
Para Antonio Trejo, actuar es una forma de entender el mundo desde lo físico. “La manera de hacer las cosas tiene que ver con el cuerpo”, dice sin rodeos. Su trayectoria, que abarca más de 45 obras teatrales y 25 producciones audiovisuales, está marcada por una inquietud constante: moverse, explorar, transformarse.
Desde niño saltaba entre árboles y juegos rotos como si el parque fuera un escenario. Esa energía se convirtió en entrenamiento: parkour, combate escénico, técnicas vocales, danza contemporánea. No es casualidad que haya pisado el Palacio de Bellas Artes y el Festival Cervantino, ni que sus personajes cambien de postura, acento o mirada según el contexto.
“Un pecho abierto es un pecho valiente. Uno cerrado, tímido. El cuerpo siempre dice algo”, explica. Cada gesto, cada forma de caminar o mirar, es parte de la construcción. Para encontrar la voz de un personaje, recurre también a herramientas insospechadas: estaciones de radio regionales, documentales en YouTube, o simplemente observar la vida real.
En Rosario Tijeras interpreta desde lo emocional, mientras que en Lotería del Crimen encarna a un sospechoso de asesinato serial. Ambas ficciones, aunque distintas en tono, comparten una estética cercana al cine, en parte por el tipo de producción que exige la televisión contemporánea. Y aunque reconoce que en la televisión y el cine “no hay mucha experimentación”, es en el teatro donde ha cultivado su libertad creativa.
Entre lenguas, pantallas y ruinas
Trejo ha dado vida a personajes que habitan en el filo entre la historia y la ficción: desde Yolotl, un líder indígena en Toda la Sangre, hasta Cuitláhuac en Hernán, con quien enfrentó el reto de actuar en náhuatl. “Tomó muchas horas de práctica”, recuerda, “pero también se volvió el eje del personaje”. Su trabajo lo ha llevado a actuar en inglés, español y lenguas originarias, entendiendo que cada idioma moldea una manera de estar en el mundo.
El actor también ha interpretado a Crispín en Como agua para chocolate, cuya segunda temporada ya está en marcha. “Empieza como un peón y se aleja de la hacienda… ahora viene el contexto revolucionario, que es lo que distingue a la serie de la película”, adelanta. Le entusiasma seguir descubriendo capas nuevas en personajes que, a pesar de repetirse en función dramática —como el “villano”—, siempre esconden un matiz único.
“No me interesa glorificar al villano”, afirma. “Me interesa mostrar al humano que se equivoca, que se rompe, que hace lo que puede por ser mejor”.
Ese mismo interés por los matices humanos lo llevó a escribir, dirigir y actuar su monólogo Sobre la mota y otras drogas, una obra donde interpreta a un hombre que se miente a sí mismo mientras arrastra la sombra del éxito ajeno. “Está incapacitado de aceptar sus errores y vive en la invención de su imagen. Termina teniendo un colapso público”. Para Trejo, se trata de un retrato actual de la hiperproductividad, el cansancio y el autoengaño.
La otra vertiente de su trabajo teatral se manifiesta en Fray Servando, el escapista alucinante, una colaboración con la compañía La Canavaty, en donde explora lo lúdico, lo irreverente y la posibilidad de reinventar las formas de contar.

Un actor que no deja de preguntar
Trejo no disfraza su pasión. Habla con precisión, pero también con una honestidad que se filtra en cada una de sus respuestas. Su próximo proyecto cinematográfico, “Una historia falsa”, lo entusiasma por muchas razones. En ella comparte escena con figuras como Gustavo Sánchez Parra y Gerardo Trejoluna, y aborda un tema inquietante: cómo una comunidad puede llegar a linchar a alguien a partir de un malentendido.
“Se trata de analizar los motivos. Vivimos en un país donde muchas comunidades cargan con una deuda histórica de abandono. Eso genera indignación, resentimiento. La película no busca señalar, sino comprender”. Aunque la historia remite inevitablemente a Canoa, clásico del cine mexicano, Trejo subraya que esta nueva cinta, dirigida por Miguel Lozano y producida por Mariana Rodríguez Cabarga (Temporada de huracanes), apuesta por otro tono: el análisis social más que la denuncia directa.
En cuanto a su carrera, Trejo no piensa en números ni en fama. Su consejo para quienes inician en el oficio es claro: “Pónganse retos importantes. El teatro es uno de ellos”. Reconoce que las redes sociales y las plataformas digitales son hoy una vía de difusión poderosa, pero insiste en que el anclaje profundo de un actor está en tomarse el tiempo de explorar un tema, de habitar un personaje desde el instinto y la documentación.
“Cada toma, cada función, tiene que ser un suceso. No solo una actuación”, dice. Y es en ese riesgo donde vive su mayor libertad.
Con proyectos en marcha y una mirada que no deja de preguntarse cómo contar mejor cada historia, Antonio Trejo representa una generación de actores comprometidos con su oficio, con la escena nacional y con una narrativa que no teme detenerse ante lo incómodo