Columnistas Jalisco

El nacionalista anticuado contra los “nuevos derechos”

Andrés Manuel López Obrador se abrió de capa cuando afirmó que el neoliberalismo alienta al feminismo, el ecologismo, la defensa de los derechos humanos y la protección a los animales como parte de una estrategia “para poder saquear a sus anchas”.

Como ya sabemos que el neoliberalismo es la bestia negra de AMLO, queda claro que el presidente de México está abiertamente en contra de esos “nuevos derechos”, que la verdad ni son tan nuevos.

Se despoja así del todo del barniz de progresismo, ya muy desgastado, que varios de sus simpatizantes -y su propaganda misma- le han querido endilgar, y obliga a muchos de ellos a hacerse los occisos o a desgastarse en maromas de nivel olímpico para justificarlo.

Esto sucede porque la izquierda con la que se identifica López Obrador es la de hace más de cincuenta años, sumida en la lógica de la Guerra Fría, que pensaba solamente en una revolución política, entendida como cambio de clase en el poder, y en el desarrollo económico e industrial a como diera lugar, y no reparaba en otros asuntos (que eran meros distractores de la lucha de clases) y vivía en un mundo radicalmente diferente al actual: un mundo de naciones y bloques, relativamente poco integrado en lo cultural y en el que los asuntos relativos al medio ambiente -si bien los movimientos ecologistas provienen del siglo XIX- apenas despuntaban en la discusión de las políticas públicas.

Así, circulando con placas vencidas en su carrito ideológico sin catalizador, López Obrador echa por la borda buena parte del enriquecimiento ideológico de las izquierdas a lo largo de los años.

Lo hace, además, diciendo una mentira: que por atender esas “nobles causas”, a las que tilda de secundarias, “se dejó de hablar de explotación, de opresión, de clasismo, de racismo”.

Sólo con una simplificación extrema, o con una leche muy mala se puede afirmar eso. El feminismo, de entrada, pone en el centro una discriminación cultural de siglos, que se expresa en explotación, precariedad laboral y violencia hacia sectores vulnerables de la población. En particular, es difícil entender cómo el capitalismo salvaje precarizó los mercados de trabajo sin tomar en cuenta la degradación laboral y salarial de las mujeres.

El caso es igualmente grave por el lado del ambientalismo. La apropiación y explotación irracionales, y a menudo corruptas, de los recursos naturales ha sido un camino de despojo, poniendo a las ganancias por encima de cualquier otra consideración. La protección del medio ambiente choca directamente contra las intenciones depredadoras del capitalismo salvaje, y ha servido para acotarlo.

¿Y qué decir de la defensa de los derechos humanos, que obviamente también es anterior al famoso neoliberalismo? A López Obrador parece olvidársele que no estamos en los tiempos de “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, porque lo que importaban eran los bloques enfrentados, y se ponía en distintos grados las vejaciones de las dictaduras de izquierda o de derecha.

En realidad, todos estos “nuevos derechos” son enviados simplonamente, descuidadamente, al mismo bote de basura porque todos y cada uno de ellos atentan contra la visión conservadora del Presidente y contra sus proyectos consentidos.

Las mujeres, para López Obrador, “merecen el cielo”. Lo ha dicho con condescendencia. El mundo en el que circula su auto con placas vencidas no conoce de ese tipo de igualdades: cada quien en su lugar. Y sólo son buenas si trabajan para él, están de acuerdo con él y lo aplauden. Si reclaman derechos sobre su propio cuerpo, calla como momia. Si expresan su rechazo a la violencia que sufren, es porque quieren ver lo malo y están manipuladas.

No es casual que varios luchadores ambientalistas hayan sido asesinados durante el presente sexenio, en el que el país se ha movido, con rapidez indeseada, a una cadena de crisis ligadas al manejo irresponsable de los recursos naturales.

El gobierno de López Obrador tiene una lógica extractivista. Los megaproyectos de Dos Bocas y el Tren Maya, la termoeléctrica de Huesca, el retorno al carbón, la apuesta por el combustóleo, el rechazo visceral a las energías limpias, atentan todos contra el desarrollo sustentable. Todos están pensados en un desarrollo a la antigüita, que sacrifica el bienestar en el sentido más amplio con tal de crear empleos mal pagados y temporales y proteger la ineficiencia de las empresas del Estado.

Dentro de esa lógica, no tiene sentido dotar de fondos públicos a organizaciones cuyo propósito es la preservación de los equilibrios ecológicos o la protección de la fauna y la biodiversidad nacionales. Son un estorbo al desarrollo depredador.

Para AMLO, oponerse a sus proyectos obsoletos de nacimiento es oponerse a él, y por tanto pasar del lado del Mal, al que ha dado en llamar neoliberalismo, pero que es simplemente estar del lado de la racionalidad.

Y en lo referente a los derechos humanos, queda claro, en la nueva lógica de la CNDH, que los que deben ser defendidos son los que fueron los violados con anterioridad, en los gobiernos de antes. Los de ahora no cuentan, porque este gobierno es diferente. Y lo importante, más que la existencia o no de violaciones, son las buenas intenciones del gobierno actual. Una lógica que mide cosas iguales con raseros distintos y que, por supuesto, nada tiene qué ver con la democracia y sí mucho con la autocracia.

En resumen, la crítica a los “nuevos derechos” pinta a López Obrador como lo que es. Un nacionalista anticuado, un conservador peleado con causas igualitarias que ha defendido la izquierda en el mundo durante muchas muchas décadas.

 
 
 
 

 

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