Escenario

Cristo 70': El inesperado Via Crucis de unos juniors setenteros

ESPECIAL QUINTA PARTE. La investigadora de cine mexicano Daniela Muñoz comparte su investigación de seis películas en torno a la Semana Santa en la filmografía nacional, la tercera, el filme de Alejandro Galindo de 1969

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Fotograma del filme.

Fotograma del filme.

Especial

De acuerdo con los tiempos que corrían en los atribulados setenta, nuestro cronista del barrio urbano por excelencia, Alejandro Galindo, incursionaba en el cine juvenil con una especie de puesta al día sobre la Pasión de Cristo en que los protagonistas, un grupito de juniors clasemedieros oriundos de la Zona Rosa, están aburridísimos de su monótona existencia y se encuentran en la inopia total con respecto a qué desean hacer de sus, hasta ese momento malogradas vidas.

Como si no existiese una plétora de mejores oportunidades por aprovechar, deciden convertirse en una novel tropa de aeropiratas -previa escucha de una noticia sobre el robo de los caudales de una compañía minera-.

Impulsados más por la temeridad y la aventura que por la necesidad, de la noche a la mañana los jóvenes urden un plan en el que secuestrarán el avión que transporta el botín, someterán a piloto y copiloto y la temeraria quinteta, otrora universitaria, huirá con medio millón de pesos, mismos que se repartirán a partes iguales una vez que toquen tierra.

Dado que al secuestrar el avión hubo que exigir a la tripulación que aterrizase en un enorme terreno baldío en el estado de Chiapas para no levantar sospechas, el grupo se adentrará en el poblado de San Andrés, donde tras conseguir alojarse en un hotel mintiendo sobre su identidad (se presentan como ingenieros topógrafos que van a estudiar los cuerpos de agua del lugar) librarán los recelos de los lugareños e incluso trabarán amistad con ellos.

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El protagonista de la historia es Raúl (Carlos Piñar) joven actor español en quien volvió a materializarse la añeja costumbre cinematográfica nacional de elegir histriones hispanos para encarnar a Cristo. Raúl es el cabecilla del grupo compuesto por Jaime (José Roberto Hill, fenomenal en un sobrio papel de Judas), Pedro (Gabriel Retes), Yeyo (Alejandro Fougier) y Chololo (Enrique Novi). Raúl, eternamente confundido, ha cambiado tres veces de profesión y se ha dedicado a dilapidar en barecillos psicodélicos el dinero que sus acaudalados padres le proveen como mesada para efectos de sufragar la vida escolar.

La casa paterna es para él un sitio enormemente cómodo para dedicarse a hacer absolutamente nada un día sí y otro también, siempre en compañía de sus secuaces, que a la sazón se dedican a organizar las francachelas. Como es natural, este es un hecho que su padre Rómulo (Ismael Larumbe) le recrimina a diario y en forma por demás justificada. Padre e hijo sostienen áridas peleas, cuya frase de cierre por parte Raúl es el eterno ‘¡Bueno, pues me voy de la casa!’.

Y en efecto, mientras que lo que quisiera don Rómulo es tomarle la palabra al flojonazo, siempre tiene que aparecer la disculpa de la abnegada, consentidora y sobre todo, enceguecida madre, Catalina (Rosario Gálvez), quien no hace más que alcahuetear los movimientos del hijo holgazán, justificando con el consabido pretexto de su condición juvenil, todos sus actos de irresponsabilidad y apatía.

Volviendo al punto nodal de la trama, sucede que en el pueblo de San Andrés -al que los jóvenes llegan-, se prepara la dramatización de la Pasión de Cristo por la Semana Santa. Los pobladores, huelga decir, son exageradamente devotos. Mientras sacerdote (Guillermo Orea), Damas de la Vela Perpetua, presidente municipal y voluntarios piadosos se reúnen en la sacristía de la iglesia local a ultimar detalles para la celebración, Raúl irrumpe de pronto.

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Bastó para todos echarle una rápida mirada para que su tipo físico (cabello castaño y largo y barba cerrada estilo hippie) evocara de inmediato en los lugareños la imagen del Salvador, que hasta ese momento no tenía actor que lo representase. En tal inteligencia le piden de inmediato que participe en la dramatización, y aunque dudoso, el joven accede con tal de no desatar habladurías y así evitar que den con su paradero.

Tras una larga cauda de eventos que desataron múltiples enfrentamientos entre Raúl y Jaime (sobre todo el protagonismo creciente del primero, quien además, progresivamente se va convenciendo a sí mismo de que su llegada a San Andrés es una especie de señal divina para seguir los pasos de la vida del nazareno y abandonar la suya, antes licenciosa), las diferencias entre ambos se acrecientan y Jaime cada vez se va alejando más del grupo.

Es el único que no participa en la representación y es también el único que sigue los noticiarios, donde ya se habla del robo cometido y se abre una investigación. Además, es Jaime quien continuamente exige a Raúl que se reparta el botín entre todos, cosa que no ha ocurrido desde que aterrizaron en Chiapas. La última diatriba entre ambos deviene en tentativa de crimen, ya que los dos desenfundaron sus navajas, evitando sus compañeros un final funesto.

Pues bien, a medida que continúan los ensayos de la festividad, los jóvenes se compenetran cada vez más con los vecinos del lugar. Yeyo y Chololo son convencidos de representar a Dimas y Gestas, conminados por dos jovencitas voluntarias de las que se enamoran; Pedro participa también.

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Sin embargo, nadie toma el asunto tan en serio como comienza a hacerlo Raúl; comienzan a darse curiosos episodios en que los fieles más exaltados del lugar, convencidos de que él es la mismísima reencarnación de Cristo, le exigen que los bendiga, que les imponga las manos, que le permitan tocarlo; incluso le llaman ‘Señor’, y lo contemplan como si del mismísimo Redentor se tratase.

Es por ello que Raúl decide no solo entrar en carácter, sino verdaderamente autoconvencerse de que un propósito más elevado lo ha llevado a representar ese papel, revelándosele esto casi como una epifanía, en la que llega a verse a sí mismo como la encarnación del Mesías.

Es esta la premisa fundamental de la cinta, una metáfora de la etapa final de la vida de Cristo; pues ocurre que extrañamente, todas las acciones que va llevando a cabo no solo Raúl, sino el todo el grupo en su aventura chiapaneca (énfasis en los personajes de Piñar y de Hill) coincidirán con aquellas que rodearon la vida de Jesucristo y determinaron su proceso y muerte:

Raúl, elegido para representar a Jesús, como Él morirá en la cruz; Pedro acompañará sus pasos fielmente y en cada oportunidad lo defenderá de Jaime; Judith (la actriz juvenil Karla) quien representará a María Magdalena, se enamorará perdidamente de Raúl y finalmente Jaime, celoso de todo cuanto aquél hace, lo traicionará y delatará, descubriéndolo ante la policía como el autor intelectual del robo.

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Fotograma del filme.

Es así como el lenguaje litúrgico, podríamos cerrar esta reseña diciendo -como ocurre al final del Sermón de las Siete Palabras-, ‘todo se ha cumplido’, permitiendo que sean ustedes quienes saquen sus propias conclusiones y juzguen la calidad de la cinta. Sin embargo, como comentario adicional, deseo mencionar que aunque la línea argumental del filme era enormemente prometedora (sobre todo aterrizada la historia en la dinámica de la rebeldía juvenil de la época), lo cierto es que las situaciones se perciben algo forzadas.

Varios actores se notan sobreactuados (sobre todo Rosario Gálvez y Guillermo Orea, algo extraño en este último, pues era un gran histrión). Por otro lado opino que otras ejecuciones adolecen de lo contrario y no resultan solventes, careciendo de fuerza histriónica (como ocurre en los casos del propio Piñar y de Karla).

No obstante, deseo destacar la participación de José Roberto Hill, quien está perfectamente contenido en un papel que fácilmente podría habérsele salido de las manos a cualquier otro actor joven, pues Judas siempre representa un reto cinematográfico dada su decisiva y determinante participación en la Pasión y muerte de Cristo; sin embargo, Hill brinda una actuación redonda, sin exageraciones ni protagonismos innecesarios.

Amén de todo lo anterior y en honor a la verdad, realmente no es a mí, insisto, a quien toca hacer una crítica, sino a todos ustedes.

* Este texto está basado en el artículo 'Cinco cintas mexicanas para ver en Semana Santa' registrado en o SOGEM-INDAUTOR, 2024

Sobre Daniela Muñoz

Es graduada de la Licenciatura en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Es Maestra en Ciencias Antropológicas y actualmente Doctorante en la misma especialidad por la propia ENAH, siendo sus líneas de investigación Teoría, critica y análisis cinematográfico del Cine mexicano, así como contenidos digitales y medios audiovisuales.

La investigadora de cine Daniela Muñoz.

La investigadora de cine Daniela Muñoz.

CORTESIA

Posee una Especialidad en Estudios de la Frontera México-Estados Unidos por el Colegio de la Frontera Norte (COLEF), especializándose en Narcocultura y contenidos simbólicos en la esfera mediática. Como Docente de Español como Segunda Lengua (ENALLT-CEPE, UNAM) ha podido desempeñarse como promotora de la cultura mexicana también fuera de nuestro país.

Colaboró en la muestra museográfica Heritage Middle East, realizada en Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos, en 2019. Ha sido profesora de Historia de Mexico, Contemporánea y Universal a nivel bachillerato, así como de Humanística, Relaciones Bilaterales y Cine Mexicano a nivel licenciatura. Colabora actualmente en diversos proyectos de gestión, promoción y difusión del Cine Mexicano en sus diversas épocas y géneros, impulsados por el STPC- Estudios Churubusco.