Deportes

Columna: Para entender el deporte

Entrenar no es competir

EL CUERPO TAMBIÉN SABE JUGAR SIN VENCER. Y sin saberlo, están entrenando.

En una escuela cualquiera, en una cancha cualquiera, dos niños corren tras un balón.No hay público, no hay uniforme, no hay marcador. Uno cae, el otro lo espera. Luego siguen corriendo.No hay árbitro. Nadie grita. Solo corren. Se cansan. Se ríen.Y sin saberlo, están entrenando. No para ganar. Para estar juntos. Para estar vivos. Para ser.

EL CUERPO TAMBIÉN SABE JUGAR SIN VENCER

Durante años, nos enseñaron que entrenar era prepararse para competir. Que el objetivo era ser más rápido, más fuerte, más resistente… que alguien más. Nos dijeron que el entrenamiento era el camino al triunfo. Y nunca nos preguntaron si queríamos competir.

Entrenar, en realidad, puede ser otra cosa. Puede ser afilar el hacha, sí… pero no para cortar al otro, sino para cortar las propias excusas. Para hacerse un cuerpo más atento, una mente menos reactiva, una existencia menos torpe. Uno también entrena cuando aprende a callarse a tiempo, cuando descubre que la calma es un músculo que también se entrena.

Pero el sistema no tolera la lentitud ni el silencio.Nos empuja a clasificar, a medir, a justificar cada esfuerzo con una medalla.Y entonces aparecen los rankings, los certificados, las insignias, los aplausos programados.Y perdemos de vista que no todo entrenamiento tiene que producir un vencedor.Ni un vencido.A veces, solo produce presencia.

¿Y SI EL RESULTADO FUERA EL PROCESO?

La lógica del rendimiento nos ha hecho creer que entrenar sin competir es perder el tiempo.Como si el valor del cuerpo solo existiera cuando alguien lo cronometra.Como si una zancada sin podio no sirviera para nada.

La pedagogía del juego cooperativo propone otra idea: que el juego no tenga ganadores, sino vínculos.Que lo importante no sea quién llegó primero, sino cómo llegamos todos.Y no se trata de premiar la mediocridad, sino de redefinir la excelencia:la excelencia como armonía entre esfuerzo y sentido, no como superioridad ante el otro.

Porque solo alguien muy serio —o muy triste— necesita que el juego sea una guerra.El juego, cuando es verdadero, no obedece. No educa como instrucción, sino como interrupción.Es una pequeña revuelta del cuerpo contra la utilidad.Un ensayo general de otra forma de vivir, donde nadie gana porque, por un instante, nadie necesita ganar.

Entrenar sin competir es, en el fondo, una rebelión poética.Es decirle al mundo: mi cuerpo no necesita aprobación para existir.Mi sudor no necesita testigos.Mi mejora no depende de tu trofeo.

Porque correr no es siempre escapar.Y respirar no es siempre rendirse.

EL MARCADOR COMO FORMA DE ADIESTRAMIENTO

Competir no es malo. Lo malo es no saber hacer otra cosa.Y eso es lo que nos pasa: confundimos entrenamiento con guerra.Y convertimos el deporte en un espejo más de la jerarquía.

Nos cuesta ver a alguien entrenar sin querer mostrar resultados.Nos desespera quien se mueve sin buscar superarse a costa de otro.Nos angustia quien mejora y no se exhibe.

Porque el sistema —ese que comienza en la libreta de calificaciones y termina en el cementerio de los logros personales— se alimenta del mérito visible.Y el entrenamiento que no se mide, que no se exhibe, que no se presume… parece inútil.Parece sospechoso.Parece libre.

Pero ¿y si el verdadero entrenamiento fuera ese que nadie ve?El que se hace en silencio, sin cámaras, sin medallas, pero que transforma.No para ser el mejor.Sino para ser distinto.

Tal vez por eso deberíamos volver al niño que corre sin marcador.Al cuerpo que juega sin necesidad de ganar.A la cancha donde entrenar es compartir, no conquistar.

Porque sí: entrenar no es competir.Entrenar, a veces, es recordar que somos cuerpo.Y que moverse sin vencer puede ser la victoria más honda.

Tendencias