Cronomicón

El Espejo: Madoka, tradición tapatía para cafeteros

El rumor de las calles del centro continúa aún en el café Madoka, como si las mesas y los azulejos característicos de los edificios en los años cincuenta, y el ruido casi sordo de las tazas de café y los tenedores sobre los platos de chilaquiles, fueran una extensión más del entorno en que miles de tapatíos recorren el Norte y el Sur del corazón de Guadalajara.

Los viandantes entran y salen por el pasillo central en que a la derecha, hay clientes anónimos cada mañana, ocupan las mesas dobles comiendo y charlando, como en un escondite y a la izquierda los parroquianos ocupan una mesita o la barra pidiendo lo de siempre y viendo el fútbol y al fondo otros tantos se reúnen en una especie de zona aparte para jugar dominó y ajedrez, o tomarlo como pretexto para charlar a sus anchas, son sobre todo señores de risas gruesas.

Ahí donde está sentado otro señor que lee el periódico, ayer pudo estar sentado Juan Rulfo, dicen que le gustaba venir aquí sobre todo en las noches, y en fin, en cualquier esquina, por ejemplo en la que ahora la mesera recoge los platos sucios y se lleva la propina de la cuenta pudieron suscitarse un gran número de primeras citas, las lecturas ávidas de jóvenes rubias que escapan del Sol y el tedio a media tarde, las charlas empedernidas de ciertos intelectuales, y hasta las notas periodísticas de algunos reporteros de la ciudad.

Es imposible definir cuál es el sello identitario de un lugar con más de medio siglo de historia, pero el número 78 de la calle Enrique González Martínez, es un lugar para melancólicos y se ha conservado como en cámara lenta mientras todo en derredor se transforma y se vuelve otra cosa. Este no es un lugar para turistas, ni para compradores de cualquier cosa en el centro, es un lugar en que la calle fluye con sus ruidos hasta el anochecer, en que los clientes que quedan salen a encontrarse con otra ciudad menos cálida.

Por las mañanas mientras esperas el café puedes imaginarte en una Guadalajara que no ha crecido, viajas en el tiempo y es 1959, cuando se fundó el establecimiento y a lo mejor todo esto olía a nuevo, a plástico recién desempacado y a madera pulida. Ahora entra un hombre a bolearte los zapatos y otros dos tocan la marimba allá fuera, aquí la ciudad entra y sale de la misma forma estudiada mientras pasan los años en que el mismo establecimiento se ha mantenido con los mismos espejos y uniformes marrones.

lg

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