Escenario

En Demasiado triste para ver películas, Edwarda Gurrola interpreta a una mujer sumida en su mundo interior. Entre la actuación y la producción, la actriz comparte cómo el arte puede transformarse en un refugio emocional y colectivo

Edwarda Gurrola y el poder del encierro: una mirada íntima a la salud mental desde el cine mexicano

Edwarda Gurrola

En medio del bullicio del cine comercial y las plataformas, Edwarda Gurrola apuesta por un proyecto profundamente íntimo y arriesgado: Demasiado triste para ver películas. La cinta, dirigida por Rubén Gutiérrez, es más que un ejercicio cinematográfico: es una experiencia sensorial que retrata la ansiedad, la depresión y el aislamiento desde la subjetividad. Para Gurrola, el proyecto fue también un acto de autogestión: “En esta ocasión también soy productora. Es un proyecto personal que hago junto a Rubén, que además de director es mi amigo y un artista al que admiro”.

Desde el primer momento, la actriz supo que quería ser parte de esta historia, no solo frente a cámara, sino desde su concepción: “Lo queríamos hacer desde antes de la pandemia, y después de ella, la historia cobró muchos más matices. Producirla significaba estar más involucrada, empujarla para que ocurriera”.

Flor, su personaje, es una artista visual atrapada entre el luto, la ansiedad y una necesidad de replegarse. Lo que podría leerse como una postura pasiva, en manos de Gurrola se convierte en una reivindicación del silencio, del duelo y de la creatividad como escape. “Me atrajo mucho este sentido de buscar la soledad, de irse hacia la izquierda, hacia adentro. Está mal visto no estar funcional, no estar feliz. Pero también de esas emociones nace la creatividad. Escribimos, pensamos, creamos desde ahí”, reflexiona.

El proceso de rodaje fue, de alguna manera, una extensión de lo que ocurre en pantalla. El equipo se encerró en un departamento durante días, aislados del exterior. Esa misma dinámica fue la que permitió a Gurrola sumergirse completamente en la psique del personaje: “Nos encerramos en un departamento y casi no salimos. Esa sensación real de desconectarse del mundo fue clave para crear la atmósfera”.

Crear desde la marginalidad emocional

En su trayectoria, Gurrola ha trabajado con cineastas clave del cine mexicano contemporáneo. Sin embargo, en esta cinta, el tono es otro. Aquí no hay grandes presupuestos ni estructuras convencionales. “Es experimental, independiente, diferente a lo que normalmente se hace. Me encanta no quedarme solo con la comedia o lo comercial. También quiero estar en lo arriesgado”.

Su implicación fue tal que incluso su papel como actriz se funde con la visión artística del director: “Flor es una artista visual que hace video, dibujo, collage… Es un reflejo de Rubén. Yo soy como su retrato. Fue muy bello apropiarme de su obra y sentir que era mía”.

Este ejercicio de apropiación también refleja su postura como artista multidisciplinaria. En paralelo al cine, Gurrola escribe y recientemente montó una obra en Viena titulada Momentien, una pieza crítica sobre la infancia contemporánea y la hiperconectividad: “Es la historia de un niño aburrido que quiere un celular. Me interesa qué está pasando con la atención, el internet y la manera en la que el cerebro infantil está cambiando”. Para la actriz, ese tema no es ajeno a su vida personal: “Yo también me pregunto cuánto tiempo paso en Instagram, cuánto tiempo estoy de verdad presente con mis hijos”.

Desde esta mirada amplia, Demasiado triste para ver películas se inscribe como parte de una obra mayor, una preocupación artística y ética por los efectos del aislamiento, la sobreinformación y el encierro emocional. “Después de la pandemia nos quedó claro que sin comunidad, te mueres. Puedes tener dinero, vivir en un jardín, pero si no hay vínculos, no hay vida”, asegura.

Demasiado triste para ver peliculas

El cine como espejo emocional

Lo que la película propone no es un diagnóstico, sino un espejo. Desde lo estético y lo narrativo, la cinta se aleja de los discursos moralistas y se adentra en los matices del dolor cotidiano, ese que no grita, pero consume. Gurrola espera que el público conecte desde la emoción, pero también desde el humor: “Tiene muchísimo humor. Me encantaría que la gente se ría primero, porque en la carcajada también hay revelación. Después vendrá la reflexión”.

El humor como medicina, la risa como resistencia: esa parece ser la propuesta ética y estética detrás de este proyecto. Para Gurrola, eso no significa banalizar el sufrimiento, sino reconocer que la fragilidad humana también puede ser fuente de belleza. “El humor es sabio”, dice con convicción.

La cinta llega en un contexto donde la salud mental ha cobrado visibilidad, pero aún falta mucha conversación honesta sobre cómo se vive el dolor, cómo se manifiestan las emociones invisibles. Para la actriz, encarnar a Flor fue también un gesto de solidaridad: “Me encantaría que quienes se sientan identificados también busquen ayuda. Una chica me dijo que atravesaba un duelo y se sintió muy reflejada. Todos pasamos por eso”.

En ese sentido, Demasiado triste para ver películas no solo representa un momento importante en su carrera —“hacía mucho que no tenía un personaje protagónico y además es mi segunda película como productora”—, sino también un compromiso artístico con la vulnerabilidad, con ese lugar incómodo que a menudo evitamos mirar.

“Es mi bebé más preciado”, confiesa Gurrola. Y como todo lo que se crea desde la honestidad, la película nace para tocar, para doler, para acompañar.

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