
Friedrich von Schiller no sólo es considerado uno de los poetas y dramaturgos alemanes más influyentes, sino que, además, es un teórico literario un tanto complejo y contradictorio, al grado que podría señalarse que “no guarda misterios interesantes para el lector del siglo XIX, XX o XXI; sin embargo, sus ideas literarias, su estética, son absolutamente imprescindibles para entender a la literatura moderna, en una época en la que a todos los filósofos alemanes les dio por escribir estéticas: es decir, las distintas filosofías de lo bello o de lo sublime”.
La reflexión le pertenece a Christopher Domínguez Michael, miembro de El Colegio Nacional y coordinador del ciclo Grandes críticos literarios, quien ofreció la cátedra “Hacia Schiller”, concebido como una aproximación a una de las facetas más interesantes del poeta alemán, sobre todo en el tiempo que le tocó vivir (1759-1805).
“Como dicen los historiadores de la crítica literaria”, comentó el colegiado, “para nosotros es difícil leer esas estéticas, primero, porque para algunos, como es mi caso, nos falta la formación filosófica para entenderlas; por otro lado, el boom de la filosofía alemana era de personajes místicos, otros medio charlatanes, otros absolutamente esenciales y unas verdaderas familias espirituales de filósofos alemanes, de las cuales discernir sus simpatías, diferencias y afinidades no es cosa fácil.
“Según el tratadista que uno lea, se encuentra con que uno puede decir ‘Schiller expresa en literatura las ideas de Kant’, otro puede señalar que las contradice. Schlegel, por ejemplo, quien ya es parte de la generación siguiente, propiamente un romántico, continua la obra de Schiller y otros aseguran que la niega. Es un campo muy difícil de abordar”.
En ese aspecto, casi todas las corrientes literarias del siglo XX coincidirían con lo que dijo Benedetto Croce, filósofo italiano: toda crítica literaria es una estética aplicada, por lo que, a diferencia de otros filósofos, Schiller sí tuvo ideas literarias.
“Si nosotros leemos Crítica del juicio, de Kant, un libro que hay que leer y quitarse el miedo de hacerlo, es una obra muy clarividente por muchas razones, pero cuando él habla de lo sublime, de lo bello, del arte, escasamente da ejemplos, porque él no quería salirse del dominio de lo abstracto prácticamente nada, lo cual es curioso porque Kant fue un lector muy concentrado en la literatura de su tiempo, pero consideraba que la filosofía estaba por encima de la literatura y que ejemplificar con casos concretos, abandonar lo abstracto por lo concreto, era impropio de un filósofo como él”.
Por otro lado, Schiller, hacia 1795, publicó uno de los primeros libros de crítica e historia literaria, De la poesía ingenua y sentimental, considerada la separación entre crítica y teoría literaria, pero que no deja de ser una invención del siglo XX, porque antes eran inconcebibles.
“Schiller se monta en la batalla que había ocurrido en el siglo XVII, el que los franceses llamaban ‘su gran siglo’, la famosa batalla entre los antiguos y los modernos, que se basaba en una pregunta muy sencilla: ¿quiénes son más sabios, los antiguos porque estuvieron primero, o los modernos que acumulan la experiencia y la vivencia sobre la Tierra, que los antiguos no tuvieron?”, enfatizó durante la conferencia, celebrada en el Aula Mayor de la institución.
Schiller y la ingenuidad
La ingenuidad que Schiller destacaba en Homero tenía que ver con ese mundo que ellos mitificaron por completo el mundo de la literatura griega, concebido como un mundo perfecto, insuperable, aun cuando a fines del siglo XIX, Bouchard y Nietzsche cambiaron la jugada y dijeron que Grecia no era la de las estatuas blancas, sino era la Grecia dionisiaca, aquella que se asomaba al abismo, “Alfonso Reyes es quien dice que una es la Grecia de las estatuas blancas y la otra es la de los danzantes pintados de rojo”, recordó Domínguez Michael.
“Schiller era muy contradictorio, se corregía mucho a sí mismo, pensaba en voz alta y murió relativamente joven, dejó un pensamiento inacabado, lo cual es muy satisfactorio. Schiller, quien sí era un crítico literario a secas, se puso a leer la poesía de su tiempo, una poesía que tuvo éxito durante muchos siglos”.
Incluso, la literatura mexicana fundada en 1810, cuando se dio el grito de Dolores de Miguel Hidalgo: “¿qué escribían los poetas mexicanos?”, se preguntó el crítico literario mexicano, “poesía bucólica, imitaciones de Virgilio, el Virgilio pastoril, y esta literatura que ya para Schiller —40 años antes— era anticuada”.
“Alemania y Suiza estaban llenos de poetas pastoriles y Schiller de inmediato se dio cuenta que la gran ingenuidad que él exaltaba, la de Homero, la de la Ilíada, la Odisea, no tenía nada que ver con la vulgarización del género pastoril, se había vuelto un género pequeño burgués —aunque no se usaba la palabra—, porque se consideraba como el grado de cultura mínima, al que podían acceder las personas más o menos leídas, y era una idea de la belleza trivial, de la inocencia, un mundo estático, del cual se excluía todo aquello que fuera problemático”.
Schiller, en el lenguaje de aquella época, consideraba que los verdaderos ingenuos eran realistas; en ese sentido, en un ejercicio de imaginación, Domínguez Michael se dijo seguro de que a Schiller le hubiera parecido más ingenuo Hemingway que James Joyce, “porque en teoría, la relación de Hemingway con la realidad es más directa que la de Joyce”.
Esta división de la poesía en estas dos ramas, la ingenua y la sentimental, tenía su origen en una idea absolutamente revolucionaria de Kant, que sólo “por esa idea vale la pena que quienes amamos la literatura leamos La crítica del juicio, de Kant: Kant es el primero que dijo ‘el amor por la belleza que se expresa en el arte es un acto desinteresado’; es decir, inútil”.
“Kant pensaba, y Schiller con él, que este desinterés era cierto, legítimo e indudable; sin embargo, lo que producía este desinterés, que era la belleza, sí es útil: el impulso es inútil, pero el resultado es útil. Y en todos los lectores, no sólo en los críticos literarios, esta idea convive: los más religiosos en la religión del arte por el arte siempre acaban confesando que escriben, pintan o componen, con algún objetivo, sea moral, religioso, sexual o político”.
En efecto, destacó el crítico, es muy difícil concebir la expresión artística sin darle oportunidad postrera: ¿por qué ponemos a los estudiantes a leer El Quijote? ¿Porque es un libro sabio que habla de cosas importantes para entender la vida? ¿Porque es la expresión de la locura o de la cordura de Sancho o de don Quijote, según la lectura que se haga del libro?
Esa doble condición la vieron Kant y Schiller, “nos la dejaron y nosotros seguimos en eso: la obra de arte sí es producto de un impulso desinteresado, pero sus consecuencias la llevan a ser condenada (o beneficiada) por la utilidad”, y desde Schiller, los críticos literarios batallan con esas dos vertientes, pues por un lado deben insistir en la autonomía de la obra de arte, aunque las consecuencias de ese desinterés son utilitarias, “a menos que el poema no salga nunca del basurero del poeta y nadie lo lea. Al momento en que hay un lector, adquiere una utilidad que, con frecuencia, contradice las intenciones del autor”.
Esta división que hizo Schiller de la literatura ingenua y la literatura sentimental fue la primera teoría crítica que generó la literatura occidental, desde luego con sus antecedentes entre los antiguos y los modernos, pero nadie lo había puesto así de claro, Schiller logró poner varias salvaguardas: decir que no todo lo ingenuo, por ser ingenuo es bueno, hay falsos ingenuos, como los poetas bucólicos.
“Schiller no alcanzó a vivir para completar esta teoría, dejó abiertas varias preguntas que retomaría la generación siguiente, la propiamente romántica: si seguimos en lo de las etiquetas, Schiller está justo en la frontera entre lo que se entendía por neoclasicismo y lo que va a empezar a entenderse como romanticismo”.
La lectura de Christopher Domínguez Michael puede centrarse en otra característica de Schiller, quien más que Goethe, podría considerarse, en el lenguaje contemporáneo, como un joven de izquierda, “que consideraba que el objetivo final de la humanidad era el progreso, la justicia, la belleza, el fin de la superstición. En su estética ya ni aparece por ningún lado Dios, sino emanaciones divinas, como la belleza”.
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