Escenario

Wim Wenders y un minimalismo lleno de cotidianidad e intimismo en ‘Días Perfectos’

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme del cineasta alemán, que además, está nominado a los premios Oscar a Mejor Película Extranjera, fue estrenado en salas mexicanas

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Fotograma del filme.

Fotograma del filme.

Especial

En 1972, como parte del álbum Transformer, Lou Reed escribió una de las canciones más emblemáticas de su carrera, “Perfect Day”. Interpretada por algunos como un himno amoroso, para otros alude al sentimiento o nostalgia sentida ante los simples acontecimientos que uno vive día a día, es una gran referencia para la experiencia que el cineasta alemán Wim Wenders crea alrededor de Hirayama (Koji Yakusho) en su más reciente proyecto, Días Perfectos, en la que el cineasta vuelve a un minimalismo lleno de cotidianidad e intimismo.

Esta cinta tiene un curioso origen: los japoneses habían encargado diversos lavabos públicos de variados diseños vanguardistas para las olimpiadas de Tokio. Con los retrasos de la pandemia, la apuesta arquitectónica parecía quedar en el olvido. Pero Takuma Takasaki, amigo de Wenders, lo invitó a visitarlo para ver esos lugares. Al verlos, el realizador decidió hacer un largometraje de ficción en torno a ellos. Y así, la idea de este hombre solitario dedicado a su trabajo que visita uno a otro estos lugares creó un drama poético sobre la vida misma.

Con un protagonista que recuerda a los grandes artistas del cine mudo, Koji Yakusho, ganador del premio al Mejor Actor en la más reciente edición del prestigioso Festival de Cannes, nos presenta la vida de Hirayama, que diariamente viaja en su auto para ir a limpiar los sanitarios públicos de Japón. Su andar, siempre silencioso y observador, es algo cautivante hasta que se presenta el primer diálogo del filme. Su responsabilidad y pasividad es observada por el espectador mientras él mira al cielo, toma fotos, admira las sombras y ve los árboles, sonriendo al firmamento.

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La presencia del Tokio Skytree se cierne a lo lejos mientras viaja a aquellos destinos que su trabajo y tiempo libre le deparan. La gran virtud de Hirayama parece radicar en que es capaz de encontrar la dicha en cada pequeña situación que acompaña su diario ritual, lo que para Lou Reed sería beber sangría en el parque y ver un filme, para este maduro japonés es escuchar sus cassettes clásicos mientras el amenazante mundo se cierne ante él. Sin embargo, este conserje transita como cierto paria de un mundo voraz lleno de inmediatez donde los instantes de calma parecen ser algo del pasado.

Yakusho logra transmitir una vivaz transparencia y naturalidad a este rol. Sus sonrisas, su silencio, pero sobre todo sus miradas y gestos, bastan para ver que aún sin muchas palabras, Hirayama ve la vida de otra forma. Ante un mundo en que las redes sociales y la ansiedad de estar en constante movimiento agobian a la gente, él enfrenta la presión de la vida de forma diferente: la vive, la siente, la observa. Es a través de sus acciones que, irónicamente, esa cápsula de cosas que lo mantienen activo, le abre paso a ciertas interacciones inesperadas que poco a poco van revelando su carácter.

La dupla que Yakusho hace con Wenders, que escribió el guion con Takuma Takasaki (quien también produce el filme), es mágica. Ambos están compenetrados a capturar la alegría escondida en cada acto, cada esquina y cada pequeño detalle. La cámara del alemán le da un sentido de complicidad íntima con su protagonista al hacer muchas tomas cerradas donde podemos ver esa expresividad y todo lo que ve, siente o escucha. La confianza que ambos logran es palpable y se demuestra en la naturalidad de sus reacciones ante lo que Hirayama experimenta en sus días.

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A pesar de solamente centrarse en Hirayama como la guía de este viaje, Wenders es capaz de hacerlo interactuar con otros individuos que circundan su ambiente. Está la curiosa pareja dispareja formada por la rubia Aya (Aoi Yamada) y su enamorado, Takashi (Tokio Emoto), que también es su compañero de trabajo. Asimismo, algunos encuentros súbitos con la gente que va por esta ciudad, como aquel curioso juego de gato entre él y un extraño en un papel dejado en un sanitario, entre otras cuestiones que, a pesar de la solitaria existencia, nos demuestra esa razón por la que el ser humano es, sin duda, un ser social.

Otro de los factores con los que este relato comunica los sentires de nuestro querido protagonista es a través de la música, algo que Wenders ama usar y que retoma en esta pequeña odisea japonesa. Desde que “House of the Rising Sun” hace su aparición como el primer track que nuestro inocente cómplice escucha, pasando por “Pale Blue Eyes” de Velvet Underground, “(Sittin' On) The Dock of the Bay” de Ottis Redding, los agridulces tonos de Patti Smith con “Redondo Beach” y las primeras canciones de los Rolling Stones como “(Walking Through The) Sleepy City” hasta el uso del mismo Lou Reed y su “Perfect Day”, el alemán los usa como esos retazos que ayudan a tener una narrativa sin necesidad del verbo.

Asimismo, destaca una fotografía interesante al mostrar a la ciudad que rodea a Hirayama como ese ente del cual es parte pero a la vez no. Entre siluetas de árboles o la pulcritud de un sanitario limpio, hasta tardes lluviosas y amaneceres perfectos, la cinta transmite ese halo del que nuestro protagonista siempre se contagia y sabe manejar. Es interesante incluso ver la dinámica que él tiene en los lugares conocidos por él y aquellos que no lo son, siempre atento a, como diría Serrat, aquellas pequeñas cosas que hacen especial su vida citadina.

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Y aunque uno pueda creer que Hirayama vive solo y se escurre de los duros recovecos de la vida misma sin alterar su orden, realmente aprendemos que no es así ante un inesperado giro en el que nuestro querido conserje contacta con su familia, en específico una sobrina adolescente, Niko (Arisa Nakano), donde Wenders ofrece un vistazo más amplio a lo vivido por este misterioso personaje, llevándolo a romper por momentos su adorada rutina para reencontrar el mejor camino.

Es así que Días Perfectos resuena en su minimalismo, su intimidad y un recordatorio constante de la ambigüedad de la vida misma, algo representado en una de las más largas conversaciones que Hirayama tiene rumbo al final del filme donde las sombras y la luz juegan un papel determinante. Pero sobre todo, esta historia nos hace ver que, a veces, lo único que necesitamos en nuestra rutina es encontrar un cierre que nos reconforte y ese se oculta no en el sentido de la vida misma ni su significado, sino que en cada encuentro, decisión y gesto, sean sonrisas o lágrimas, se esconde realmente la belleza de vivir. En palabras de Lou Reed, uno recoge siempre lo que siembra.