Cultura

"De las estructuras reticulares a los algoritmos evolutivos" (Fragmento)

Con motivo del curso “Una introducción a la computación evolutiva", a cargo de Carlos Coello Coello, El Colegio Nacional nos comparte este fragmento de su discurso de ingreso 

el colegio nacional

Carlos Coello cuenta que cuando llegó a Estados Unidos a estudiar su maestría en cómputo le obligaron a estudiar clases extras de matemáticas, a pesar de ser egresado de ingeniería civil.

Carlos Coello es uno de los pioneros de el estudio de la computación evolutiva en México.

Compartimo con los lectores de Crónica un fragmento del discurso de ingreso de Carlos Coello Coello, miebro de El Colegio Nacional, que inaugurará el curso Una introducción a la computación evolutiva: conceptos básicos y aplicaciones”, que se llevará a cabo del lunes 15 al viernes 19 de enero, a las 18 h, en El Colegio Nacional (Donceles 104, Ccentro Histórico, CDMX).

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De joven, no fue fácil para mí decidir qué estudiar, pese a que tuve opciones muy limitadas. Para alguien que nació en un pequeño pueblo de la costa de Chiapas llamado Tonalá y que creció en los años setenta en Tuxtla Gutiérrez, las opciones profesionales eran muy escasas, pues se reducían a estudiar ingeniería civil, arquitectura, derecho, administración o medicina. Desde la adolescencia supe que me gustaban las matemáticas, pero creía tener también cierta inclinación por la electrónica y, de alguna forma, pensaba que se me facilitaba la química, aunque nunca me gustó tanto como las matemáticas. Decidí estudiar ingeniería civil, tal vez más porque era la profesión de mi padre que por ser la que parecía más cercana a mis intereses que eran diversos y quizá, hasta un tanto dispersos.

Desde la adolescencia me sentí atraído por la ciencia y también por la ciencia ficción. Crecí admirando a Los cazadores de microbios de Paul de Kruif [1] y pasé horas leyendo historias fascinan tes de ciencia ficción como las Crónicas marcianas de Bradbury [2] y el Anochecer de Asimov [3]. Pero también disfruté de la lectura de libros de divulgación como El cerebro de Broca… de Carl Sagan [4], intrigado profundamente por los enigmas de nuestro cerebro. Fue así como un día de mi remota adolescencia, decidí que sería un científico. La incógnita que prevalecería durante varios años era el área en la que trabajaría.

Y así, llegué al verano de 1985. Tras haber aprobado el examen de admisión de la carrera de Ingeniería Civil en la unach, me encontraba esperando el inicio de los cursos propedéuticos que debía tomar de forma obligatoria antes de ingresar formalmente a la que se volvería mi alma mater. Fue en ese entonces que mi padre llevó un día a casa una pequeña computadora Timex Sinclair que debía conectarse a un televisor. Esta computadora, que contaba con una memoria muy limitada, venía equipada con un intérprete del entonces popular lenguaje de programación BASIC y podía programarse con relativa facilidad. Mi primer contacto con esta pequeña computadora despertó en mí una fascinación que me ha acompañado durante el resto de mi vida. Pero la programación fue el inicio del camino a la curiosidad por saber más acerca de estas enigmáticas máquinas dentro de las cuales se ocultaban mundos maravillosos. […] Quería entender la forma en la que una computadora procesaba la información que yo le proporcionaba. Esto me llevó a leer diversos libros y revistas en una época en que no existía acceso a internet en Tuxtla Gutiérrez. Después, y gracias a la generosidad de mi padre, vinieron otras computadoras: tuve una Commodore 64 y luego una Commodore 128 y algunos años más adelante, pude comprar con mis propios recursos, una computadora Printaform, compatible con ibm, que traía un monitor monocromático y una unidad de discos flexibles de 5.25 pulgadas. Con ellas aprendí a programar, de forma muy rudimentaria y totalmente autodidacta, en Pascal, Pilot, LOGO e incluso llegué a aprender algo del lenguaje ensamblador y algo del lenguaje de máquina ––o sea, a programar usando de manera directa números binarios––.

Recuerdo que me volví una molestia constante para mis profesores de la unach, pues siempre quería conocer las ecuaciones detrás de los métodos gráficos de solución, que eran tan comunes en mis cursos de ingeniería civil de aquella época. Mi obsesión por entender a profundidad un problema a fin de encontrar la forma más adecuada de resolverlo, me ha acompañado desde entonces.

Y así, transcurrieron cinco largos años en los que logré concluir la carrera de Ingeniería Civil mientras estudiaba por mi cuenta diversos conceptos de computación que creía que me serían de utilidad más adelante. Bromeaba con mis amigos, diciéndoles que estaba estudiando computación y que en mis ratos libres, hacía mis tareas de ingeniería civil. Evidentemente, a esas alturas, estaba convencido de que lo que quería era estudiar computación y veía a la ingeniería civil como un simple pasatiempo.

Elegí escribir mi tesis de licenciatura acerca del análisis de estructuras reticulares por computadora usando el método de rigideces [5]. Cabe mencionar que las estructuras reticulares se forman por medio de barras, tales como las armaduras planas que suelen usarse en los puentes. Esto me permitió aprender más respecto del lenguaje de programación Pascal, que gozaba de gran popularidad a principios de los años noventa. Y en el proceso, aprendí diversos métodos numéricos como por ejemplo, el método de Cholesky, que se usa para matrices simétricas, el cual apliqué al análisis de las estructuras que abordé en mi tesis.

Cartel de Computación Evolutiva.

Cartel de Computación Evolutiva.

ECN

Fue precisamente en aquellos días, en uno de mis frecuentes viajes a la Rectoría de la unach para completar los trámites de mi titulación, en que me topé con un anuncio de unas becas que ofrecía la Secretaría de Educación Pública (sep) para estudiar en la Universidad Tulane. En ese entonces, ni siquiera sabía en dónde estaba ubicada esa universidad, pero de inmediato pensé que podría solicitar una beca para cursar una maestría en computación. Lleno de ilusiones, viajé a la Ciudad de México a entregar documentos, convencido de que obtendría una beca. Mientras esperaba los resultados de mi solicitud, estuve trabajando, primero en la hoy Facultad de Ingeniería Civil (fic) de la unach y luego, en una constructora, a cargo del manejo de un programa llamado NeoData para calcular los costos de una obra. Ésta sería la única vez en mi vida en que trabajaría como ingeniero civil.

En el verano de 1991, me despedí de mis jefes de la constructora, diciéndoles que me iría a estudiar una maestría a Estados Unidos. Todos me felicitaron sin saber que, a esas alturas, no había recibido todavía respuesta a mi solicitud de beca. Tras varias semanas de incertidumbre y angustia, finalmente recibí la tan ansiada llamada telefónica que esperaba, en la que me decían que se me había otorgado una beca para cursar una maestría en Ciencias de la Computación en Tulane y viajé en agosto de 1991 a Nueva Orleans, Luisiana, en Estados Unidos, para iniciar una nueva aventura. En Tulane me hicieron ver que me habían aceptado por ser un buen estudiante de licenciatura, pero manifestaron, con esa franqueza que caracteriza a los estadounidenses, que resultaría muy difícil para alguien con mi formación, el poder sobrevivir a los cursos de maestría en Ciencias de la Computación. Entendí después que esto se debía, sobre todo, a que en Estados Unidos, las ciencias de la computación tienen una fuerte orientación matemática y que mi formación de ingeniero civil tenía serias deficiencias a ese respecto.

Convocatoria a premio Beatriz de la Fuente.

Convocatoria a premio Beatriz de la Fuente.