Escenario

‘2001: Odisea del espacio’: Cumbre del cine de ciencia ficción

CORTE Y QUEDA CLASSICS. El filme de Stanley Kubrick tendrá una proyección especial en el Auditorio Nacional motivo por el cual analizamos su impacto a más de medio siglo de distancia

séptimo arte

Fotograma de ‘2001: Odisea del espacio’.

Fotograma de ‘2001: Odisea del espacio’.

ESPECIAL

Aunque la ciencia ficción existía desde aquellos textos clásicos de Julio Verne o las ideas de H.G. Wells, después de vivir una época dorada en los años 30 y 40 gracias a Isaac Asimov, Hugo Gernsback y John W. Campbell, fue en la década de los 60, durante un contexto de cambios sociales, que el concepto como lo conocemos dio un giro drástico para mostrarnos una nueva ola en la que proyectos televisivos como Doctor Who y Viaje a las estrellas llevaron al género en otra dirección. Pero no cabe duda que fue una obra cinematográfica que marcó un antes y después para todo este tipo de relatos, esa fue 2001: Odisea del espacio (1968), dirigida por Stanley Kubrick.

Tomando como base el cuento de El centinela de Arthur C. Clarke, quien colaboró con Kubrick para realizar el guión del filme, la cinta es un complejo viaje que, aún a 55 años de su estreno, sigue dando de qué hablar gracias a la forma en que plantea dilemas como la tecnología, la evolución humana, la inteligencia artificial y otros temas que resuenan más y más en nuestra época presente, donde el ser humano vive más alejado de un monolito y más cercano a la amenaza latente de ser superados en un elemento clave que nos distingue de ser animales salvajes: la inteligencia.

La tan referenciada secuencia inicial, donde un grupo de monos antropoides se encuentra con la misteriosa presencia de un monolito de color negro mientras de fondo suenan los acordes del poema sinfónico compuesto por Richard Strauss, Así habló Zaratustra, es ya icónica no sólo por la extraña armonía creada por los encuadres del realizador, centrándose en este punto de inflexión inicial que marca la pauta para muchas de las cosas que presenciamos posteriormente. Kubrick nos muestra el cambio paulatino en el comportamiento de estos seres, como un despertar súbito donde, milagrosamente, una pequeña parte de esta civilización descubre la fuerza de las armas así como el poder de la inteligencia.

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Ante el brutal alzamiento de estos seres, que posteriormente se convertirían en la raza humana, Clarke y Kubrick muestran una dura metáfora acerca de la evolución humana en la que el saber y la conciencia contrastan con el uso de la fuerza que, curiosamente, se cierne como una amenaza de nuestra autodestrucción constante. Desde aquí, surge el planteamiento de qué es lo que nos hace humanos en sí y cuál es nuestra naturaleza inherente. Cuando damos el salto a miles de años después, el alzamiento del hombre ya es visible y hemos crecido tanto que llegamos al espacio. La parada en turno: la luna, mientras la melodía de “El Danubio azul” funciona como marco.

Esto es un factor interesante, pues en la década de los 60 también se dio una carrera espacial en plena Guerra Fría que los Estados Unidos ganarían al conquistar justamente el satélite terrestre por excelencia un año después de que Kubrick y Clarke plantearan la presencia humana en este lugar. Pero el 2001: Odisea del espacio, funciona como otro punto de partida, uno que lleva al desarrollo de una misión espacial más compleja. Los humanos encuentran nuevamente un monolito negro que, a falta de comprensión, usan como cierto chiste hasta que una señal se emite a partir del objeto. ¿Cuál es el objetivo de ello? Nadie lo sabe, pero este misterioso ente parece avisar que el ser humano ha llegado a un nuevo punto en su inteligencia.

El siguiente paso es el viaje de la nave Discovery 1, una nave espacial interplanetaria de propulsión nuclear cuyos principales tripulantes son el astronauta David Bowman (Keir Dullea) acompañado de la supercomputadora HAL 9000 (voz de Douglas Rain), cuya característica principal es un ojo rojo. Durante este viaje, la máquina adquiere la capacidad de estar consciente de sí misma, rebelándose en contra de sus creadores, creándole tremendas dificultades a Bowman para cumplir su misión, derivando después en un final alucinante, donde el ser humano trasciende las barreras de su cuerpo mortal y se convierte en el ‘niño de las estrellas’, siendo éste el posible siguiente paso de nuestra evolución. El complejo periplo llega a un final inesperado donde no sólo nosotros, como especie, crecemos, sino también lo que hemos creado, para bien o para mal.

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Ciertamente, 2001: Odisea del espacio es de esas cintas que merece repetir el visionado de vez en cuando, pues con ello uno descubre las maravillosas capas narrativas dentro de la visión que Clarke tenía a futuro de nuestra especie y que Kubrick, como el genio que era, supo trasladar a la pantalla grande. Los efectos especiales y su uso revolucionario para crear esta película son algo, irónicamente, fuera de este mundo. La genialidad de crear una maqueta para ver la nave espacial en la que todo sucede y a la creación de la ingravidez junto con otros aspectos tecnológicos en el diseño de arte y producción hacen que la cinta se sienta visionaria en todo sentido. Para el realizador, siempre fue importante darle un sentido verosímil a esta epopeya espacial donde el meticuloso sentido de Stanley lo llevó a usar cinco años de recursos inesperados para dar esa sensación de viaje espacial nunca visto antes.

Aunado a ello, está el apartado musical que acompaña este viaje al infinito y más allá. Cada pieza y momento de piezas clásicas que coloca Kubrick en la producción es fundamental. Además, el director comprueba su sentido de experimentación al ponerse detrás de la cámara así como un gran sentido de adaptación de relatos ya existentes. Simplemente, durante esa década, está la épica de Espartaco (1960) y su crítica social cortesía del guión de Dalton Trumbo, pasando después por Lolita (1962), adaptando el drama psicológico del ruso Vladimir Nabokov y cerrando con la sátira bélica por excelencia de Dr. Insólito (1964) al lado de un desatado Peter Sellers. El paso a la ciencia ficción fue arriesgado, pero resultó en un parte aguas para poder crear más relatos de esta índole.

Las actuaciones no se quedan atrás, pero es Dullea como Dowman quien se lleva las palmas en este largo periplo acerca de la humanidad, su sentido mismo, la inevitable evolución así como el factor de la inteligencia, que puede llevarnos a la destrucción total o hacia un punto más elevado y ambicioso. La curiosa dinámica entre él y HAL 9000 se convierte además en un perverso juego donde el contraste entre el saber humano se confronta ante el poder de la tecnología que nos alcanza y busca superarnos. Si hay alguna duda de ese dilema que resulta más ambigua todavía, es la presencia del monolito, siempre misterioso y de origen aparentemente extraterrestre, un punto fundamental cada que aparece pues modifica el transcurso de los hechos que vemos en la historia.

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Aunado a ello, el manejo de la inteligencia artificial, que en ese entonces era un sueño planteado justamente por los grandes maestros de la ciencia ficción, pero que con Clarke y Kubrick adquiere una forma física que, posteriormente, encontraría ecos en cintas del género como Terminator y su secuela, donde el dilema de la empatía por una máquina y el dilema moral de quién puede ser más humano, si la máquina o nosotros mismos, resuena mucho más en tiempos presentes, donde parece que la humanidad comienza a ser rebasada por los avances que hemos creado.

Rompiendo las estructuras narrativas convencionales y con un imaginario que ofrece una experiencia filosófica sensorial, 2001: Odisea del espacio trasciende gracias a su aparente ambigüedad en el relato que permite diversas interpretaciones y lecturas para quien la mira, creando una obra de arte cinematográfica como pocas en su momento, convirtiéndose en un gran bastión para la ciencia ficción que, de repente, como en otras obras, parece alcanzarnos o incluso sobrepasarnos en nuestra actualidad.

Este clásico se proyectará musicalizado en vivo el próximo 10 de septiembre en el Auditorio Nacional en punto de las 18:00, donde los iniciados con la obra y las nuevas generaciones podrán ver la potencia de un clásico que, con el paso del tiempo, se vuelve mucho más relevante.