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Del rito al caos; ¿Y las matracas de los ferrocarrileros?

© Antes, el Presidente en su camino a la Cámara recibía y devolvía saludos ©Había políticos inteligentes de la oposición © Ayer, una jornada callejera más

Historia. Los ex presidentes de México: Gustavo Díaz Ordaz , Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán y Emilio Portes Gil. (La Crónica de Hoy)

Era una fiesta, para todos. El informe, hace años, era uno de los grandes días de fiesta de los mexicanos.

La burocracia tenía el día libre, las empresas cerraban sus puertas, los estudiantes no iban a clases.

En los hogares cuya economía no les permitía “salir a comer a la calle”, desde temprano se preparaba lo mejor.

Se adornaban los edificio públicos y las avenidas grandes.

Los periodistas empezaban desde la noche anterior. Se disputaban el derecho de ir, en representación de su diario, a la Secretaría de Gobernación a recibir una copia del texto del informe presidencial. Eran muchas hojas y tenían que leerlo quienes iban a escribir el comentario a cada tema que tocara el Presidente.

Pero se entregaba después del cierre de los periódicos, por ahí de las 2 o 2 y media de la madrugada. Y para entretener a los diaristas, se les pasaba una película, que casi siempre era estreno. Y por eso el deseo de ser el escogido para esa noche.

Los diputados y senadores estrenaban trajes; los zapatos, nuevos, relucían; ellas iban al salón de belleza, y ¡qué caray!, por supuesto que también estrenaban un modelito caro.

Las invitaciones a la Cámara de Diputados eran un triunfo cuando se lograba conseguirlas.

Y los diplomáticos se sumaban sorprendidos y muy formales, o divertidos cuando ya era su segunda o tercera vez.

La oposición no se quedaba fuera, allí estaba, con su mejor sonrisa participaba del ambiente y ni siquiera ante discursos memorables por lo extensos y aburridos, se le hubiera ocurrido dejar el Salón de Sesiones.

Afuera las marchas y las vallas eran civilizadas y alegres, con música, vivas, porras, música y confeti que arrojaban al paso del carruaje o coche descubierto del Señor Presidente.

Mucho confeti que alcanzaba a los periodistas, fotógrafos sobre todo, que debían acercarse al carruaje, porque las cámaras fotográficas no permitían tomar buenas imágenes desde muy lejos.

No hubiera habido un informe completo sin la presencia de los ferrocarrileros y su insignia, las grandes y ruidosas matracas, que anunciaban su paso.

En su camino a la Cámara, el Presidente recibía y devolvía saludos de la gente en sus ventanas, o de los simpatizantes trepados en árboles y monumentos.

El tramo final se hacía a vuelta de rueda, para que el mandatario se permita algún saludo de manos a los avispados que se acercaban al vehículo sin que los hombres de la seguridad presidenciales lo impidieran.

Los gritos de apoyo y gratitud se convertían en una fugaz competencia.

Mucha gente se pegaba a la radio o la televisión, para seguir desde la casa el acontecimiento.

En la vecindad, el señor que a las 3 de la tarde se iría a recibir los boletos a la entrada del Cine Soto, en la Guerrero, se vestía temprano con su mejor traje, ayudaba a su esposa a bañar y vestir a los tres hijos, y a darles de desayunar rapidito, para poder ver la ceremonia en el viejo televisor.

Los nuevos vecinos, llegados de otras tierras, no acaban de entender el movimiento del departamento contiguo, que las paredes delgadas dejaban percibir.

Y menos entendían cuando al empezar el discurso presidencial, escuchaban sonoros ¡Bien Señor Presidente! ¡Bravo Don Gustavo!, seguidos de fuertes aplausos.

Y no era esa familia la única que así estaba en la fiesta.

Sólo aplausos. Ya en la lectura del informe, en la Cámara, los cronistas registraban con precisión el número y extensión de los aplausos, para anotar en sus textos que fulanito superó el record que había impuesto menganito.

La ovación final era general, hasta los opositores batían palmas.

Y la respuesta del Congreso, ni qué decir: un ramo de fragantes flores no habría expresado mejor la aceptación del pueblo, de ese año de gobierno… del que fuera, Gustavo, Luis, José…

Si la llegada del personaje al Palacio de Donceles era triunfal, la salida era apoteótica, más confeti y flores se lanzaban a su paso.

Y seguía el besamanos en Palacio Nacional.

Largas filas había que formar para llegar hasta un presidente que era todo sonrisas y que después de un año de grandes obras y logros, tenía arrestos para saludar de mano a ¿cuántos?… a los que fueran, que eran muchos, de todo, desde los asistentes a la Cámara, hasta los empresarios exitosos, los artistas famosos, los ídolos del deporte, y la gente humilde, los jóvenes y los viejos.

Y a todos se permitía formarse en la fila.

Si esto ocurriera ahora, las crónicas dirían que por “la alfombra roja” desfilaron tal y tal, y se describiría el atuendo que escogieron para el gran día.

Para el mandatario, el día de gloria terminaba con una comida privada, familiar, a la que podían asistir hasta un centenar de amigos y colaboradores.

¿Informe?, qué diferencia. Que el de ayer sería un día normal, todo mundo a trabajar y a la escuela, que abrirían tiendas y bancos, que las oficinas públicas cumplirían sus horarios.

Pero además, que habrá marchas, y calles cerradas, por todos los rumbos de la ciudad.

Que hay que salir temprano, que hay que tener cuidado, que por Reforma, ni pensarlo, al Zócalo ni acercarse, y de San Lázaro, ni hablar.

No, esto no se parecía a aquellos Informes de fiesta.

Pedradas en lugar de flores y confeti, empujones de los gritones que portaban bats, varillas y tubos, y estaban allí no para vitorear, sino para mentar m…

Y ¡qué horror!, esa férrea barda que encerraba el Palacio Legislativo, y los policías de negro, de azul, de café, de traje, con garrotes, chalecos blindados y grandes escudos.

¿Informe sin vallas al paso del presidente, sin las matracas de los ferrocarrileros, y el folklorismo de los mariachis de tramo en tramo?

No, definitivamente éste no fue como eran los informes.

Y cuando adentro los vivas y aplausos dejaron su lugar a los insultos, las pancartas …y la toma de la tribuna, no, éste no era un informe como los de hace años, y los diputados tampoco eran como aquellos.

Porque había políticos inteligentes en la oposición, y lo demostraban en el debate y el discurso, no en el grito y la agresión.

No hubo informe, no fue un día de fiesta, fue una jornada callejera más.

¿Dónde quedarían las matracas de los ferrocarrileros?

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