Cultura

México: ciudad que es un país

La ciudad nació para resolver la nomadía y concentrar los avances y beneficios de una comunidad. Sin embargo, la vida en común no fue tan fácil en épocas pasadas

el colegio nacional

Una vista del Centro de la Ciudad.

Una vista del Centro de la Ciudad.

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El colegiado Vicente Quirarte comparte con los lectores de Crónica el siguiente ensayo, con motivo del curso Siempre Noble y Leal: La Ciudad de México a través de la historia, la arquitectura, el cine y la fotografía, a iniciar el próximo martes 7 de junio en El Colegio Nacional

El problema comienza desde el nombre. Al llamarla Ciudad de México, el complemento adnominal otorga al mismo tiempo sentido de pertenencia y de dominio. ¿Ciudad que pertenece a la nación de México o ciudad que exige el nombre del país entero? ¿Y el género? En fecha tan temprana como 1840, Guillermo Prieto no tiene duda en darle el género femenino: “México es siempre hermosa…México, la hija gentil y opulenta del Nuevo Mundo, joven caprichosa y desgraciada; inquieta y desidiosa; cortejada por la ambición extranjera y envilecida por la criminal apatía de sus hijos”.

La ciudad nació para resolver la nomadía y concentrar los avances y beneficios de una comunidad. Sin embargo, la vida en común no fue tan fácil en épocas pasadas: el palacio de los virreyes, actualmente Palacio Nacional, debía ser flanqueado por sus funcionarios y por la figura máxima de autoridad, en medio de puestos ambulantes, humores y olores ajenos a la corte. Será necesaria la aparición del concepto pueblo para que ese personaje colectivo ingrese con mayúscula en la Historia, y se incorpore al devenir de sus historias.

Literatura, ciudad y paisaje. ¿El orden de los factores altera el producto? Como entidad concebida para concentrar y repartir entre sus habitantes los más altos beneficios de la civilización, la ciudad es origen y receptáculo de la palabra. Ella es forjadora y acumuladora de historias. El paisaje es el tercer elemento que permite unir ciudad y palabra. Naturaleza, humanidad y arquitectura son tres elementos que intervienen para integrar lo que denominamos paisaje, aquello que lo vuelve no una entidad fija sino un organismo vivo y en constante transformación.

México. Capital que hace uso del nombre del país y devora y centraliza cotidianamente sus recursos y operaciones. De la famosa México el asiento, dice uno de los poemas consagrados a ella, la Grandeza Mexicana donde Bernardo Balbuena cantó en 1604 los esplendores de la capital de la entonces llamada Nueva España. Ciudad de los batracios la rebautizó José Emilio Pacheco cuando la urbe se convirtió en la más poblada del mundo y dejó atrás la utopía de la Ciudad de los Palacios.

La metamorfosis del paisaje tiene lugar mediante la intervención de la propia naturaleza, en sus fuerzas a veces benéficas, otras desastrosas; por cuestiones políticas, denominadas eufemísticamente “causas de utilidad pública”, como la desafortunada decisión de aquel gobernador de Campeche que ordenó el derribamiento de la muralla milenaria que rodeaba la ciudad, con el pretexto que le impedía la contemplación de mar. Aquí es donde se aprecia la necesaria comunión entre el paisaje natural y su comunión, de preferencia armónica, con la luz armada de la arquitectura como síntesis de las artes mayores.

Fatalidad y bendición para la gran Tenochtitlan haber sido fundada sobre el canto. El ardor bélico de los aztecas se oponía al cultivo del espíritu. ¿No ocurre así el día de hoy, cuando las tinieblas desatan sus panteras en todo el territorio de la patria mutilada? El reino de la ira dura el lapso en que se descarga. Cuesta más restaurar el de la armonía, pero gracias a ella persistimos. Como advierte Ignacio Bernal, en una de las más precisas y dolorosas metáforas de nuestro diario destino: “…estos lagos son los creadores y destructores de los pueblos que produjeron. Generosos, todo han dado al hombre para quitárselo después bajo el lodazal. Ahora se encuentran secos y toman venganza de la ciudad que los ha destruido, haciendo de ella un barco que se hunde lentamente”.

Leer una ciudad, particularmente aquélla en que nacimos, es acto de amor y conocimiento. Criatura cambiante e imprevista, letal y dadivosa, al descifrar sus signos no sabemos si luego de semejante atrevimiento algún día llegaremos a saberla, cuestionarla, rechazarla. O amarla contra todo. Leemos la ciudad al caminarla, al descubrir su rostro inédito, al trazar el mapa de nuestro tránsito por ella, una vez que nos concede volver a casa para soñar con reincidir en el diario combate: ganar y defender nuestro sitio en su incesante representación. La ciudad como gran casa; la casa como pequeña ciudad, según el precepto de Giovanni Batista Alberti.

El colegiado Vicente Quirarte.

El colegiado Vicente Quirarte.