
La Reina del Rock mexicano volvió a hacer de las suyas. Este 5 de julio, Alejandra Guzmán encendió la Arena CDMX con un espectáculo que fue mucho más que un concierto: fue una catarsis colectiva, una noche de emociones al rojo vivo, de gritos, recuerdos, fuerza y vulnerabilidad.
Frente a más de 20 mil fanáticos de todas las edades —algunos con chamarras de cuero, otros con lágrimas listas para salir—, “La Guzmán” demostró que sus cicatrices son parte de su poder, que su voz sigue rugiendo como en los noventa y que su legado sigue siendo un puente generacional.

Pasadas las 9:15 de la noche, se apagaron las luces y los primeros acordes de “Mírala, míralo” desataron la locura. Alejandra apareció en lo alto de una estructura metálica, envuelta en una gabardina negra con toques neón, como quien regresa de una guerra con la bandera en alto. El público —desde los primeros fans ochenteros hasta nuevas generaciones que la descubrieron en plataformas digitales— coreó el tema de principio a fin.
“¡Buenas noches, mi México hermoso! ¡Esta noche somos libres!” gritó Alejandra, y desde ese momento la Arena fue su templo y nosotros sus cómplices.
La noche fue un repaso por más de tres décadas de carrera. Sonaron joyas como “Eternamente bella”, “Hey Güera”, “Volverte a amar” y “Reina de corazones”, todas recibidas con una ovación que erizaba la piel. Entre canciones, Guzmán no dudó en abrir su corazón: habló de su salud, de sus tropiezos, de su amor por el escenario. Hubo momentos de absoluta intimidad, como cuando interpretó “Llama por favor” sentada frente al piano, con la voz quebrada y los ojos húmedos.

Pero también hubo mucho de la Guzmán explosiva y desafiante. Bailó, brincó, interactuó con sus músicos —una banda sólida con tintes de glam rock— y no escatimó en mostrar su lado más irreverente: “¡No me pidan que me calme, porque nunca he sido tranquila!”, soltó entre carcajadas.
La producción visual no se quedó atrás: pantallas gigantes, luces robóticas, fuegos artificiales y una escenografía que cambiaba según el tono de cada tema. Todo fue pensado para reflejar la evolución de una artista que no ha dejado de reinventarse, sin renunciar a su esencia.
Más que un show, Alejandra Guzmán ofreció una experiencia emocional intensa. Su vulnerabilidad no le resta fuerza, al contrario, la potencia. Esa mezcla de rebeldía, dolor, amor y libertad que proyecta en el escenario es lo que la hace única. No es solo una artista; es una sobreviviente que canta con las entrañas.

“Gracias por no soltarme”, dijo casi al final, antes de despedirse con “Hacer el amor con otro” en versión extendida. Y la Arena CDMX le respondió de pie, con gritos, aplausos y corazones llenos.