debería incorporar y mejorar las dos corrientes dominantes sin debilitar su respectivo poder explicativo.

He recorrido un largo camino para describir a ustedes algunos vericuetos de la economía, de una ciencia que adolece de los defectos de ser joven. Pero deseo tratar de explicar también, que algunos cargos que se le hacen hoy en día rebasan los confines trazados por las limitaciones del conocimiento económico. Se afirma que los economistas no coinciden jamás en sus opiniones y que su mayor participación actual en la formulación y desempeño de la política económica mexicana coincide con el deplorable estado de la economía nacional. No hay nada de sorprendente en el hecho de que, si se interroga a economistas de distintas escuelas y aptitudes, se obtengan respuestas diferentes a preguntas similares. Así como es necesario conocer las cualidades de cada quien y tener claros los objetivos de cada política, también es preciso que los economistas sean más responsables al emitir juicios, que sean claros y expongan todas las implicaciones de lo que recomiendan. Entonces se verá que si las preguntas se plantean como es debido, el campo de acuerdo entre los economistas es en realidad muy amplio y las diferencias menos sustanciales de lo que parecen.

La economía, a fin de cuentas, es un instrumento, nunca un sustituto, de una clara ideología política. 

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