
Nacido en Los Ángeles, California, el actor convertido en director Fran Kranz encontró su vocación desde muy joven. Sus roles más conocidos los tuvo en la serie Dollhouse al lado de Eliza Dushku así como su papel en La Cabaña del Terror lo llevaron posteriormente al teatro en donde también ha tenido un paso bastante interesante.
No es de extrañar entonces que la ópera prima de este artista dependa completamente de las capacidades actorales de cuatro histriones que montan un duelo intenso y doloroso en Mass, un drama íntimo de dos parejas que enfrentan las consecuencias de un hecho trágico que sufrieron en común, todo esto rodeados de un solo set, similar a una puesta en escena teatral.
En el cast encontramos a Martha Plimpton y Jason Isaacs como los padres que aún no procesan del todo la pérdida de un ser querido. Por otra parte, tenemos a Ann Dowd y Reed Birney, la contraparte que accede a hablar con esta pareja para enfrentar este dolor, intentar hacer las paces con el pasado y, sobre todo, hacer una adecuada catarsis que abra el panorama de lo sucedido, dándoles una dura mirada introspectiva acerca de las causas, consecuencias y la aceptación de lo sucedido.
Mass es un guion original del mismo Kranz que se inspira en varios relatos acerca de la pérdida y el significado de la paternidad pero sobre todo acerca de los lazos que se rompen con la tragedia y los vínculos que nos hacen humanos. Todo esto con un desarrollo interesante que nos permite conocer a los cuatro protagonistas de una buena forma, dándole un debido equilibrio a la interacción y presencia de este cuarteto tan diverso unidos por el dolor.
La forma de dirección de Kranz nos remite a cintas adaptadas desde el teatro en las que el encierro lleva a discusiones éticas y morales como 12 Hombres en Pugna (Lumet, 1957) o Éxito a cualquier precio (Foley, 1992). Y es que la mayor virtud es ese estudio no solo de sus propios personajes sino de las causas que los unen, en este caso el tiroteo en una escuela. Esto hace que las posturas de los involucrados propongan puntos de reflexión dolorosos pero interesantes.
Incluso, el mismo diseño de producción que nos ubica en una pequeña sala oculta dentro de una iglesia episcopal montada por Lindsey Moran que lo convierte en el escenario perfecto marco de encuentro de las dos parejas dispuestas a enfrentar los fantasmas del pasado que los dejaron marcados. Esto, combinado con la edición de Hu Yang-Hua, que le da el ritmo sobrio y solemne a la charla donde vamos adoptando los puntos de vista de cada uno de los participantes en esta conversación complicada.
Gail (Plimpton) y Jay (Isaacs) funcionan como esta pareja cuyo dolor los ha llevado al borde, que no comprenden del todo lo sucedido incluso después de años, lo que los lleva a buscar algún tipo de luz en medio del duelo interminable en el cual la ausencia de su hijo ha resquebrajado el lazo que los unía. En cambio, Linda (Dowd) y Richard (Birney) están del lado de la incomprensión, enfrentando un dilema similar al de Tilda Swinton en Tenemos que hablar de Kevin (Ramsay, 2011) del cómo o porqué su hijo llegó a esa explosión de violencia, afectando sus vidas y las de otros más.
La escritura de Franz es mordaz y poco a poco captura al espectador con líneas que pueden ser tan acertadas como punzantes, no temiendo enterrar el dedo en la llaga de ciertas cuestiones que van desde los lamentos, las quejas airadas y la confrontación que los llevará a comprender ambas partes del conflicto, guiándolos hacia una especie de iluminación terrenal que los ayude a ver más allá de los títulos de víctimas y victimarios dentro de un problema como lo es la libertad del uso de armas y la violencia escolar que resuenan desde los tiempos de Columbine.
Otro gran acierto es cómo la cámara los sigue, les da su momento adecuado para expresar lo que sienten, dándole una libertad casi teatral a los cuatro que, como en una obra, tienen sus momentos emotivos y jamás duda en mostrarnos el lado oscuro de esta charla. Vemos, sentimos y compartimos esa sensación de ira y tristeza que conlleva el encuentro de los cuatro, haciendo un ensamble memorable que debería dar de qué hablar en las temporadas de premios.
Aunque la discusión de Mass es acerca de este importante tema de las armas y la violencia que se vive en un país como Estados Unidos, deja de lado cualquier postura política para enfocarse en el lado humano. A Kranz no le interesa hablar de los problemas legales o las ideologías de esta índole, sino que opta por mostrar las consecuencias, un lado brutal y humano donde los estigmas de bueno y malo, loco o santo, son radicales.
Antes de la presentación del filme, Kranz mencionaba en un mensaje que lo que le importaba era hablar de los lazos, de esa unión, de la pérdida y cómo ello puede cambiar las perspectivas. En una actualidad como la nuestra, parece increíble pero es cierto que la pérdida ha sido el punto de unión más fuerte entre las personas. Mass ahonda en ello y nos recuerda que todos sentimos dolor, que a pesar de las atenuantes, el duelo también es un lazo que nos puede otorgar cierta iluminación o perdón.
Es ahí donde radica el poder de este filme independiente. Una cinta que sin duda es difícil de ver no por lo gráfico sino por lo realista de las cosas, porque al final todos hemos sufrido una pérdida en la que buscamos algún culpable sin importar las consecuencias, donde incluso las palabras se quedan cortas para poder expresar el amplio espectro de emociones encontradas que un hecho como el que viven estas dos parejas pueden llegar a vivir.
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