Deportes
'Para entender el deporte...'

​Dr. Mario Antonio Ramírez Barajas

Entre Sombras y Sudor

En aquella secundaria, donde los muros destilaban la monotonía del saber estandarizado, deambulaba un muchacho, Julio, cuya fisonomía parecía un misterio de tiempo y espacio. Los contornos de sus ojos, marcados por sombras de insomnio, delineaban un enigma, una especie de laberinto sin salida.

El joven, con el peso de sus zapatillas desgastadas, esquivaba la mirada ajena, como quien intenta burlar su propia sombra. Las ciencias exactas, con sus números enrevesados, se enroscaban en su pensamiento, creando un bucle de desconcierto; mientras que los relatos históricos resonaban en su cabeza como ecos de un universo paralelo. Al final de cada jornada, cuando el timbre rasgaba el silencio, sentía cómo un mar de incomprensión lo sumergía en sus abismos más oscuros.

Andares cargados de un peso invisible

Un crepúsculo, con la luz del día despidiéndose entre el enredo de las ramas, Julio se topó con el profesor de educación física, don Ernesto. Este hombre, cuya postura desprendía capítulos de experiencia y sus ojos una calidez auténtica, le dirigió una sonrisa capaz de desarmar a cualquier ejército de penas.

"Don Julio", pronunció con una voz que tejía confianza, "he notado tus andares, cargados de un peso invisible. ¿Has pensado alguna vez en cómo serían tus pasos sobre la pista, livianos y audaces, retando al viento en su propio juego?"

Sorprendido, Julio apenas articuló algunas palabras, pero en su interior, una chispa, hasta entonces dormida, comenzó a cobrar vida. Al día siguiente, armado de valor y tenis que narraban historias de tiempos mejores, pisó la pista. El astro rey, curioso, se coló entre las nubes para ser testigo.

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Ilustración: AI/Autor

El tiempo acompañó su transformación

Sus primeros pasos vacilaron, recordando a un novato en un baile desconocido. Sin embargo, con cada metro conquistado, con cada aliento jadeante, sentía cómo sus conflictos, antes fortalezas inexpugnables, se diluían en colinas que podía sobrepasar. El sudor, en su recorrido, le enseñaba que cada gota derramada era un poco de la ansiedad que se desvanecía.

El tiempo, aliado inesperado, acompañó su transformación. Las clases, antes celdas de un tedio inquebrantable, se tornaron en espacios donde, ocasionalmente, la claridad de un nuevo saber se colaba entre las sombras. Números y fechas, antes adversarios, comenzaron una danza en su mente, convirtiéndose en compañeros de un viaje hacia el conocimiento.

Melodía para aplacar la tempestad interna

Don Ernesto, observador silencioso, era consciente de que no había sido su guía, sino el propio Julio, quien había descubierto en el compás de sus pisadas la melodía para aplacar la tempestad interna. En cada zancada, no solo dejaba atrás la pista, sino también estratos de aquel temor que lo había inmovilizado.

Escenario del renacer de un alma

El centro de enseñanza, con sus rincones cargados de memorias y sus paredes que susurraban historias olvidadas, fue escenario del renacer de un alma. Julio, a través de sus carreras, entendió que para sortear las tormentas más feroces no siempre se necesita un refugio, a veces basta con aprender el arte de danzar bajo la lluvia.