Después de una larga espera y con altas expectativas por parte de los fanáticos, “Misión Imposible: Sentencia Final – Parte Dos”, la octava entrega de la icónica franquicia de acción, finalmente llegó a las salas de cine. Como era de esperarse, Tom Cruise vuelve a ser el alma, cuerpo, músculo y ego de esta producción donde interpreta una vez más a Ethan Hunt, el agente del FMI (Fuerza de Misión Imposible) que siempre está a una explosión de salvar al mundo.
La película retoma los eventos de la anterior entrega y gira en torno a una amenaza de dimensiones globales: una inteligencia artificial que, por razones tan ambiguas como difusas, representa el mayor peligro para la humanidad. En este universo donde los algoritmos parecen haber tomado conciencia y voluntad, surgen cultos que veneran a la IA y desean que domine el planeta. Y claro, sólo Ethan Hunt puede detenerlos.
Un arranque lento y confuso
Para quienes no son seguidores acérrimos de la saga o no recuerdan cada detalle de las entregas anteriores, los primeros 60 minutos pueden resultar abrumadores. El guion se empeña en explicar una trama excesivamente enrevesada, con diálogos cargados de jerga técnica, frases crípticas y nombres que van y vienen sin contexto claro. El resultado: una primera hora que podría pasar como una prueba de paciencia para los espectadores casuales.
A pesar del esfuerzo por construir un universo con tensiones políticas, tecnológicas y filosóficas, la historia se desdibuja en medio de tanto ruido y poca sustancia, dificultando el involucramiento emocional o intelectual con los personajes y sus motivaciones.
Una película al servicio de su estrella
Lo que sí queda claro desde el primer minuto es que esta película es una carta de amor de Tom Cruise a Tom Cruise. Cada escena, cada diálogo, cada plano parece diseñado para exaltar la figura del actor, que no solo protagoniza, sino que también carga con la responsabilidad de sostener el espectáculo. Y lo hace, literalmente, con el cuerpo: acrobacias sin dobles, escenas de riesgo extremo y una entrega física incuestionable.
Cruise salta de aviones, pelea sobre trenes en movimiento, se enfrenta a drones asesinos, escala acantilados y se enfrenta a amenazas globales en secuencias que desafían la física, el tiempo y la lógica narrativa. Hay una escena en particular donde pelea en una avioneta, salta de ella y realiza una maniobra que le toma quince minutos en pantalla, aunque supuestamente tenía menos de cinco para evitar el apocalipsis.
Verosimilitud ausente, presupuesto evidente
La acción es deslumbrante, no hay duda. El despliegue técnico y visual es impresionante, con tomas espectaculares, efectos especiales de primer nivel y coreografías bien ejecutadas. Sin embargo, la verosimilitud es la gran ausente. Lo que antes era “imposible”, ahora es simplemente inverosímil, en una saga que parece haber perdido el equilibrio entre lo fantástico y lo absurdo.
Los personajes secundarios —con excepción de algunos guiños a entregas anteriores— carecen de profundidad o propósito más allá de reafirmar el heroísmo de Hunt. Las relaciones humanas quedan en segundo plano, y los momentos emocionales se sienten forzados o anecdóticos.
¿Es entretenida? Sí. ¿Es buena? Depende de a quién le preguntes
Para los fanáticos de la franquicia, la cinta ofrece lo que promete: tres horas de adrenalina, gadgets, persecuciones imposibles y un Tom Cruise entregado al cien por ciento. Para los cinéfilos más exigentes o quienes buscan una historia coherente, compleja o emocionalmente rica, la película será, probablemente, una decepción adornada con fuegos artificiales.
Incluso dentro de la sala, más de un espectador se rindió al sueño durante la extensa duración del filme, una señal de que ni todo el presupuesto del mundo ni las mejores acrobacias pueden sostener por sí solas una película sin alma.