“Las sociedades marcadas por la violencia y la precariedad económica tienen un horizonte a futuro muy corto porque es difícil preocuparse por ser un viejito sano si no tienes dinero para alimentarte hoy, es muy difícil pensar en tu jubilación si realmente vives al día y tienes un empleo precario”, señala Diego Olavarría (Ciudad de México, 1984) a propósito de su libro “Honduras o el canto del gallo” (Turner).

Hay países donde la muerte está más a flor de piel y eso acorta la capacidad de imaginar un futuro, añade el autor. “Lo vemos con frecuencia en México con los jóvenes cooptados por el narcotráfico y que no se imaginan llegar a los 30 años porque, a veces, lo más seguro es que no lleguen ni a los 22”.

En el libro se narra la vida de un niño mexicano de seis años que deja Estados Unidos para vivir en diferentes países, entre ellos Honduras, debido a una misión diplomática de su padre. Ya de adulto, regresa a ese país centroamericano marcado por la violencia.

“En los años 90 como parte de una estrategia contra el crimen, Estados Unidos decidió deportar a una cantidad importante de jóvenes centroamericanos que estaban en las cárceles, muchos de ellos condenados por delitos relacionados con drogas, pandillerismo, violencia; los mandaron a Honduras y El Salvador pero cuando llegaron descubrieron que estaban en un país donde el gobierno era menos eficaz vieron una oportunidad para hacerse de un espacio de poder”, narra Olavarría.

Desarrollaron redes criminales que como núcleo de organización tienen el modelo pandilleril y se extienden por todo el territorio nacional, se vinculan con los cárteles y los líderes políticos, añade.

“Estas pandillas se volvieron grupos de crimen transnacionales y colaboraron con los trasegadores de drogas de Colombia a Estados Unidos. La droga puede seguir muchas rutas pero una de las principales es a través de Centroamérica-México. La coordinación con carteles mexicanos creció ya que los cárteles colombianos habían entrado a un declive por la muerte de Pablo Escobar”, detalla el autor.

Por ello, el Olavarría plantea un vínculo entre México y Honduras. “Conforme México se va volviendo un país más violento y donde el Estado también ha ido renunciando a sus obligaciones de seguridad o se ha visto rebasado por el poder del crimen organizado, México se ha centroamericanizando”.

Como ejemplos el autor menciona Veracruz, Tamaulipas y Chiapas donde empiezan a registrarse niveles de violencia que no son distintos a los de países centroamericanos en sus peores momentos.

Una de las ciudades donde se desarrolla este libro de crónica es San Pedro Sula, Honduras.

“Me imaginaba que había una gran abundancia de fuentes pero es una ciudad de la cual no se ha escrito mucho y lo que no encontré tanto fueron perspectivas hondureñas, la mayoría de los libros eran historias de Honduras escritas desde las universidades de Estados Unidos siempre abocadas a entender la relación de ese país con el comercio global de frutas, cómo operaban las empresas de exportación de fruta”, detalla.

Olavarría comenta que a pesar de ello no fue tan difícil esbozar la historia de ese país en términos generales. “Lo que me costó más trabajo fue, una vez que llegué a Honduras, poder recorrer más la ciudad y poder entenderla mejor porque al estar tan marcada por la violencia y estar controlada por pandillas resultaba peligroso moverse”.

Cronista y ensayista

Nacido en la Ciudad de México en 1984, tiene como principales géneros literarios la crónica y el ensayo, pero también ha realizado trabajos como traductor e intérprete simultáneo.

Parte de su corpus literarios fue publicado en Etiqueta Negra, La Ciudad de Frente, Letras Libres, Punto de Partida, La Tempestad, entre otras. Fue becario del Fonca durante 2013-2014 y Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2015.