
Imagina un bosque submarino convertido en un desierto blanco. Antes, hábitat del 25 % de las especies marinas. Ahora, solo queda el silencio. Esta escena no es una metáfora: es lo que está ocurriendo ahora mismo en nuestros océanos. Los arrecifes de coral, ecosistemas vibrantes que sostienen la vida marina y protegen nuestras costas, están muriendo a una velocidad alarmante.
El blanqueamiento coralino ocurre cuando los corales expulsan a las algas simbióticas que viven en sus tejidos —zooxantelas— por estrés térmico. Es una relación perfecta… hasta que el mar se calienta. Al hacerlo, las algas empiezan a producir toxinas, y el coral, en un intento por sobrevivir, las expulsa, perdiendo color y su principal fuente de alimento. Sin ellas, los corales se debilitan, y si el calor se mantiene por un tiempo prolongado, o en un peor caso aumenta, morirán.
En abril de 2025, la NOAA y la Iniciativa Internacional para los Arrecifes de Coral (ICRI) confirmaron el cuarto evento de blanqueamiento global desde que hay registros. Afecta al 84 % de los arrecifes del mundo, desde el Caribe hasta el Pacífico Tropical y el Océano Índico. Es una crisis verdaderamente planetaria.
Los océanos absorben alrededor del 90 % del calor extra generado por las emisiones de gases de efecto invernadero. Para los corales, incluso un aumento de apenas 1 °C puede desencadenar el desastre. Además del calor, la acidificación del mar, la contaminación y los sedimentos agravan la situación, dificultando la fotosíntesis de las algas simbióticas.
Los arrecifes no son solo “bonitos paisajes turísticos”. Son la base ecológica, económica y cultural de millones de personas. Su pérdida pone en riesgo la pesca, la seguridad alimentaria, la protección costera y hasta el desarrollo de medicamentos. Su colapso arrastra a comunidades enteras y nos aleja de posibles avances científicos.
¿Por qué no estamos haciendo más? Porque implica decisiones incómodas: reducir el uso de combustibles fósiles, detener proyectos petroleros, rediseñar la economía. Y mientras los gobiernos siguen financiando industrias contaminantes, los arrecifes pierden sus últimas oportunidades para recuperarse. Los eventos de blanqueamiento son más frecuentes y la ventana para actuar, cada vez más pequeña.
¿Qué podemos hacer? Aunque lo más lógico sería atacar la raíz —las emisiones globales—, no parece un objetivo alcanzable en el corto plazo. Por eso, urge una restauración inteligente: repoblar los arrecifes con corales más resistentes al cambio climático. Por ejemplo, el coral cuerno de ciervo ha mostrado adaptabilidad si se cultiva en viveros con temperaturas elevadas.
No se trata de replantar por replantar, sino de hacerlo con estrategia: elegir fragmentos de corales resilientes y usarlos para reconstruir las zonas devastadas. Esta es la clave para construir los arrecifes del futuro.
Aún estamos a tiempo de proteger algunos de los ecosistemas más valiosos del planeta. Me cuesta aceptar que sigamos normalizando esta pérdida como si fuera inevitable. Tenemos la solución, y lo que hace falta es voluntad. Aun queda mucho por hacer, caminos como la restauración coralina, que nos permiten ganar tiempo, resguardar la vida marina y abrir una ventana de oportunidad para actuar. Eso sí, restaurar no sustituye reducir emisiones: ambos esfuerzos deben ir de la mano. Lo importante es que todavía podemos hacer mucho. La apuesta es salvar los arrecifes, la pregunta es si estamos dispuestos a intentarlo.