Cultura

La noche retira la máscara que tenemos que llevar en el día, señala Héctor Iván González

El escritor-caminante presenta su primer libro de cuentos "Los grandes hits de Shanna McCullough"

entrevista

El Héctor Iván González.

El escritor Héctor Iván González.

Héctor Iván González es un escritor quien nació en la Ciudad de México en 1980. No sólo es un habitante de esta urbe sino un asiduo caminante de las calles, avenidas y recovecos que la historia y la velocidad humana ha impuesto a esta capital. Héctor Iván es ensayista y en este género ha publicado dos libros: Menos constante que el viento (Abismos editorial, 2015) y La literatura comprometida y Jean-Paul Sartre. Una reflexión sobre el fenómeno literario y lo político (UANL, 2018). Lector acucioso de literaturas de las más variadas geografías, este autor acaba de lanzar su primer libro de cuentos titulado Los grandes hits de Shanna McCullough, editado por Dieci7iete Editorial. Sobre este nuevo libro charlamos con él.

- Una de las columnas vetebrales del libro es la historia cotidiana de la Ciudad de México, ¿por qué escribir la historia de nuestra ciudad a través de relatos?

Algunos de los relatos merodean la CDMX como quienes tenemos recuerdos de estas calles, algunos entrañables, pero que sabemos que aún habrá sorpresas. En ocasiones, hay encuentros extraordinarios en zonas que yo recorría con mis padres, pero ahora esas calles ya son mías y no prestadas; colonia San Rafael y el Centro son buenos ejemplos. Estos relatos se sostienen en una experiencia inaugural de mis personajes, por eso se queda fijamente en su cabeza. En mi adolescencia iba mucho a la Zona Rosa, como uno de mis protagonistas, y ahora no me parece tan atractiva –más que por una biblioteca y una cafebrería–; sin embargo, ese personaje continuará en ese laberinto infinitamente. Soy un transeúnte a mucha honra, no me gustan los taxis y menos los UBER. Prefiero dejarme llevar y a veces abstraerme. Ahora que he manejado con regularidad, me doy cuenta de que tiendo a sumergirme en mis pensamientos; pienso que la arquitectura también es un estímulo para la reminiscencia.

- A lo largo del libro se presentan los temas amor-erotismo-sexualidad. ¿Qué te motivó para tomarlos en cuenta?

El erotismo y la sexualidad se parecen al amor, incluso se mezclan, pero son diferentes. Pienso en el cuento “Columpios”, en el que la pareja tiene relaciones, pero los verdaderos actos de amor están antes y después. El personaje de la cubana María Laura es la encarnación del amor más grande, más leal. La sexualidad está presente en algunos cuentos, sin embargo no llegan a los sentimientos. Un amigo, Ignacio Ortiz Monasterio, me dijo que “Ágata” se parecía mucho a “La dama del perrito”, de Chéjov”. Yo no había leído ese relato y, al leerlo, me di cuenta de la razón que tenía. Con todo y sexo, el relato de Chéjov tiende a mostrar la manera en que el amor llega en el instante que la pareja se separa.

- ¿Qué piensas sobre la noche como vehículo narrativo en tu libro?

La noche retira la máscara que tenemos que llevar en el día, nos libera. En ese sentido, mis personajes viven historias libres de hipocresía. Algunos de ellos tienen pareja, con nombres como Ángela o Sofía, lo cual nos haría pensar en el orden o en el cielo divino, pero en la noche se envuelven en las sombras. Ahí buscan la caída, como diría Alfonso Reyes. Trato de que mis cuentos sean sorprendentes a partir de lo inesperado, como en Relato soñado, de Schnitzler, que fue la base de Eyes Wide Shut, de Kubrick. Tienes toda la razón, en la noche todo puede ocurrir.

- En las historias intercalas contenidos que nos han forjado: música, cine, cine porno, literatura, ¿por qué incluirlas en los cuentos?

Hace unos años leí los cuentos de Saul Bellow, los cuales me descubrieron un tipo de cuento moderno y citadino que desconocía. En éste incluía diferentes noticias, mitos, fenómenos socioculturales, como una forma de retratar la época, y en mi libro busqué emularlo. Ese tipo de relato extenso inspira mucha libertad, abre todas las posibilidades. Al trabajarlo sabía que no serían publicables en revistas, pero, al descartar esa posibilidad, pensé: “Ahora voy a hacer todo lo que se me antoje. Aquí nadie me puede limitar”.

Hay un sentimiento de congoja y frustración citadina que también hay en los personajes. ¿Cuánto de esto lo habías reflexionado?

Luis Jorge Boone dijo que en todos mis cuentos hay una pérdida. Coincido totalmente con mi amigo polígrafo. También está presente la soledad y el desprendimiento. Volvería a Bellow, de quien tomé unas líneas suyas como epígrafe, siento que un buen lector (en cualquier disciplina) se vuelve un personaje escéptico, menos fácil de ilusionar, ya no se puede decir de él “es un encanto”. Es cierto, aparecen algunos personajes que aún creen en el éxito, en encontrar el tesoro, pero son secundarios normalmente, los protagonistas son más bien gente que “ya se la sabe”.

¿Qué autores te inspiraron a crear estos cuentos?

Diría que Bellow, Foster Wallace, Guillermo Fadanelli, desde luego, a quien le platicaba en su casa de cómo iba la escritura, y me alentaba bastante, pero también hay algo de Cortázar en la experimentación técnica. Julio Cortázar fue crucial en mi juventud, no sólo en literatura, sino en cine, arte, música. Por él llegué a Antonioni, a Charlie Parker, a Miles Davis, pero también a Gershwin o a Satie.

EL AUTOR. Héctor Iván fue becario del programa “Jóvenes creadores” del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en el periodo 2012-2013 en el género de novela. Compiló La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada (Tierra Adentro, 2012) y, junto con Adriana Jiménez, El Temple deslumbrante. Antología de textos no narrativos de Daniel Sada (Posdata Editores, 2014).