
I
HIJO DE ÁLMOS
Un hombre propio Emérico, el confesor y el que no cabeceaba, durmió para siempre cuando un colérico jabalí embistió contra su muslo izquierdo. Mientras su arteria femoral se desaguaba, el victorioso puerco salvaje de crin erizada tomaba un baño de barro para limpiar la sangre de sus colmillos. El Reino de Hungría se quedó sin heredero por el envite. Los testigos del incidente fueron un par de bermejos, un Lebrel Húngaro y cinco hombres de cabellos ondulados y bigotes de manillar.
Su muerte acaeció en un pueblito que hoy se llama Sântimreu y está al noroeste de Rumania. Se encuentra a poco más de una decena de kilómetros de la frontera con Hungría. Sântimreu quiere decir algo así como “Montaña Pública de San Emérico” en rumano.
Se cree que las palabras de Esteban I, el rey santo que nunca fue mártir, cuando perdió a su hijo de veinticuatro años fueron: “Por una decisión secreta de Dios, la muerte se lo llevó para que la maldad no cambiara su alma y la imaginación no engañara su mente”.
Este deceso condenó a la estirpe del Gran Príncipe de los magiares. Esteban I de Hungría, en duelo por su hijo Emérico, acusa a su primo de popularizar el paganismo y Basilio paga su atrevimiento con la ceguera involuntaria. La crónica de la muerte de Basilio, noble descendiente de Árpád, aparece en un sello postal de 1971. Es una imagen rescatada de la Crónica iluminada con el logo de Correos de Hungría jsc. En el timbre de diez florines se detalla que a un hombre le arrancan los ojos, a la par que le vierten plomo en los oídos.
La tumba de Emérico, que duerme para siempre con su armadura de caballero y un lirio nevado entre las angostas manos, se encuentra en Székesfehérvár –a una hora de Budapest– y está resguardada por celosos mosaicos que apenas dejan entrar los rayos de sol a la derruida basílica, un baluarte del culto político a los muertos en épocas más prósperas, pues quince monarcas están bajo su pétreo amparo. Mientras tanto, unos pocos observamos el rostro tallado en bronce de lo que se cree que fue Emérico: un joven atractivo con cabellos rizados y una sonrisa misteriosa (un tópico que se encuentra en las esculturas de los muertos figurados).
Los piadosos de San Emérico, con sus ramos de azucenas que no sueltan ni para limpiarse las lágrimas, tomaron el nombre del Beato Emérico para bautizar a sus descendientes varones y hacerle honor a la gran Hungría. El nombre de Emérico significa “patria potente” y sigue siendo popular entre los varones recién nacidos de acuerdo con las estadísticas de los hospitales húngaros.
“Lo que fue un poderoso reino es una nación humillada.”
Los sentimentales como yo olvidamos que cada proceso histórico, idealizado en su culminación, suele estar plagado de ironías. Cuando los siglos parecen ser tan sólo un respiro, la gran Hungría de Emérico, el venerado delfín, se convierte en una estampa de la nostalgia.
Kijárat
Aprendo mi primera palabra en magiar por intuición. Está escrita con letras blancas de tipo palo seco sobre un letrero rojo bengala en la línea dos del metro, que va del oeste de Buda hacia el este en Pest.
Kijárat:
salida.
“Ella me encuentra a mí.”
Esta enseñanza, que es un primitivo efecto psicológico del color en un principio, se convierte en una deuda mía con Hungría.
Después de seiscientos once kilómetros en vela, la bienvenida es kijárat.
“Vete, vete ya.”
Salida, no, es.
Este concepto del tiempo cuando viajo se define por el lenguaje. Me obsesiona el sonido de las vocales húngaras. Las cortas llevan diéresis (ö) y las largas llevan doble acento (ú). La arqueología del húngaro se rige por la aglutinación de inextricables dígrafos que adhieren la lengua al paladar como sz y ty.
Palabras como megszentségteleníthetetlenségeskedéseitekért, cuyo significado más cercano es “lo que no puede ser profanado por ti”, adoptan la figura de un reptil tetraocular. Es feroz con la brevedad que sosiega los oídos y generoso con las vocales realzadas. Sus largas y afiladas garras son las diéresis y los dobles acentos agudos.
De Deák Ferenc tér a Örs vezér tere hay cinco estaciones. Mi cuerpo, otrora embotado por la velocidad de la metrópoli, es capaz de reconocer cada uno de los cuarenta y cinco minutos que dura el trayecto. De las paradas, la única que entiendo al anunciarse es Astoria, porque es un extranjerismo. Tres estaciones más y la victoria será mía en Örs vezér tere. Örs es un nombre común y significa “héroe”.
Névnap
Las fiestas onomásticas en Hungría
no tienen la carga católica
del santoral, típicamente mexicano,
el cual propicia el cierre de calles,
el uso (y abuso) de juegos pirotécnicos
y bailes populares hasta el amanecer.
Los húngaros celebran el névnap, que es una especie de día del santo. Aquí, en el país cuya bandera consiste en tres franjas (horizontales) de color rojo, blanco y verde, como la nuestra, se entregan tulipanes u orquídeas a las mujeres y botellas de alcohol a los varones en el día de su nombre. Los precios de la industria floral incrementan por el movimiento (sexista, sí) de la demanda. Un ejemplo: el tulipán es la flor nacional y cuesta más cara comprarla durante un 27 de marzo, día de las Hajnalkas, que el día anterior, puesto que el 26 de marzo se festeja a los llamados Emánuel.
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