Columnistas Jalisco

Una tregua necesaria, pero lejos de la paz

Salvador Cosío Gaona

La guerra entre Israel e Irán, que durante semanas mantuvo al mundo en vilo, ha entrado en una pausa frágil tras el anuncio de un cese al fuego el pasado 23 de junio. No hubo firma solemne ni acuerdo formal en Ginebra, como algunos reportes preliminares sugerían; lo que ocurrió fue un entendimiento verbal, producto de la presión internacional y la urgencia táctica de ambas partes por detener momentáneamente las hostilidades. Es, sin duda, una tregua necesaria. Pero sería ingenuo pensar que se trata del inicio de una paz duradera.

Lo que hemos presenciado en las últimas semanas no fue un episodio más en la tensa relación entre Teherán y Tel Aviv, sino el enfrentamiento directo más grave en décadas. A diferencia de ocasiones anteriores, esta vez no hubo intermediarios ni guerra por encargo: Irán e Israel se atacaron sin intermediación, con misiles balísticos, drones suicidas, sabotajes cibernéticos, y ataques a infraestructuras críticas. Las consecuencias fueron brutales: miles de víctimas, millones de desplazados, ciudades paralizadas y un impacto económico global inmediato.

El detonante fue el bombardeo israelí contra instalaciones militares iraníes en Siria, ocurrido a finales de abril. La respuesta de Teherán fue inédita: un ataque directo con misiles lanzados desde su territorio hacia centros estratégicos israelíes. Lo que siguió fue una espiral de violencia que involucró a milicias respaldadas por Irán —como Hezbolá, los hutíes en Yemen y grupos armados en Irak—, mientras Israel ejecutó operaciones masivas con apoyo de inteligencia estadounidense. La guerra se extendió por tierra, aire y ciberespacio, afectando no solo a los dos países, sino a toda la región.

Y si ambas partes han aceptado una tregua informal, no es porque haya voluntad de reconciliación, sino porque ya no podían sostener el costo de la confrontación. En Israel, la caída del gabinete de emergencia liderado por Benny Gantz dejó al país en una inestabilidad política creciente. Con Hamás reactivado en Gaza, la amenaza desde el norte, una economía presionada y hospitales desbordados, continuar la guerra era insostenible. En Irán, las sanciones económicas, el aislamiento diplomático y el descontento interno obligaron al régimen a frenar. La memoria de las protestas masivas de 2022 sigue latente, y prolongar el conflicto solo amenazaba con encender nuevamente la calle.

Pero no hubo firma en Ginebra ni un marco jurídico robusto. El cese al fuego no fue acompañado de compromisos verificables, ni de garantías multilaterales. De hecho, apenas 24 horas después del anuncio, Irán lanzó nuevos misiles hacia Israel, lo que el gobierno israelí consideró una violación flagrante del acuerdo, anunciando en consecuencia una respuesta “contundente” contra instalaciones estratégicas iraníes. Así de frágil es esta “tregua”.

La comunidad internacional celebra con cautela este respiro, pero el fondo sigue sin tocarse. No se ha abordado el programa nuclear iraní, ni la expansión de su influencia regional a través de milicias armadas. Tampoco se ha replanteado la política israelí de ocupación y asentamientos en territorios palestinos. Los actores no estatales, que son clave en esta ecuación, no fueron parte del acuerdo. En resumen: el incendio se ha contenido, pero la gasolina sigue derramada.

Y mientras tanto, el mundo no ha sido ajeno. El conflicto disparó los precios del petróleo —llegando a superar los 130 dólares por barril—, desestabilizó los mercados financieros y causó una depreciación inmediata de monedas emergentes, incluido el peso mexicano. El temor a una recesión global se avivó, aunque con esta pausa parcial los mercados han comenzado a estabilizarse. Pero la volatilidad persiste, como también persiste el riesgo de un nuevo brote de violencia.

En México, las consecuencias son palpables: aumento en los precios de los combustibles, presión inflacionaria sobre bienes importados, y un entorno financiero que exige prudencia. A esto se suma el riesgo indirecto de mayores presiones migratorias internacionales, producto de desplazamientos masivos en Medio Oriente y Asia Central.

La lección es clara: las treguas no sustituyen a la paz. La paz verdadera exige diálogo, visión a largo plazo y una arquitectura diplomática que hoy, lamentablemente, sigue ausente. Ni la ONU, ni los actores mediadores han logrado consolidar un proceso de paz con estructura y garantías. La región sigue siendo rehén de rivalidades ideológicas, intereses geoestratégicos y liderazgos que privilegian la confrontación sobre la cooperación.

Israel e Irán tienen poder de destrucción mutua, pero también la capacidad de llevar al colapso a toda una región y desestabilizar al mundo. Por eso, el momento exige vigilancia, prudencia y responsabilidad global. Porque si esta tregua fracasa —como ya comienzan a mostrar los hechos—, lo que vendrá después podría ser aún más devastador.

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