Cultura

"La fundación de la ciudad", de Rubén Bonifaz Nuño

En su aniversario luctuoso, compartimos con los lectores de "Crónica" un fragmento del discurso que el poeta veracruzano pronunció en su ingreso a El Colegio Nacional, el 3 de noviembre de 1972

Jorge Luis Borges en su biblioteca personal
"La fundación de la ciudad", fue el título del discurso de ingreso de Rubén Bonifaz Nuño, a El Colegio Nacional. "La fundación de la ciudad", fue el título del discurso de ingreso de Rubén Bonifaz Nuño, a El Colegio Nacional. (El Colegio Nacional)

El poeta, traductor de clásicos grecolatinos y autor de obras sobre la cosmogonía del mundo prehispánico Rubén Bonifaz Nuño nació el 12 de noviembre de 1923, en Córdoba, Veracruz, y murió en la Ciudad de México el 31 de enero de 2013. En su aniversario luctuoso, compartimos con los lectores de Crónica un fragmento del discurso que el poeta veracruzano pronunció en su ingreso a El Colegio Nacional, el 3 de noviembre de 1972.

"La fundación de la ciudad"*

Puede leerse en muchos textos antiguos que pueblos enteros, elegidos para ciertas finalidades altísimas, emprenden migraciones hacia el encuentro de una tierra, hacia el establecimiento de una ciudad en donde llevarán a término el cumplimiento de su destino.

Así, por ejemplo, en la Biblia se narra el camino de los hijos de Israel rumbo a una tierra buena y espaciosa, rumbo a una tierra donde fluyen la leche y la miel, camino que habrá de verse coronado, en la consumación de los tiempos, por el descenso de la celeste Jerusalén cúbica, con aquella luz igual a la de la piedra preciosa, como la piedra de jaspe, semejante al cristal, júbilo y justificación de todo cuanto existe. Y, entre otros, en los textos mexicanos recopilados por Sahagún y que están en el Códice Matritense de la Real Academia de la Historia, se cuenta cómo las tribus, después de salir de su morada de las Siete Cuevas, viajaron y padecieron hasta llegar a las orillas del lago en cuyo islote central un águila, erguida sobre un nopal, desgarraba al comérsela una serpiente que sostenía entre las garras. En ese momento se detuvieron, porque adquirieron el conocimiento de que habían llegado al lugar de la ciudad que buscaban. […] Y en algunos capítulos del Libro de Chilam Balam de Chumayel, se alude de distintas maneras al congojoso itinerario que hubo de seguir el pueblo de los itzaes para alcanzar, al fin, los sitios de la ciudad de Chichén; para establecer allí la ciudad, para ocuparla; para reconocerse a sí mismos en el acto preciso de aquella fundación.

[…] La finalidad de la peregrinación de los hombres hacia la ciudad prometida, es la adquisición del conocimiento; sobre la base del conocimiento será fundada la ciudad, cuya finalidad, a su vez, es la libertad del espíritu humano. Conocimiento y libertad se justifican así mutuamente, y dan nacimiento a un mundo realmente habitable.

Y ahora nosotros, en este momento en que nos vemos asaltados por amenazas aparentemente incontrastables, acaso debamos pensar en la lección de los antiguos.

Porque podría decírseme que el hombre de hoy, como si hubiera cedido a las intimaciones de la locura, como si fuera arrastrado por las corrientes de un sueño maligno, combate encarnizadamente contra la verdad que dice conocer, pero cuya ignorancia demuestra, y se resiste a apoyar desde su interior el orden único de todo cuanto existe.

Y muchos afirman que nuestro planeta, emponzoñado por lo que los hombres gustosamente querrían llamar progreso en la paz y en la guerra, va pereciendo aceleradamente de asfixia, ahogado entre acontecimientos letales. Que el agua de los ríos y de los mares y las nubes se preña incesantemente de venenos esparcidos por la ciega conducta de los seres humanos; que se envenena la tierra, que el aire transporta emanaciones mortíferas; el fuego, perdida su virtud original de iluminación, quema y destruye, y propaga absurdamente cenizas corrompidas.

Y no faltará quien se lamente hablando de que un número cada vez mayor de criaturas debilitadas se precipita como en sueños hacia ese envenenamiento, igual que si pretendiera aniquilarse en un suicidio desesperado.

Pero en contra de tales palabras y tales lamentos, se mantiene una certeza: la posibilidad de que el hombre inicie, en su propio interior, esa peregrinación de que hablan los viejos textos, en busca de un conocimiento profundo que, al proyectarse hacia afuera, permita fundar, como una ciudad, una relación armónica; que coloque, por encima de todo, el libre deber de cooperar con el orden benéfico del ámbito en que está contenido. Alcanzar la libertad por la conciencia. Porque el conocimiento que el hombre alcanza de sí mismo, su propio despertar, es la única vía posible para establecer la libre comunidad.

*Fragmento de La fundación de la ciudad, Discurso de ingreso de Rubén Bonifaz Nuño, El Colegio Nacional, México, 2013.

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