
Lin Shaye y Tobin Bell son, actualmente, íconos indiscutibles del cine de horror. La primera gracias a su papel como Elise Rainier para las películas de la saga intitulada La noche del demonio; y el segundo por haberle dado vida a John Kramer / Jigsaw, personaje central de la franquicia Saw: El juego del miedo. Tener a ambos actores juntos en una misma cinta, debe ser un sueño para cualquier director especializado en el género. Y ese sueño se le concedió al actor y cineasta Timothy Woodward Jr., quien los reúne en su más reciente trabajo, La llamada del diablo (The Call, 2020).
En ese filme, Shaye y Bell interpretan respectivamente a Edith y Edward Cranston, un matrimonio el cual se ganaba la vida administrando un jardín de niños, pero su modus vivendi se viene abajo a causa de un evento trágico, y como consecuencia del mismo quedan señalados injustamente y estigmatizados por siempre, al hacerlos responsables directos del funesto evento, aunque en realidad no tuvieron ninguna culpa en ello.
Años después del acontecimiento, todavía algunas personas del poblado ven con suspicacia y desprecio a la pareja. Especialmente un grupo de jóvenes quienes regularmente visitan la mansión para llevar a cabo actos vandálicos a modo de recordatorio para su moradores de su “crimen”, además de acusar a Edith de ser una bruja.
Una noche, cuando dicho grupo -al que se ha incorporado un muchacho recién llegado al pueblo- lleva a cabo una nueva incursión en la casa de los Cranston, se topan con Edith quien los enfrenta. A raíz de dicha confrontación, hastiada por años de suspicacias, infamias y crueldades, posteriormente ella decide quitarse la vida.
Poco después, Edward contacta telefónicamente a cada uno de los involucrados en el encuentro de la noche previa al suicidio de su esposa, y les pide acudir a su hogar. El motivo es que Edith los dejó incluidos en su testamento, y como última voluntad, les ha dejado una significativa cantidad de dinero a cada uno de ellos. Pero a cambio deben de cumplir con una peculiar y lúgubre cláusula: efectuar una llamada desde un teléfono situado en el estudio de los Cranston, a un número particular. Edward les revela que dicho número es el de un aparato telefónico el cual fue sepultado junto con su esposa en el interior de su ataúd. Y la condición es que deben de marcar dicho número, esperar en la línea un minuto, y después de ello podrán irse y obtener el dinero prometido.
En principio, los jóvenes se muestran reacios a participar, aunque la cantidad es tentadora. Pero cuando el hombre los presiona, amenazándolos con ir a la policía y acusarlos de ser los responsables del suicidio de su esposa, terminan por acceder y prestarse al macabro juego. Esa llamada será el preámbulo a una noche pesadillesca, en la cual cada uno de ellos hará una visita a sus respectivos pasados, para encararse con los demonios que moran en ellos, y que siguen atormentándoles.
Una de las actuales tendencias en el horror -obedeciendo a las oleadas de productos para satisfacer el mercado de la nostalgia-, consiste en homenajear de forma directa e indirecta, al cine de ese género hecho durante la década de los setenta, ochenta y noventa; ya sea trayendo de vuelta a figuras emblemáticas como Michael Myers, Chucky o Ghostface; o evocando premisas, narrativas e incluso la estética de esos años tal como lo hacen Verano del 84 (Simard, Whissell y Whissell, 2018) o la trilogía de La calle del terror (Janiak, 2021) por mencionar un par de ejemplos. La llamada del diablo se suscribe a dicha tendencia, con un relato que combina elementos sobrenaturales con el thriller psicológico, para recrear una historia sobre venganzas de ultratumba e infiernos personales.
Aunque no muy original y un tanto predecible, la anécdota sobre la que se construye el largometraje no resulta mala. De hecho es de menos, entretenida y la película tiene varios momentos interesantes. Y desde luego, se suma el atractivo adicional brindado por sus dos principales protagonistas. Sin embargo, el guion de Patrick Stibbs echa todo por la borda, al no lograr ponerse a la altura, y terminar desarrollando una trama muy limitada y floja.
Por su parte, la dirección de Woodward no resulta tampoco ser atinada, y por un lado no consigue sacarle el mejor partido a sus estrellas, y por otro tampoco consigue recrear en pantalla ni un solo momento sobrecogedor o mínimamente inquietante, a no ser ciertas atmósferas recreadas gracias a la pericia en la lente del fotógrafo Pablo Diez. E incluso sus jump scares son bastante débiles e ineficaces. Y la última vuelta de tuerca en el desenlace resulta bastante lamentable.
Por estas y otras deficiencias, La llamada del diablo no ofrece mayor atractivo más allá de la presencia de los propios Lin Shaye y Tobin Bell, cuyos fans de hueso colorado sin duda quedarán encantados de verlos. Fuera de eso, no hay nada más.
Copyright © 2022 La Crónica de Hoy .