Escenario

‘The Wicker Man’: Referente del folk horror que alimenta pesadillas contemporáneas

CORTE Y QUEDA CLASSICS. El filme de culto de Robin Hardy cumple medio siglo desde su estreno con una historia donde el miedo se oculta a plena luz

cine

Fotograma de ‘The Wicker Man’.

Fotograma de ‘The Wicker Man’.

ESPECIAL

En 1973 el director Robin Hardy tomaría la batuta de un relato que, en sus palabras, buscaba poner en pantalla cómo sería el vivir en una sociedad pagana en pleno siglo XX. Haciendo dupla con Anthony Shaffer, guionista que recientemente había escrito Frenesí, de Alfred Hitchcock, capturaron justamente esa sensación, creando una de las cintas de terror que a la fecha sigue siendo referenciada como una de las grandes dentro del denominado folk horror.

The Wicker Man planteaba la llegada de un tal Sargento Howie (Edward Woodward) a una localidad escocesa llamada Summerisle debido a un reporte de desaparición de una joven adolescente, Rowan Morrison. Sin embargo, esta inesperada visita e investigación le brinda algo más que un caso más pues tendrá que enfrentarse a una sociedad pagana a la que no pertenece realmente.

Esta versión original resulta tan memorable para el cine de terror que, lamentablemente, tuvo un remake en el año 2006 con Nicolas Cage y Ellen Burstyn tomando el lugar protagónico, una versión tan mala que es digna del olvido, pero también ha generado mejores inspiraciones como un tema por parte de Iron Maiden en el año 2000, mostrando que la influencia de esta cinta trasciende aún con resultados mixtos.

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Una de las partes más atractivas de esta cinta clásica es cómo Schaffer y Hardy muestran el peligro de las ideología y las creencias sociales, siendo fuerzas determinantes para el destino del misterio que busca desentrañar el Sargento Howie. Resalta ver ese choque de posturas entre el cristianismo extremo y la devoción absoluta a Dios y Jesucristo comparada con las creencias y la cercana relación con la madre naturaleza que los habitantes de Summerisle, comandados por su Lord (Christopher Lee), han implementado para la subsistencia de su vida.

Otro aspecto que llama la atención en The Wicker Man es que se sale de las convenciones que el género manejaba, creando atmósferas en medio de la luz de pleno día, con el sol y la aparente normalidad que los habitantes del lugar tienen, una perfecta pantalla donde el terror se oculta a plena vista pero pasa desapercibido todo el tiempo. Ni qué decir de las pistas que Hardy va dejando en lo visual para armar el rompecabezas que nos va llevando a un desenlace inesperado.

La investigación hecha por el guionista plantea que todo suceda mientras ocurre el festival de la cosecha en plena primavera, llenando de referencias a la cultura celta y druida los comportamientos a todas luces extraños donde el disfrute de una abierta sexualidad y esa creencia en los antiguos dioses resaltan ante los ojos del conservador Sargento Howie, mismo que incluso se ve tentado a caer ante las actitudes paganas que forjan la vida de Summerisle.

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Entre esos detalles resalta la no creencia en la muerte ni en el cristianismo, pues aquí se cree en la reencarnación a través de la naturaleza como un lazo poderoso, inquebrantable que a veces exige ciertos sacrificios de por medio. Es esa relación de amor y temor por ella la que permea a todos los habitantes de Summerisle. Curiosamente, no es que alguna de las posturas esté en lo correcto, sino que el terror es ver cómo estás ideologías, en este caso religiosas, pueden guiar a uno a tomar actitudes o decisiones cuestionables. No existe el bien o el mal, solo el fanatismo extremo que ambas partes padecen.

El ambiente natural de la cinta respira por sí mismo un aire correctamente captado en la fotografía del filme, creada por Harry Waxman, mientras el Sargento Howie va cayendo en una trampa sin salida. Los paisajes escoceses donde se crea Summerisle bastan para hacer sentir esa sensación de shock o incomodidad ante algo que desconocemos y que, según creo establecidas, son comportamientos incorrectos. Es ahí donde la perversa magia de The Wicker Man reside y sigue resonando aún cinco décadas después.

Tanto Christopher Lee como Edward Woodward lucen en sus respectivos roles. Ellos son la encarnación física de las creencias opuestas entre sí. Mientras uno se muestra enteramente liberal y hasta algunas veces perversamente manipulador, el oficial se muestra estoico, teniendo solamente la meta de resolver la extraña desaparición de la joven aunque esto le pueda costar su fe o hasta su alma. Desde las posturas hasta los diálogos, estos pilares nos muestran justamente las fallas de los extremismos.

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Todo eso es impulsado de manera brillante gracia a la música, compuesta por Paul Giovanni con vividos ritmos neofolk que fueron grabada en un equipo de 16 tracks. No sólo son las partituras que remiten a ese paganismo innato sino también las canciones que acompañan cada uno de los rituales o encuentros de los pueblerinos donde rinden pleitesía a una figura fálica, a la reproducción, el sexto y ese sentido de unión entre humanos naturaleza que, cuando todo falla, requiere de la sangre de un bufón convertido en rey.

Por estas razones y a cinco décadas de su estreno original, The Wicker Man se alza como un referente del folk horror que ha alimentado más pesadillas contemporáneas e influenciado a autores como Ari Aster en Midsommar (2019) a mostrar que el miedo se oculta a plena luz, en frente de todos, cuando la fuerza de una creencia puede más que el sentido común, creando una sensación de masa que prefiere quemar o crucificar en pos de sus ideologías sin importar las consecuencias, creando así una cinta con una crítica social memorable que resulta premonitoria desde el inicio.