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Columna: ‘Para entender el deporte’

Cuando el cuerpo envejece con elegancia

EL MITO DEL DECLIVE INEVITABLE. El cuerpo viejo sigue siendo cuerpo. Y mientras respire, puede entrenar.

A cierta edad, uno empieza a negociar con el cuerpo.Ya no se le exige igual. Ya no se le perdona todo.Surgen nuevas rutinas: calentar más, cargar menos, estirar siempre.No por debilidad, sino por experiencia.

Porque con los años, el cuerpo no pierde fuerza: cambia sus prioridades.Y si uno sabe escucharlo, el envejecimiento no es el principio del fin… sino el principio de otra cosa: una forma de moverse distinta, menos urgente y más consciente.

EL MITO DEL DECLIVE INEVITABLE

Durante décadas, se nos dijo que el cuerpo empezaba a “caer” a partir de los 30. Que la masa muscular se perdía, que el metabolismo se hacía lento, que los huesos se debilitaban.Y sí, algo de eso ocurre. Pero no de forma automática ni irreversible.

La pérdida de masa muscular, sarcopenia, es real, pero se retrasa y modula con entrenamiento. El metabolismo cambia, pero también se adapta. La capacidad cardiovascular disminuye, pero puede mantenerse funcional hasta edades avanzadas si se entrena con regularidad.

La clave no está en competir con el cuerpo de los veinte, sino en saber qué puede hacer el cuerpo de los cincuenta, los sesenta o los setenta… y darle razones para hacerlo bien.

Los estudios más recientes en fisiología del envejecimiento muestran que las personas mayores activas tienen perfiles metabólicos más sanos que personas jóvenes sedentarias.Es decir: envejecer no es perder capacidad, es dejar de usarla lo suficiente.

PLASTICIDAD HASTA EL FINAL

El término técnico es neuroplasticidad.El cuerpo, como el cerebro, sigue aprendiendo toda la vida. Aprende nuevos gestos, ajusta posturas, encuentra maneras distintas de resolver el mismo movimiento.

Los músculos envejecen, sí. Pero también ganan eficiencia.El cuerpo viejo ya no gasta energía en exageraciones. Se vuelve pragmático. El movimiento se afina. El gesto se simplifica.Y eso, lejos de ser decadencia, es sabiduría biomecánica.

Además, el cuerpo mayor tiene algo que el joven rara vez valora: memoria motriz.Sabe cómo reaccionar ante una caída. Sabe regular el esfuerzo. Sabe reconocer la fatiga verdadera.No se lanza al vacío como el cuerpo joven, pero tampoco se esconde.Solo calcula mejor.

Y eso se entrena.Un adulto mayor que entrena fuerza, equilibrio y movilidad tres veces por semana no solo conserva su independencia: conserva su dignidad.No por estética, sino por autonomía.

LA BELLEZA DE MOVERSE LENTO

A cierta edad, la rapidez deja de ser virtud.Correr ya no significa llegar más lejos, sino a veces lesionarse más pronto.Y entonces uno descubre otro tipo de movimiento: más lento, más controlado, más profundo.

No es resignación. Es adaptación.Uno entrena para poder caminar sin dolor. Para subir escaleras sin miedo. Para cargar el mandado sin temblar.Y ahí, en ese gesto cotidiano, el ejercicio encuentra su forma más noble.

Porque el cuerpo que envejece con elegancia no es el que se resiste al paso del tiempo, sino el que dialoga con él.El que no se empeña en parecer joven, sino en ser funcional.Y eso también es belleza. Y también es victoria.

Al final, el cuerpo no pide aplausos.Pide que lo mantengas en movimiento, que no lo jubiles antes de tiempo, que no lo encierres en rutinas eternas.El cuerpo viejo sigue siendo cuerpo. Y mientras respire, puede entrenar.

Porque sí: envejecer no es rendirse. Es moverse con otros ritmos. Y si se hace bien, el cuerpo no se oxida…solo cambia de música.

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