Terruño tiene un significado más allá del contexto territorial del nacimiento. Para quienes migran, terruño es una palabra exacta, muy cálida, para expresar el lugar al que se debe regresar. En este México, por desgracia, muchos regresos están prohibidos y eso troza las raíces anidadas en la tierra natal. Un guerrerense lo sabe bien en estos tiempos cuando muchos pueblos tienen aduanas en las que los narcos deciden quién entra y quién no. Sí, aunque parezca increíble, se puede estar en peores condiciones de las que viven regiones de Jalisco.
Y como ese dominio de los narcos sobre muchas poblaciones de Guerrero probablemente se prolongue durante años y años, el terruño ha quedado disuelto para alguien como yo, migrante desde el sur a la Ciudad de México, un lugar en donde se debe vivir porque allí está todo (escuela, trabajo, oportunidades), pero en el que echar raíces resulta poco menos que imposible. No hay verdaderamente una identidad individual ligada a la urbe como en otros casos. Es más saberse parte de un grupo humano numerosísimo que disfruta y sufre colectivamente.
Durante cuatro décadas he debido ir y venir de Guadalajara por diferentes motivos. Allí conviví con Claudia Villegas, una urbanista agobiada por la reconstrucción del sector Reforma, por lo que ocultaban esos parches citadinos hechos a toda prisa. “¿Qué no oyes lo que dicen las piedras?”, me gritó alguna vez al notar que mis ojos no tenían el menor brillo de inteligencia al mirar esas calles aplanadas.
Aquello fue un shock que me hizo fijarme cada vez más en una ciudad en la que antes solo estaba y ya.
Desde aquella época lejana me he querido sumar a la manera cómo sus habitantes viven Guadalajara. El Templo del Expiatorio es un buen ejemplo. Hay vida en torno a él, se acompaña con el MUSA y se hacen uno cuando es preciso. La comunidad universitaria se desplaza y se funde con las calles aledañas.
Vi el ascenso y caída del heroico Abrevadero de los Dinosaurios, una cantina con mínimas pretensiones de convertirse en un bar de mundo como muchos otros. Optó por una extinción digna.
Y, fugitivo constante de la Feria del Libro del Palacio de Minería en México, apretujado, maloliente (perdón, pero sí, huele mal) y poco propicio para cazar ediciones, un día mi tercera ex esposa me convenció de asistir “a una verdadera Feria del Libro”. Y sí, me remitió a Guadalajara y su espacio de la Expo.
Aún hoy tengo asombros incontenibles en ese espacio entregado a lo editorial, a la música, a la cultura, a todo lo que la humanidad debería ser y no es.
¿Dónde que no sea Guadalajara hubiera podido conocer a una jovencita que es capaz de escribir historias impresionantes, pero se afana en lograr una obra que venda y la haga escritora famosa?
Viví igualmente el tránsito de lo tradicional a lo tradicional+lo nuevo+lo excelso de su comida. Cada viaje, aun cuando me quede durante semanas, resulta insuficiente para lograr asistir lo mismo a las carnes jugosas, las tortas ahogadas y cazar las jericallas. Lo es ahora más porque la cocina con pretensiones de otro tipo es excelente.
Sí, sólo en Guadalajara he ido caminando por la calle y me he topado con el cadáver de un tipo que unos minutos antes, vivito y coleando, conducía su camiona que ahora la servía de unidad mortuoria. Lo mismo sobre el hecho de ser comensal de un lugar en el que balearon a otro tipo y que, sólo por coincidencia, no vi caer porque llegué tarde a una cita. Por supuesto, no he dejado de ir a ese restaurante.
Y oyendo a un amigo sobre todo lo que le ha pasado en Guadalajara, caí en cuenta que desde hace años había adoptado a la ciudad como terruño chiquito. Que cada que llego, ya sea al aeropuerto, a la central de autobuses o alcanzó Tonalá luego de 5 horas al volante, me siento bien recibido. Y en verdad que me importa poco ese tránsito que antes era impensable allí.
Hay ciudades que, al llegar, dan la bienvenida a quien se ha ligado a ellas. Y todo lo que Guadalajara encierra sabe dar una bienvenida calurosa y fraterna.
No hubo permiso para adoptar a Guadalajara y dejar que mis raíces comenzaran a anidar allí hace tiempo. Es curioso, pero ni yo mismo sé cómo sucedió exactamente. Sólo sé que en Guadalajara fue donde pude vivir los regresos del migrado. No es que vaya a Guadalajara, sino que regreso allí.
N hubo permiso, pero si agradecimiento a todas sus guanatosidades por un lugar irrepetible.